INFANCIA-PERU: Esclavas del hogar

Una invisible legión de niños y niñas trabajan en condiciones de semi esclavitud en Perú, incluidas unas 100.000 empleadas domésticas menores de 14 años, en su mayoría indígenas emigrantes del campo.

Las niñas que se desempeñan en el servicio doméstico de Lima y otras grandes ciudades trabajan de modo ”casi invisible, pues lo hacen en el ámbito más privado que existe, el interior del hogar, fuera de los sistemas oficiales de control laboral”, explicó Liliana Vega, coordinadora del plan Trabajo Infantil Doméstico.

”Las condiciones en que se realiza el trabajo doméstico, en especial en Africa y América Latina y específicamente en Perú, suelen ser sumamente penosas, de extrema explotación y marginación”, indicó Vega, responsable del programa promovido por la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

El trabajo doméstico en las ciudades a cargo de indígenas que se ven obligadas a dejar su hogar cuando aún son niñas se remonta a la época de la colonia española y refleja la ancestral pobreza de los campesinos, que se ha agudizado en los últimos años a causa de la recesión económica y la crisis de precios agrícolas.

Perú ha ratificado los convenios 138 y 182 de la OIT, que establecen la edad mínima laboral y exigen la erradicación de las peores formas de trabajo infantil.

Además, el gobierno de Alejandro Toledo anunció la próxima puesta en marcha de un programa para eliminar progresivamente el trabajo de menores de 14 años, comenzando por los más penosos.

Ambas acciones tienden a solucionar un problema que afecta, según datos oficiales, entre 1,2 y 1,5 millones de niños, niñas y adolescentes, que trabajan para contribuir al ingreso familiar o directamente para su propia sobrevivencia. Muchos de esos menores se desempeñan en tareas peligrosas.

Portavoces del gobierno señalaron que en los próximos 10 años se espera eliminar las formas más penosas de trabajo infantil, como el realizado en minas, canteras, lavaderos de oro, elaboración de ladrillos y reciclado de basura.

María del Carmen Bailetti, de la oficina de la Defensoría y Promoción de la Niñez del Ministerio de la Mujer y el Desarrollo Social, explicó que el país ”cuenta con un contexto jurídico favorable para abordar y resolver progresivamente los problemas sociales derivados del trabajo de niños y adolescentes”.

Sin embargo, algunos expertos señalan que en los planes del gobierno no se incluye el trabajo en hogares ejercido por niñas de entre seis y 13 años, pese a la advertencia de la OIT de que ellas constituyen uno de los sectores más vulnerables a la explotación y abuso laboral.

Bailetti admitió que ”las labores infantiles de servicio doméstico no sólo se encuentran entre las menos reguladas y las peor remuneradas sino que constituyen una de las ocupaciones más desprestigiadas y estigmatizadas socialmente”.

El documento de la OIT sobre la situación del trabajo infantil en el mundo indica que las niñas que sirven en hogares ajenos merecen atención prioritaria, porque ese trabajo está fuera de control y ellas son explotadas en mayor medida y reciben menor remuneración que los niños varones que laboran.

Las niñas campesinas de Africa y de la mayoría de los países latinoamericanos comienzan a trabajar en sus propios domicilios desde los cuatro años, ayudando en las tareas agrícolas, y desde los siete años colaborando con sus madres en las tareas domésticas y en el cuidado de sus hermanos menores.

Muchas de esas niñas son entregadas luego a familias que viven en las ciudades, para que sean alimentadas a cambio de la posibilidad de estudiar.

Una investigación efectuada por la OIT en Perú india que ”50 por ciento de las niñas empleadas no reciben remuneración alguna por su trabajo, en tanto que sólo siete por ciento de los niños que trabajan no reciben ninguna remuneración”.

La jefa del departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Médica Cayetano Heredia, antropóloga Aime Buitron, expresó que ”el trabajo de las niñas sirvientas se desempeña en medio de abusos, maltratos, humillaciones y aislamiento, condiciones que afectan su salud física y mental, pues lesionan su autoestima”.

”Lo más grave, por las secuelas emocionales y los embarazos indeseables que se producen con lamentable frecuencia, es que esas pequeñas son víctimas a menudo de violación o acoso sexual por parte de sus empleadores”, añadió.

”La mayoría de las familias que tienen niñas en su servicio doméstico no perciben esa circunstancia como un problema social y, por el contrario, consideran que están ayudando a las pequeñas porque les permiten vivir en su casa y les proporcionan alimento”, comentó Vega.

”Las niñas tienen que trabajar jornadas de 12 horas a cambio de alojamiento y comida, además de que en la mayoría de los casos sus empleadores no las envían a la escuela o hacen que se retrase el inicio escolar de cuatro años en promedio”, apuntó.

Una investigación sobre el trabajo doméstico infantil, que se realiza con el respaldo de la OIT en Lima, en la meridional ciudad de Cusco y en la noroccidental Cajamarca, trata de hacer visible el problema y definir sus características para luego proponer programas de erradicación.

Bailetti, Vega y Buitron admitieron que el ámbito privado en el que se desarrolla el trabajo doméstico y la actitud de los empleadores y padres de las menores hacen difícil la implementación de planes para erradicar de modo progresivo esta práctica.

Además, por lo general estas niñas y adolescentes no desean que se elimine esa modalidad de trabajo, según señalaron a IPS residentes de ”La casa de Panchita”, una entidad de ayuda a menores que se desempeñan en el servicio doméstico en Lima creada por la no gubernamental Asociación Grupo de Trabajo Redes.

”Si se les pregunta a las niñas si se arrepienten y quieren regresar a sus casas, la mayoría dirá que están mejor aquí, porque todo es bonito, hay cines, televisión y los domingos pueden encontrarse con amigas”, explicó Zenaida Huaman, una joven empleada.

Por su parte, Victoria Condori comentó que, ”aunque a veces los patrones no cumplen con enviarnos a la escuela, cuando crecemos un poco podemos cambiar de trabajo y conseguir empleo con alguna familia que nos dé permiso para ir a estudiar”.

Condori tiene 23 años, pero llegó a la capital desde su Cusco natal hace 17 años de la mano de sus tíos, que la entregaron a una familia limeña para la que trabajó cinco años y nunca la enviaron a la escuela.

Ahora sigue trabajando como empleada doméstica, es cocinera, y tras sucesivos cambios de patrones ha defendido su propósito de estudiar y ahora cursa secundaria en una escuela nocturna.

Cada domingo Condori concurre a ”La casa de Panchita”, ubicada en Lince, un barrio popular de Lima, donde activistas la ayudan en sus estudios.

”Hay libros y una señorita me ayuda en matemáticas. Pero yo también ayudo a repasar y hacer sus tareas escolares a otras, más jóvenes o más atrasadas que yo y que estudian primaria”, comentó con satisfacción. (FIN/IPS/al/dm/pr hd/02

Archivado en:

Compartir

Facebook
Twitter
LinkedIn

Este informe incluye imágenes de calidad que pueden ser bajadas e impresas. Copyright IPS, estas imágenes sólo pueden ser impresas junto con este informe