ARGENTINA: La clase media que se perdió en la tormenta

Millones de argentinos que un año atrás formaban parte de la clase media fueron empujados a la pobreza e incluso a la indigencia por el colapso económico, que podría provocar una brecha irreversible entre ricos y pobres.

En diciembre de 2001, 30 por ciento de los 36 millones de argentinos eran ”no pobres”, pues tenían ingresos superiores a 1.040 pesos argentinos (entonces equivalentes a 1.040 dólares) que requería una familia de cuatro personas para vivir dignamente, sostiene una investigación de la consultora CCR.

Tras la crisis desatada ese mes, que provocó la caída del gobierno de Fernando de la Rúa y el fin del régimen de convertibilidad que mantenía el valor del peso igual al del dólar, la cantidad de ”no pobres” cayó a 20 por ciento del total, asegura el estudio.

Con la inflación desatada en enero —que ya acumula casi 40 por ciento—, aquel ingreso mínimo requerido se elevó a 1.420 pesos, que con la devaluación de la moneda equivalen ahora a 380 dólares, dijo a IPS el autor del estudio, Guillermo Oliveto.

Además, algunos salarios fueron rebajados y el desempleo es creciente.

Si bien 51 por ciento de los habitantes viven en la pobreza o la indigencia, si se considera el sector medio que hasta deciembre había eludido la pobreza pese a la declinación económica de los años 90, entonces los ”empobrecidos” son ahora 80 por ciento del total, arguye el estudio.

Por ejemplo, una pareja conformada por un maestro y una profesora universitaria, con empleos que requieren capacitación, pueden no alcanzar ingresos de 1.420 pesos.

Si además tienen hijos, el ingreso por persona cae aún más, y se convierten así en ”nuevos pobres” o empobrecidos, aunque tengan vivienda propia, educación y empleo.

”Hay en este momento una profunda discusión entre los académicos del área social y los que trabajamos en el área de mercado, porque observamos que es difícil definir quiénes están y quiénes no en la clase media”, subrayó Oliveto.

Hay quienes perteneciendo a sectores sociales acomodados han caído incluso en la indigencia, añadió.

En su opinión, si el gobierno que debería asumir en mayo próximo no pone fin al deterioro económico, ”la estructura social tenderá a parecerse con el tiempo a la de otros países latinoamericanos donde hay dos extremos muy marcados”.

Si se logra revertir la depresión, es posible que la clase media no desaparezca.

De momento, y para aguantar la tormenta, casi 80 por ciento de los consultados en encuestas aseguran haber cambiado sus hábitos de consumo.

Las tiendas de ”todo por dos pesos”, clásicas en los años 90 cuando un peso equivalía a un dólar, ceden terreno ahora a las que ofrecen ”todo suelto”: alimentos y productos de limpieza a granel.

Los pañales descartables, cuyo precio aumentó más de 100 por ciento, son un lujo, y han vuelto a venderse los de tela.

Los teléfonos móviles, símbolo de modernidad y bienestar económico en la década pasada, están en retirada. Este año casi 330.000 portátiles fueron devueltos por los clientes.

Hasta la leche es vendida ahora directamente por las fincas lecheras en ciudades pequeñas y aldeas, eludiendo el paso por las industrias que se ocupan de la pasteurización, un proceso que elimina bacterias y la hace más segura.

Es que la leche pasteurizada aumentó 65 por ciento en lo que va del año, y hasta el Ministerio de Salud tuvo que admitir que ”el peor riesgo es morir de hambre”.

Según el gubernamental Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, del total de personas que no eran pobres en octubre de 2001, 22 por ciento cayó en la pobreza y 5,2 por ciento en la indigencia siete meses después.

Es el caso de quienes tenían un empleo, y al perderlo se quedaron sin una red de contención para evitar la caída.

Algunos salieron a las calles a recoger papeles y cartones desechados que venden para reciclar. Dedicados a esta recolección informal pueden encontrarse electricistas, carpinteros, obreros de la construcción o ex empleados.

La comunidad judía, la mayor de América Latina, que formaba parte de los sectores medios y acomodados de Argentina, padece un deterioro que ha desbordado a las instituciones sociales de la colectividad y que fuerza a muchos de sus integrantes a emigrar a Israel, enfrascada en un sangriento conflicto con Palestina.

Quienes acuden a las organizaciones de asistencia conservan rastros del pasado de bonanza, como la vestimenta, pero han perdido sus casas y empleos, y si tienen suerte rentan una vivienda.

”¿Cómo vamos a comer en la misma habitación donde dormimos?”, ”¿cómo voy a trabajar de chofer?”, se preguntan ante los trabajadores voluntarios que los entrevistan.

Aumentan los casos de depresión y otras patologías mentales en la clase media, frustrada por perder su capacidad de consumo y sus perspectivas de ascender en la estructura social, sostuvo el psiquiatra Marcos Berstein, terapeuta familiar y asesor de la Organizacón Panamericana de la Salud.

”La gente siente que si no tiene, no es”, porque la identidad de su clase está construida en base al poder de comprar determinados bienes y acceder a ciertos servicios, explicó.

”Hay una gran intolerancia a no tener, pero también hay sectores que se dan cuenta de que el problema no es individual y logran tejer una red de intereses comunes”, acotó.

Las protestas callejeras con golpes de cacerolas, decisivas en la renuncia de De la Rúa, fueron protagonizadas por la clase media, en especial cuando los ahorros individuales quedaron atrapados en los bancos, en virtud de las restricciones a los retiros que aún se mantienen.

Otro fenómeno emergente son las redes de trueque, en las que casi un tercio de la población intercambia bienes y servicios que necesita para subsistir.

”El empleo para toda la vida dejó de existir, pero hay trabajo y se llama autoempleo”, explicó Marita Salvat, directora de la Fundación Salvat, que asiste a los nuevos pobres.

La institución dicta seminarios sobre asuntos como la estima personal y talleres para que los nuevos sectores empobrecidos descubran que ”más que buscar un empleo, se puede ofrecer un servicio”, relató.

En 1970, cuando la distribución de la riqueza alcanzó el máximo grado de equidad en el país, 70 por ciento de los consultados en encuestas decían pertenecer a la clase media, que exhibía divisiones: clase media alta, media media y media baja, afirma un estudio efectuado a inicios de los años 90 por el sociólogo Alberto Minujín.

En 2001, apenas 33 por ciento de los consultados por CCR se consideraba parte de la clase media.

Los más precavidos de la reducida franja de privilegiados sufren a tal grado el temor a perderlo todo, que prefieren emigrar.

Cincuenta y seis por ciento de los entrevistados por el no gubernamental Centro Nueva Mayoría afirman que ”querrían irse si puedieran”.

La pareja conformada por una profesora y un profesional, Claudia y Pablo Barrau, comentó con tristeza a IPS que no esperará que llegue ”ese momento”.

”No soporto pensar que no tengamos dinero para comprar medicamentos. Prefiero irme antes de que sea tarde”, dijo Barrau. Partirán a Barcelona, España, abandonando su bonita casa con jardín y piscina y arrancando a sus dos hijos adolescentes de un colegio privado.

”Por suerte tengo pasaporte europeo”, añadió el padre, recordando que alguna vez sus abuelos huyeron de Alemania y encontraron en Argentina una tierra donde prosperar. (FIN/IPS/mv/dcl/dv/pr/02

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