Funcionarios de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), investigadores y ecologistas reclaman a los gobiernos que dejen de apelar a la destrucción del ambiente como arma de guerra.
El uso de municiones con uranio empobrecido, la colocación de minas terrestres, la destrucción de fábricas o depósitos con sustancias contaminantes y el incendio de pozos petroleros tienen efectos devastadores para el ambiente y no deberían ser legitimados como actividades bélicas en el marco del derecho internacional, sostienen.
Si bien el daño ambiental es una consecuencia frecuente de la guerra, nunca debería ser un objetivo deliberado, sostuvo el secretario general de la ONU, Kofi Annan, al anunciar el establecimiento, el 6 de noviembre de cada año, del Día Internacional para la Prevención de la Explotación del Ambiente en Guerras y Conflictos Armados.
El anuncio se da mientras las nubes de guerra oscurecen los cielos de Medio Oriente y crecen las posibilidades de un nuevo ataque de Estados Unidos contra Iraq.
El mundo registra actualmente unos 40 conflictos, que involucran a decenas de millones de personas en zonas que exigen esfuerzos especiales para preservar la biodiversidad y donde campea la pobreza, como Africa, Asia meridional y América Latina.
La preocupación por la destrucción intencional del entorno natural creció ante los hallazgos de diversos investigadores en países devastados por la guerra, como Albania, Macedonia, Guinea, Sierra Leona y Liberia.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) da cuenta de grandes cantidades de derrames de petróleo y filtraciones de sustancias químicas por bombardeos contra fábricas, refinerías y depósitos, y destrucción de hábitat y de tierras agrícolas por la colocación de minas terrestres.
Mientras convenciones internacionales controlan armas nucleares, químicas y biológicas, el ambiente sigue a merced de las nuevas tecnologías, como el uso de proyectiles con uranio empobrecido, señaló Annan.
Las municiones con uranio empobrecido —usadas por fuerzas estadounidenses y sus aliados en la guerra del Golfo de 1991 y en la provincia yugoslava de Kosovo en 1999— se elaboran a partir de residuos nucleares y tienen un conocido efecto cancerígeno, aunque el Pentágono niega que representen riesgos para la salud.
Washington cuenta con cuatro tipo de armas con uranio empobrecido, que podría emplear en una posible guerra contra Irak, según el Centro para la Información sobre Defensa, con sede en Estados Unidos.
El Pnuma y la Agencia Internacional de Energía Atómica están analizando las implicaciones sanitarias y ambientales del uranio liberado en la meridional provincia de Kosovo y el resto de Yugoslavia.
El Pnuma también estudia el impacto ambiental de los bombardeos de Estados Unidos sobre Afganistán, el año pasado, y prepara un informe acerca de la situación en los territorios palestinos ocupados por Israel.
La humanidad siempre ha contado sus bajas en términos de civiles y soldados muertos y heridos, y ciudades y medios de vida destruidos, pero el ambiente ha permanecido como víctima ignorada de la guerra, sostuvo el director del Pnuma, Klaus Toepfer.
A mediados de noviembre, un estudio del no gubernamental Instituto de Investigación Ambiental y Energética cuestionó los bombardeos selectivos que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) llevó a cabo en 1999 sobre objetivos militares e industriales de Yugoslavia para detener la ofensiva serbia contra la minoría albanesa de Kosovo.
De acuerdo al informe Bombardeos de precisión: daño generalizado, las bombas de la OTAN liberaron cantidades significativas de sustancias tóxicas al ambiente y la población civil estuvo expuesta a mayores riesgos debido a la contaminación del aire, el agua y los alimentos.
Se necesita una clara redefinición sobre cómo se evalúan blancos establecidos y daños colaterales, sostuvo Sriram Gopal, autor del informe.
De momento, los daños colaterales son bajas civiles o costos de la propiedad destruida. La destrucción ambiental de largo plazo es mucho más difícil de cuantificar y evaluar, pese a sus costos muy significativos, agregó Gopal.
Los ecologistas advierten también que las minas terrestres son fuente de destrucción ambiental.
Según la Campaña Internacional para Prohibir las Minas Terrestres aún están implantados 10 millones de estos explosivos en todo el mundo. Sólo en Camboya y Bosnia-Herzegovina se estima que existen unas 100 minas por cada 2,5 kilómetros cuadrados.
El Comité Internacional de la Cruz Roja calcula que las minas matan a más de 1.000 personas por mes.
La existencia de miles de armas nucleares es una amenaza global a la seguridad y el ambiente, apuntan otros.
El impacto indiscriminado del arsenal de destrucción masiva, en particular armas nucleares y biológicas, puede conducir a un ambiente hostil para muchas formas de vida. Especies enteras pueden desaparecer, advirtió Jan Kavan, presidente de la Asamblea General de la ONU.
Desde 1990 se registraron más de 100 conflictos armados, según la revista estadounidense Scientific American. Esas guerras han matado más de cinco millones de personas, devastado regiones geográficas enteras y dejado decenas de millones de refugiados y huérfanos, sostuvo la revista.
En Angola la cantidad de flora y fauna silvestre es apenas 10 por ciento de la existente hace tres décadas. En Sri Lanka, la campaña militar contra grupos insurgentes supuso la tala de más de cinco millones de árboles.
Kuwait perdió 30.000 aves marinas cuando las tropas iraquíes en fuga incendiaron sus campos petroleros en 1991. De igual modo, el uso de agentes defoliantes en Vietnam y Afganistán causó una marcada pérdida de hábitat.
Contamos con las convenciones para salvaguardar derechos de prisioneros de guerra y civiles. Pero necesitamos salvaguardas para el ambiente en tiempos de guerra y en las postrimerías de los conflictos… Los inocentes no deberían seguir sufriendo luego de que se silencian las armas , dijo Toepfer, del Pnuma.
*Publicado originalmente el 15 de noviembre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica. (FIN/Tierramérica/hr/dcl/ip/en/02