La producción cinematográfica argentina gana premios internacionales de la mano de nuevos realizadores y crece a ritmo acelerado pese al colapso económico, al punto de pasar de una docena de estrenos anuales en la primera mitad de la década de 90 a 50 en los últimos tres años.
El éxito del cine en medio de la depresión económica más larga de la historia de Argentina se explica básicamente por el hecho de que las crisis suelen incentivar la expresión artística y porque se comienza a cosechar los resultados de la gran expansión de las escuelas cinematográficas, según expertos.
El desempleo, la marginalidad y la soledad son temas del nuevo cine argentino que despiertan un gran interés en el público local e internacional, porque permiten conocer aspectos muchas veces ocultos de la crisis, señaló a IPS el director Manuel Antín, rector de la Universidad del Cine.
Antín dijo que la producción actual deriva absolutamente del nuevo fenómeno de las escuelas, pues todos los directores debutantes son egresados de esos institutos, cuyo número de alumnos creció de menos de un centenar en los años 80 a más de 10.000 en la actualidad.
Varios de los muchos jóvenes que, atraídos por el prestigio adquirido por el cine argentino desde los años 80, se sumaron a unas 30 escuelas existentes en Buenos Aires y en el interior del país son los responsables de exitosos largometrajes, producidos a bajo costo como trabajo final para obtener el título.
Un ejemplo de ello es el caso de Lucrecia Martel, directora de La Ciénaga, de Adrián Caetano, realizador de Bolivia y de Un Oso Rojo, o el de Pablo Trapero, con Mundo Grúa y El bonaerense.
Esas nuevas producciones, todas filmadas con escasos recursos financieros y en la mayoría utilizando actores desconocidos o aficionados, atravesaron con éxito los avatares de una economía en profunda crisis, con la industria y el comercio en retroceso y el desempleo y la pobreza en alza.
Este auge del cine es una muestra de que Argentina está atravesando una crisis material, pero no espiritual, destacó Antín.
Suscribió, además, un comentario publicado en septiembre por la revista especializada francesa Cahiers du cinemá (Cuadernos de Cine) respecto de que el cine argentino es inversamente proporcional a su crisis.
El fenómeno se observa tanto en los cines locales como en los festivales internacionales.
Entre los estrenos locales de cada semana aparecen de una a tres películas argentinas. En particular, en octubre se comprobó que por varias semanas seis de los 10 filmes con mayor cantidad de espectadores eran argentinos, y tres de ellos con muy buenas críticas.
Por otra parte, en los festivales europeos y de Estados Unidos es común la realización de ciclos de cine argentino y se calcula que la producción argentina cosechó en los últimos tres años en esos ámbitos alrededor de 50 premios. El director español Pedro Almodóvar confesó que produciría cualquier película de Martel.
Antín precisó que Argentina tiene el antecedente de haber sido el primer país de América Latina en desarrollar una industria cinematográfica.
El cine argentino nació con el cine mismo, antes de 1900, apuntó. Esa tradición se mantiene, aunque con altibajos, pues periódicamente surge sangre nueva como reacción al cine convencional, añadió.
Estos ciclos de renovación se vienen dando desde los años 60 y representan cambios en el lenguaje artístico.
En la década del 80, con el fin de la dictadura militar (1976- 1983), se verificó un florecimiento del cine nacional, porque había mucho que contar, puntualizó Antín, quien en esa época ocupaba la dirección del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales.
Los realizadores (de los años 80) contribuyeron a elaborar la historia de la represión, las torturas y la desaparición forzada de personas (perpetradas por la dictadura), a través de numerosas películas que lograron más de 200 premios internacionales y hasta un Oscar de la Academia de Hollywood, indicó.
En 1986 le fue otorgado el Oscar como mejor película extranjera a La historia oficial, de Luis Puenzo, que narraba el conflicto de una pareja de clase media que adoptó a una niña hija de desaparecidos durante la dictadura.
La dictadura había cerrado por entonces las pocas escuelas de cine que había en el país, y en los años 80 se reabrieron sólo dos, que contaron con menos de un centenar de alumnos.
Sin embargo, a partir de entonces la cantidad de interesados en seguir la carrera cinematográfica no hizo más que aumentar y ahora son miles.
La ventaja del gran número de alumnos es que el nuevo cine ya no se restringe a una línea temática, como ocurrió luego de la dictadura, sino que ofrece una enorme diversidad de temas, porque cada realizador apunta a contar lo que le interesa, resaltó Antín.
Como resultado de ese fenómeno, la cantidad de películas argentinas en las carteleras es cada vez mayor.
En los primeros años de la década del 90, pese a la estabilidad económica, se estrenaban entre 12 y 14 películas al año, pero a partir de 1995 el número saltó a 33 en promedio y desde entonces no ha dejado de crecer.
En 2000 se registraron 43 estrenos, más de la mitad óperas primas. En 2001 aumentó a 48, una cantidad sólo superada por las 54 películas de 1951, una época dorada del cine argentino.
En lo que va de este año ya se estrenaron 44 filmes nacionales, lo cual hace suponer que la tendencia continuará pese al colapso económico y social que afronta Argentina. (