Las elecciones de este jueves en Pakistán significan para Estados Unidos un paso hacia la democracia, aunque opositores y grupos de derechos humanos afirman que son apenas una treta para perpetuar al régimen militar en el poder.
Los primeros comicios bajo el gobierno de Pervez Musharraf tendrán lugar en un marco internacional muy cambiado desde que el general tomó el poder en octubre de 1999, dado que Islamabad es ahora un aliado clave de Washington en la guerra contra el terrorismo.
Además, la democracia o falta de democracia en el mundo islámico se ha vuelto un tema de discusión internacional desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, atribuidos a extremistas musulmanes.
Estados Unidos está comprometido con la democratización y la promoción de la libertad en el mundo musulmán, destacó Condoleeza Rice, consejera de seguridad nacional del presidente estadounidense George W. Bush.
La estrategia de Washington para promover la democracia en los países islámicos implica en algunos casos acciones militares para lograr cambios de régimen, como en Afganistán el año pasado o como se propone hacer Bush en Iraq.
Pero Pakistán es un caso diferente. El gobierno militar se congració con Estados Unidos el año pasado al facilitarle la guerra en Afganistán para derrocar al régimen Talibán (antiguo aliado de Islamabad), que albergaba al principal sospechoso de los atentados del 11 de septiembre, el saudí Osama bin Laden.
Ahora, las elecciones ofrecerán una fachada de democracia al dar paso a un régimen cuasicivil en que las facultades del parlamento o del primer ministro estarán limitadas por una presidencia que concentrará la mayoría de los poderes, si no todos.
Musharraf se aseguró esa preponderancia mediante un polémico referendo el pasado abril que le permitió extender su presidencia cinco años más.
Asimismo, el mandatario hizo aprobar 29 enmiendas constitucionales que no podrán ser revisadas ni derogadas por el próximo parlamento.
Las enmiendas otorgan a los militares mayor influencia en la política mediante la creación de un Consejo de Seguridad Nacional supraparlamentario, que Musharraf mismo encabezará, y a través de la facultad presidencial de disolver la asamblea nacional, entre otros poderes.
La independiente Comisión de Derechos Humanos de Pakistán criticó la reforma constitucional y acusó al gobierno de utilizar la maquinaria del Estado para manipular el proceso electoral.
Los líderes de los dos principales partidos de oposición, los ex primeros ministros Nawaz Sharif y Benazir Bhutto, están exiliados y proscriptos, y las manifestaciones políticas están restringidas, arguyó la Comisión.
El régimen militar tiene dos objetivos claros en las elecciones de este jueves.
En el plano internacional, el gobierno se propone obtener un sello de aprobación, para poder afirmar que el régimen civil ha sido reinstaurado tres años después del último golpe militar.
En el plano doméstico, el propósito de los comicios para las autoridades es ungir una democracia militar. Como dijo el propio Musharraf, el Nuevo Orden obtendrá el sello de democracia.
Sin embargo, aunque las elecciones no modificarán la estructura de poder, inyectarán a la vida política una nueva dinámica con el potencial de alterar el statu quo establecido tras el golpe de Estado de 1999.
Por más influenciables que sean los políticos, deberán rendir cuentas a sus respectivos electores civiles y no sólo a sus mentores militares.
Los políticos pakistaníes son sobrevivientes que saben cómo adaptarse a nuevas realidades.
En cambio, los militares no tienen esa facilidad de adaptación, porque su mentalidad rígida los hace renuentes a cualquier negociación, que consideran sinónimo de sometimiento. Este es el problema esencial de la transición del régimen militar al civil.
Paradójicamente, pese al desprecio de los militares por los políticos civiles, todos los golpes militares de Pakistán tuvieron al comienzo el respaldo de amplios sectores de las fuerzas políticas organizadas.
La clase política es, entonces, una importante base de poder para cualquier gobernante militar.
Hoy en día, gran parte de la fuerza de Musharraf se debe – aparte del apoyo de Washington- a la debilidad y desunión de los partidos políticos.
La realidad actual es que todos los partidos pakistaníes apuestan a la jugada del régimen militar, aceptan sus normas y siguen caminos distintos para competir entre sí, en lugar de unirse.
Tampoco ofrecieron una visión alternativa en lo nacional ni en lo internacional. Salvo la derecha religiosa, ningún partido se atrevió a cuestionar la política exterior luego de los atentados del 11 de septiembre ni el apoyo a la guerra contra el terrorismo, por temor al enojo de Washington.
Luego de las elecciones, el parlamento podría causar problemas a Musharraf, aunque hasta ahora el presidente ha demostrado ser un negociador pragmático, dispuesto a realizar acuerdos con sus adversarios si eso le produce algún beneficio.
Sólo después de los comicios será posible saber hasta qué punto el régimen militar está dispuesto a ceder poder. (FIN/IPS/tra-en/mh/aag/js/mlm/ip/02