El temor se apoderó de Asia sudoriental este viernes, cuando dos explosiones en la capital de Filipinas se sumaron a las dos bombas que estallaron el jueves en la meridional isla de Mindanao.
Una bomba destrozó un autobús que viajaba por una autopista en Quezon City, en las afueras de Manila, a las 10.15 de la mañana hora local, matando al menos a tres personas e hiriendo a otras 20.
Asimismo, una granada de fragmentación explotó en la capital, otra fue hallada sin estallar en el lujoso vecindario de Forbes Park, mientras las amenazas de bombas perturbaron la jornada laboral en varios edificios de toda la ciudad.
Los incidentes se produjeron seis días después del ataque con dos coches bomba cometido el pasado sábado en la isla turística de Bali, Indonesia, y que mató a más de 180 personas e hirió a más de 300.
Aunque la inestabilidad y los actos de violencia política no son extraños para los filipinos, el temor parece haber aumentado luego del ataque de Bali.
La pregunta que recorre las capitales de Asia sudoriental es ¿dónde golpearán los terroristas la próxima vez?, sostuvo este viernes el analista político Amando Doronila, en una columna publicada este viernes en el Philippine Daily Inquirer.
El temor ya afecta la economía. El peso filipino cayó este viernes a 53,29 por dólar, el valor más bajo de los últimos 14 meses.
El incidente de Bali fue malo, (las bombas de la meridional ciudad) de Zamboanga no están ayudando, y el mercado reacciona en forma instintiva, dijo el vicepresidente del Banco Central, Amando Tetangco.
Las dos explosiones perpetradas en Zamboanga el jueves, provocaron al menos siete muertes y 149 heridos. Y se suman a crímenes similares en isla de Mindanao, de la que forma parte esa ciudad, cometidos el 2 de este mes y el 25 de septiembre.
Las autoridades no han establecido ningún vínculo entre el ataque de Bali y los perpetrados en Filipinas.
Sin embargo, las explosiones de Indonesia fueron inicialmente atribuidas por Yakarta a la red Al Qaeda —a la que Washington responsabiliza de los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra su territorio—, y posteriormente a la organización Jemaah Islamiya, que intenta crear un estado panislámico en Asia sudoriental.
No podemos suponer nada. Estamos considerando todas las posibilidades, dijo el jefe del Consejo de Seguridad Nacional de Filipinas, Roilo Golez.
Pero este mismo viernes, militares filipinos acusaron al grupo islámico separatista Abu Sayyaf de perpetrar las explosiones de Zamboanga.
Esta organización de unos 1.000 rebeldes proclama su propósito de establecer un estado islámico, pero para muchos no es más que una banda de delincuentes y Estados Unidos considera que forma parte de la red Al Qaeda.
La alarma cunde en la región, en especial en los 10 países que forman parte de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean), que ha declarado su apoyo a la guerra internacional contra el terrorismo, y temen ahora ser blanco de ataques sincronizados.
El clérigo musulmán de Indonesia y líder de Jemmah Islamiya, Abu Bakar Ba'asyir, estuvo involucrado en el pasado en actos de violencia política en la región, arguyó la funcionaria de inteligencia filipina María Concepción Clamor, en un seminario sobre seguridad celebrado este viernes ne Singapur.
Estamos apenas desenredando una vasta madeja clandestina de organizaciones, células y grupos de apoyo terroristas, dijo Clamor, integrante de la Agencia de Coordinación de Inteligencia de Filipinas.
El primer ministro de Singapur, Goh Chok Tong, también expuso su miedo a que organizaciones terroristas procuren atracar objetivos fáciles como Asia sudoriental, mientras los gobiernos de otras regiones, como Medio Oriente, limitan a los movimientos militantes.
Si efectivamente las bombas son obra de grupos extremistas vinculados a Al Qaeda, podrían constituir la expresión de crecientes sentimientos antiestadounidenses, alimentados por los planes (de Washington) de invadir Iraq, apuntó el analista Doronila.
La prensa estadounidense informó que los gobiernos de Asia oriental alertaron a Washington en privado que un ataque unilateral contra Iraq radicalizaría a las comunidades musulmanes de la región, tradicionalmente moderadas.
Pero Doronila también atribuyó las explosiones en Zamboanga — un área predominantemente cristiana rodeada de provincias musulmanas— a la estrecha identificación entre el gobierno de la presidenta filipina Gloria Macapagal-Arroyo con la política de guerra del presidente estadounidense George W. Bush.
Macapagal-Arroyo reiteró su apoyo a la guerra contra el terrorismo declarada por Bush tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington.
La actual alianza Filipinas-Estados Unidos es una sociedad moral. Ofrecimos asistencia política, de seguridad y humanitaria a Estados Unidos en la defensa de sus más vitales intereses contra el terrorismo, que coinciden con los nuestros, dijo la gobernante.
Macapagal-Arroyo anunció que las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y Filipinas realizarán en el segundo semestre de 2003 ejercicios militares conjuntos, continuación de los celebrados este año en la isla de Mindanao, zona de combate entre el gobierno y Abu Sayyaf.
Funcionarios del Departamento (ministerio) de Defensa de Estados Unidos afirmaron que Filipinas es el segundo frente en la guerra contra el terrorismo luego de Afganistán.
En las vísperas del atentado en Bali, Macapagal-Arroyo había reiterado su propuesta de un diálogo regional para adoptar medidas contra el terrorismo, y ofreció Manila como sede.
Los ministros de Relaciones Exteriores de la Asean firmaron en julio un tratado con Estados Unidos en que se comprometen a congelar los bienes de organizaciones terroristas, mejorar las patrullas fronterizas y compartir información de inteligencia.
El atentado en Bali pondrá a prueba la vigencia del acuerdo.
Antes de las explosiones, el intercambio de información de inteligencia había sido particularmente intenso entre Filipinas, Malasia y Singapur, cuyas autoridades persiguen a integrantes de Jemaah Islamiya. (FIN/IPS/tra-eng/ip/ms-js/js/dcl-mj/ip/02