La discriminación y la pobreza matan los sueños y el futuro de unos cuatro millones de niños indígenas de México. Para muchos de ellos completar los estudios escolares es un reto en el que a veces se juegan hasta la vida.
Alrededor de 60.000 niños y niñas nativas que viven en comunidades aisladas caminan cada semana varias horas para poder llegar a un albergue-escuela y otro tanto para regresar. Allí pasan cinco días, pero en instalaciones derruidas e insalubres, según lo reconoce el gobierno.
En México existen 1.079 albergues-escuela administrados por el Estado, en los que niños indígenas pueden completar la educación básica. Otros asisten a escuelas cercanas a sus hogares, pero al igual que todos los nativos, las oportunidades que tienen para estudiar son limitadas.
Datos oficiales indican que 75 por ciento de unos 10 millones de indígenas que viven en México no ha terminado la enseñanza primaria, el doble del promedio general del país, y que 44,7 por ciento de la población nativa es analfabeta, porcentaje cuatro veces superior al promedio nacional.
Las estadísticas también señalan que 25 por ciento de los alumnos de cuarto grado del país cumplen satisfactoriamente con las habilidades de lecto-escritura, pero en las zonas indígenas ese porcentaje es de apenas ocho por ciento.
Los albergues-escuela son una buena opción para recibir una educación bilingüe y de relativa calidad, pero la mayoría de esos centros requiere profundas reparaciones y reformas, declaró Xóchil Gálvez, jefe de la Oficina de Presidencia para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas.
Para Guadalupe, una indígena de 15 años del meridional estado de Chiapas, concluir sus estudios de nivel básico en un albergue- escuela representó un calvario.
Esta adolescente debió luchar contra las tradiciones que dificultan estudiar a las niñas indígenas, caminó cientos de kilómetros entre su casa y la escuela en los seis años de estudio, enfermó de pulmonía en dos ocasiones, se alimentó mal y soportó los golpes de sus padres, que le reprochaban no ayudar en las labores domésticas.
Casi me muero, pero pude recibir mi certificado (de primaria), declaró Guadalupe a IPS. Al finalizar la escuela, huyó de su casa y de su tierra y ahora trabaja de empleada doméstica en la capital.
Me fui porque quería estudiar el colegio (nivel medio) y espero hacerlo en algún momento. Ojalá pueda, agregó Guadalupe.
En Chiapas, donde nació Guadalupe y en enero de 1994 se levantó en armas el rebelde Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) para reclamar democracia y justicia para los indígenas, la desnutrición infantil llega a 80 por ciento y un porcentaje similar de niños no termina ni el primer grado de escuela.
Para terminar con la injusticia hay que pelear mucho, siempre, incluso desde niño. Hay que luchar fuerte, a veces hay que hacer hasta una guerra, una guerra contra el olvido, escribió el subcomandante Marcos, líder del EZLN.
Ese grupo guerrillero, que mantiene una tregua con el ejército mexicano gracias a una ley de pacificación, pero que no dialoga con el gobierno desde 1996, está integrado en su mayoría por indígenas.
Cuando un niño tojolabal de Chiapas alcanza los cinco años mide menos de un metro de estatura, mientras en las ciudades uno menor de la misma edad mide casi 1,10 metros, indica el estudio denominado El costo biológico de la desigualdad, elaborado por la antropóloga María Villanueva.
Los trastornos alimenticios y de crecimiento de los niños y niñas indígenas son muchas veces irreversibles e impactan en su desarrollo y capacidad física e intelectual, apuntó la experta.
Los datos que hablan de la pobreza de los nativos mexicanos son múltiples. En ningún rubro llegan a ser mejores que el promedio nacional.
Las estadísticas oficiales señalan que la mortalidad infantil entre los herederos de las grandes culturas que se desarrollaron en América antes de la llega de los europeos es de 48,3 por cada mil nacidos vivos, frente a 28,2 por mil de promedio nacional.
La deficiencia en talla por edad en los niños indígenas es de 73,2 por ciento, 22,7 por ciento más que la media del país, y la prevalencia de la desnutrición en menores de cinco años es de casi 60 por ciento.
Además, casi 60 por ciento de las viviendas indígenas carecen de agua potable, frente a 15,7 por ciento en todo el país. El líquido sólo se puede conseguir en las comunidades nativas gracias al trabajo, especialmente de mujeres y niños, que lo acarrean grandes distancias.
Las niñas y los niños indígenas sufren los más altos índices de disparidad y vulnerabilidad que cualquier otro grupo en México, la mayoría de ellos viven en la pobreza y entre ellos se evidencian altos índices de desnutrición y analfabetismo, aseguró un estudio del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia.
Pero, si entre los menores nativos la situación es difícil, para las niñas en particular la situación es aún peor.
Nosotras sufrimos más, pero hay que aguantar, no queda de otra, expresó Guadalupe, quien cambió su tradicional vestido nativo por la bata blanca que le exigen usar sus patrones en la capital.
El analfabetismo entre las mujeres indígenas mayores de 15 años alcanza a 87,2 por ciento, 36,2 por ciento más que entre los hombres.
Sólo 8,9 de las mujeres aborígenes cuentan con alguna instrucción posterior a la escuela básica, dato que entre los hombres de esa raza es de 15,8 por ciento.
En muchas comunidades hay un tratamiento preferencial hacia los niños en alimentación y hasta cariño, pues son considerados como el futuro apoyo de la familia, declaró Teresa Ulloa, coordinadora de la campaña Los derechos de las mujeres no son opcionales, implementado por grupos no gubernamentales.
Las niñas indígenas son descuidadas, están malnutridas, no asisten a la escuela, asumen responsabilidades y trabajos domésticos muy pesados a muy temprana edad y, a menudo, se las obliga precozmente a contraer matrimonio con objeto de obtener la dote, o inclusive se las vende, afirmó Ulloa.
Tenemos que reconocer que en nuestras comunidades indígenas, las niñas viven una situación de peligro, en forma tan rutinaria que es virtualmente invisible, añadió.
La situación de los nativos es dramática pese a los postulados de la revolución agraria que conmovió a México a comienzos del siglo XX y de las siete décadas (1929-2000) de gobiernos del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que se declaraban justicieros y revolucionarios.
El actual gobierno de Vicente Fox, el primero ajeno al PRI, afirma que trabaja de sol a sol para sacar a los pueblos nativos de su situación crítica, pero pide paciencia pues el rezago es profundo y múltiple.
Por lo pronto, las autoridades destinaron este año 48 millones de dólares para mejorar los albergues-escuelas. El problema es que la reparación completa de esos centros requiere más de 270 millones de dólares, según lo admite el mismo gobierno. (FIN/IPS/dc/dm/hd pr/02