AMBIENTE-AMERICA CENTRAL: Al rescate de joyas coralinas

Pescadores, ecologistas y gobernantes intentan preservar el segundo arrecife de coral más grande del planeta, frente a las costas caribeñas del sur de México y América Central, amenazado por la contaminación, el turismo y la pesca descontrolada.

Una iniciativa multinacional enfrenta las amenazas que se ciernen sobre el Arrecife Mesoamericano, un tesoro biológico de 1.000 kilómetros sobre el mar Caribe, que nace en las costas del meridional estado mexicano de Yucatán y se extiende frente a Belice y Guatemala, hasta la bahía de los Cayos Cochinos, en Honduras.

Los gobiernos de las cuatro naciones pusieron en marcha en junio de 2001 un proyecto para proteger el arrecife, el Sistema Arrecifal Mesoamericano (SAM), y decenas de pescadores impulsan métodos de pesca sustentable, con apoyo de empresas y organizaciones independientes.

”Esta joya de la diversidad biológica marina no debe ser destruida sino aprovechada para la sociedad de manera inteligente”, dijo a Tierramérica el viceministro de Recursos Naturales y Energía de Honduras, Gerardo Salgado.

El SAM, un plan de 15 años, fomenta la creación coordinada de áreas marinas protegidas, el manejo pesquero sustentable, el turismo respetuoso del ambiente y la educación de la población. La iniciativa cuenta con financiación del Fondo Mundial del Ambiente (GEF) del Banco Mundial.

Existe el propósito de que se integren al SAM los gobiernos de Costa Rica, El Salvador, Nicaragua y Panamá, para proteger parches coralinos que subsisten en sus costas.

Más de dos millones de personas dependen de actividades marinas en el Arrecife Mesoamericano —el segundo del mundo después de la Gran Barrera de Coral de Australia, en el océano Pacífico—, cuya destrucción afectaría la cadena de la vida en los océanos, advierten los científicos.

”Si no lo conservamos habrá un gran impacto en la economía regional, principalmente en la pesca y el turismo”, aseveró a Tierramérica la costarricense Silvia Marín, representante en América Central del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF).

El WWF es una de las organizaciones que se suman a los esfuerzos por conservar este ecosistema, una inmensa usina de formas de vida, donde se refugian, crecen y reproducen más de 500 especies de peces tropicales, cuatro especies de tortugas marinas y el pez más grande del planeta, el tiburón ballena, entre otras.

Pero la contaminación del agua, la pesca descontrolada, la extracción de materiales como recuerdos turísticos y las enfermedades del coral ponen en riesgo su existencia, sostuvo Marín.

El coral es un animal marino que vive en colonias, en aguas cálidas y poco profundas. Las colonias forman un esqueleto calcáreo, el arrecife. Pero para lograrlo necesitan de las algas. Mediante la fotosíntesis, éstas producen el carbonato de calcio que fija el coral al arrecife, y el oxígeno que otros seres vivos necesitan para respirar.

”Este arrecife está amenazado tanto por presiones naturales como por el ser humano”, explicó a Tierramérica el biólogo Adrián Oviedo, director de la Fundación Hondureña para los Arrecifes Coralinos, que trabaja con los pescadores locales.

En la porción mexicana del arrecife, el turismo es responsable del mayor daño.

Pero el coral también está amenazado por el blanqueamiento, una enfermedad que los científicos atribuyen al calentamiento del agua, y por la contaminación que enturbia el mar e impide la llegada de la luz solar, imprescindible para la fotosíntesis.

La Fundación, creada por empresarios, cuenta con una estación científica en los Cayos Cochinos, archipiélago ubicado 450 kilómetros al norte de Tegucigalpa, que debe su nombre al pez cochino.

”Ahora sabemos que debemos proteger el arrecife”, dijo a Tierramérica Félix Valerio, habitante de la isla Chachahuate. Decenas de pobladores de la etnia garífuna, como Valerio, se han sumado a la pesca sustentable.

Los pescadores acordaron restringir la captura de ciertas especies en áreas determinadas y durante algunas épocas del año, y alertan a la estación científica cuando detectan la presencia de barcos pesqueros de gran calado que violan la prohibición de pesca masiva.

”Si no lo hacemos, los hijos de nuestros hijos no conocerán muchos de los peces que hoy disfrutamos y no tendrán qué comer”, concluyó Valerio.

* Publicado originalmente el 17 de agosto por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica. (FIN/Tierramérica/nms/dcl/en/dv/02

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