El Protocolo de Kyoto, que intenta controlar el cambio climático, luce todavía más débil tras la última reunión global sobre el fenómeno, celebrada del 23 de octubre al 1 de noviembre en la capital de India.
La meta de establecer un régimen obligatorio para reducir la producción de gases de efecto invernadero que recalientan la atmósfera sigue siendo tan lejana como antes de la VIII Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, en Nueva Delhi.
Luego de 10 días de deliberaciones plenas de riñas y gestos airados, nadie podría asegurar que el mundo está más cerca de ese objetivo, previsto por la Convención adoptada hace una década.
Hasta que no se conoció la declaración final de la conferencia, el futuro del Protocolo de Kyoto, firmado en 1997 como instrumento de la Convención para reducir los gases que contribuyen al cambio climático, se veía negro.
Kyoto ni siquiera era mencionado en el primer borrador de esa declaración, divulgado por el ministro de Ambiente de India, T. R. Baalu, pero presuntamente pergeñado por Estados Unidos.
El Protocolo de Kyoto obliga a 38 países industrializados a reducir entre 2008 y 2012 sus emisiones de gases invernadero 5,2 por ciento respecto de las de 1990, y requiere la ratificación de países que representen 55 por ciento de tales emisiones mundiales, para entrar en vigor.
Los países que lo han hecho concentran hasta ahora 37,4 por ciento de las emisiones. La adhesión de Canadá y Rusia, que aún no se deciden, lo convertirían en obligatorio. Pero el retiro de Estados Unidos, que produce 25 por ciento del total de emisiones, pone en duda su eficacia.
El objetivo de la conferencia india era explorar mecanismos para acordar un régimen mundial de reducción global de emisiones, con responsabilidades compartidas por todos los países.
La convergencia de intereses entre bloques resultó sorprendente. Estados Unidos, que rechaza el Protocolo, y las naciones en desarrollo, que lo apoyan, coincidieron en que es preferible adaptarse al cambio climático que intentar mitigarlo, contrariando los esfuerzos de la Unión Europea (UE).
El principal negociador de Estados Unidos, Harlan Watson, sostuvo que los difíciles objetivos del Protocolo no sólo permiten asegurar que Washington jamás lo ratificará, sino que los países en desarrollo no estarán dispuestos a cumplir siquiera compromisos mucho más leves previstos para ellos.
Y pareció tener razón. El discurso del primer ministro de India, Atal Bihari Vajpayee, quien criticó duramente los intentos de atar a las naciones en desarrollo a algún tipo de compromisos, encantó a Estados Unidos y enfureció a la UE.
Con habilidad, Vajpayee se deshizo de las acusaciones de que estaba respaldando a Estados Unidos, al reclamar lo imposible: equidad en los derechos individuales a los recursos ambientales globales.
Sin embargo, gracias a los esfuerzos de la UE, la declaración final dice enfáticamente: Las partes que han ratificado el Protocolo de Kyoto exhortan con firmeza a las partes que aún no lo han hecho a ratificar el Protocolo en tiempo y forma.
Detrás de este aparente consenso hubo toda clase de divisiones. La abierta hostilidad entre la UE y Estados Unidos pudo haber beneficiado a las naciones en desarrollo, pero las cosas no fueron así.
Muchos países del bloque europeo hubieran preferido rechazar, junto a Washington, los drásticos recortes de emisiones prescritos por Kyoto.
La UE no hizo más que hablar sobre futuros compromisos para los países del Sur, antes siquiera que se implementen los de las naciones industrializadas, siguiendo la táctica de reclamar lo imposible.
Pero el hecho inocultable es que Kyoto es todavía un instrumento inadecuado para enfrentar los estragos que ya experimenta el clima de la Tierra y, peor aún, que todavía persiste una renuencia general a afrontar la evidencia científica sobre el cambio climático.
El ministro de Ambiente de Alemania, Jurgen Trittin, puso las cartas sobre la mesa al afirmar que las negociaciones sobre el cambio climático no siempre siguen las mejores recomendaciones científicas o incluso económicas, sino más bien las compulsiones políticas.
Los gobiernos son elegidos por el pueblo y las decisiones deben lograr aceptación política, sostuvo.
Rusia, que se había comprometido a ratificar el Protocolo este año, alegó demoras por problemas de procedimiento, como la lentitud en la traducción de documentos de trabajo, quizás en espera de concesiones financieras o políticas.
El negociador ruso Yu Izrael cuestionó incluso el sustento científico del Protocolo de Kyoto, pese a que integra el equipo de investigadores del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático.
Watson pronosticó que emergerán dos regímenes para controlar el cambio climático: Kyoto y sus desertores. Y no descartó tampoco múltiples sistemas, añadiendo que su país intentaría alcanzar acuerdos bilaterales.
La conferencia tampoco logró que el mundo industrial reconociera el principio de que el que contamina paga, ni que permitiera que las naciones pobres o las comunidades litiguen a un país industrializado por su responsabilidad en el cambio climático.
Entretanto, el calentamiento del planeta sigue cobrando víctimas: mató este año a más de 9.000 personas y causó pérdidas económicas por 70.000 millones de dólares, según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.
* Publicado originalmente el 9 de noviembre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica. (FIN/Tierramérica/rd/dcl/en/02