AMBIENTE-AMERICA CENTRAL: Unir árbol con árbol

El Corredor Biológico Mesoamericano (CBM) se propone restaurar la cadena de bosques que hace poco unía América del Sur y del Norte.

Impulsado por los gobiernos de América Central y México, el CBM procura vincular los fragmentos de lo que fue la franja boscosa de Mesoamérica, una de las zonas de mayor diversidad biológica del mundo, que se reduce 400.000 hectáreas por año.

Pero organizaciones ecologistas aseguran que el CBM no pasa aún de las buenas intenciones, pues pese a los avances en la legislación ambiental, los gobiernos de la región carecen de recursos y voluntad para detener, por ejemplo, la deforestación.

Si esta tendencia continúa, en 2015 se habrán acabado los bosques en la franja de 770.000 kilómetros cuadrados que comprende Belice, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá, y cinco estados del sudeste de México: Campeche, Chiapas, Quintana Roo, Yucatán y Tabasco.

”El CBM es una estrategia para recuperar la continuidad del árbol con el árbol, del hombre con el hombre y del agua con el agua”, dijo a Tierramérica el secretario ejecutivo de la intergubernamental Comisión Centroamericana de Ambiente y Desarrollo (CCAD), Mauricio Castro.

Avalado en 1997 por los gobiernos de los ocho países, el CBM tiene que lidiar con problemas ambientales alarmantes que afectan la calidad de vida de 34 millones de personas, como la deforestación, la extracción descontrolada de recursos naturales y la fragmentación de las áreas silvestres, en una región que alberga siete por ciento de todas las formas de vida conocidas hasta ahora.

El concepto de corredor biológico aún está en debate. Su acepción básica indica una amplia senda que conecta áreas protegidas, para contrarrestar la primera causa de la extinción de animales y plantas: la fragmentación de los hábitats, causada por el avance de la actividad humana.

Este fenómeno reduce el área total de los ecosistemas y los quiebra en parches aislados.

Los corredores permiten que los seres vivos de las áreas silvestres se desplacen entre una y otra, o entre uno y otro fragmento de ecosistema.

Esta recuperación es esencial para mejorar la vida de la población y el desarrollo económico de la región.

Por ejemplo, la ”extinción del jaguar (Panthera onca) podría provocar una reacción en cadena que afectaría a muchas especies, e incluso a cualquier persona en su vida cotidiana”, explicó a Tierramérica el biólogo Eduardo Carrillo.

Si los jaguares desaparecieran, se alteraría la cadena alimenticia, pues habría más herbívoros y más degradación del bosque. Eso conduciría a menos agua, menos plantas y menos madera para las personas, explicó.

El gran sendero biológico permitiría al jaguar —que requiere un área mínima de 25 kilómetros cuadrados para sobrevivir— disponer de grandes extensiones de bosques para desplazarse, reproducirse y alimentarse.

”Si protegemos los bosques de manera conjunta, protegemos a todas sus especies. Es la única manera de conservar el ambiente pues la naturaleza no conoce fronteras”, apuntó Carrillo, de la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre, con sede en Nueva York.

La iniciativa cuenta con la participación de agencias internacionales, organizaciones no gubernamentales, empresas y comunidades, y fomenta la investigación, la educación ambiental y las estrategias de desarrollo sustentable de la población.

”La idea es que en esta región promovamos el desarrollo humano de manera sustentable. Así garantizamos la existencia de agua, semillas y menos vulnerabilidad”, explicó Castro.

La CCAD dirige el Programa de Consolidación del CBM, iniciado en 2000 con una duración de seis años, para profundizar la construcción del corredor en los ámbitos nacionales.

Su presupuesto de 16,6 millones de dólares fue aportado por el Fondo para el Medio Ambiente Mundial, la Cooperación Técnica Alemana (GTZ) y los gobiernos de la región.

Pero aunque ”la idea es necesaria”, hay poca información sobre el CBM entre las organizaciones ambientalistas de El Salvador, ”fuera de unos afiches que se ven en algunas oficinas elegantes”, dijo a Tierramérica Mauricio Sermeño, de la Unión Ecológica Salvadoreña.

Ricardo Navarro, director del Centro de Tecnología Apropiada de El Salvador, fue más lejos. Según el activista, el CBM es un ”maquillaje verde” para lograr la adhesión de los ecologistas a proyectos económicos neoliberales como el Plan Puebla Panamá, una iniciativa regional de desarrollo lanzada en 2001 por los gobiernos mesoamericanos.

El hecho de unir a ocho países para conservar la biodiversidad ya es un logro, apuntó el ecologista hondureño Jorge Varela, director del independiente Comité para la Protección de la Flora y Fauna del Golfo de Fonseca, una zona compartida por El Salvador, Honduras y Nicaragua sobre el océano Pacífico.

Pero el problema es la voluntad política, señaló. ”En 1999 se promulgó la ley de áreas protegidas del Golfo de Fonseca. Es muy buena, pero la destrucción de los manglares continúa”, explicó.

Otros ambientalistas de la región dijeron a Tierramérica que se requiere más énfasis para consolidar las áreas protegidas que ya existen, así como mecanismos para que el CBM genere recursos económicos propios.

Los defensores de la iniciativa señalan sus logros, como el avance en la interconexión de áreas boscosas, la creación de corredores biológicos locales, más conciencia de las comunidades y la conclusión y divulgación de investigaciones científicas.

Para unos y otros el éxito del corredor contribuiría en gran medida a la estabilidad social y ambiental de la región. También se salvaría el jaguar, que desde la era de los mayas se hace oír en las selvas de Mesoamérica.

*Publicado originalmente el 6 de julio en la red latinoamericana de diarios de Tierramérica. Colaboraron para este artículo Blanca Abarca/El Salvador y Thelma Mejía/Honduras. (FIN/Tierramérica/nms/dcl/en/dv/02

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