La demorada incorporación de Turquía a la Unión Europea (UE) podría finalmente quedar descartada debido a diferencias irreconciliables entre ambas partes.
Si bien no es imposible superar los obstáculos planteados por las diferencias religiosas y culturales, la mayor interrogante en el proceso, marcado por marchas y contramarchas, es qué interés real tienen ambas partes en la integración.
La UE incrementaría su poder mundial con el ingreso de Turquía, estratégicamente ubicada entre el continente europeo y Asia y con el control del acceso al mar Negro. Pero, con 70 millones de habitantes, este país podría ser un desafío demasiado grande.
Además, Ankara está muy lejos de cumplir las exigencias del bloque de 15 estados europeos.
Llegar a ser miembro de la UE sería para Turquía alcanzar un sueño irrealizable para la mayoría de sus políticos, si bien demasiado costoso en cuanto a las condiciones de integración, que exigen el respeto de los derechos políticos y humanos, y un funcionamiento apropiado de la economía de mercado.
Tras una fachada de unidad, el gobierno de Turquía está dividido, y el presidente Acmet Necdet Sezer intenta que los principales partidos acepten las reformas necesarias para sumarse al bloque de 15 países europeos.
Mientras, ambas partes no logran ponerse de acuerdo ni siquiera en la fecha del comienzo de las negociaciones, y si finalmente la UE permite el acceso de Ankara, el proceso de integración llevará un tiempo considerable.
Turquía tiene el estatuto de miembro asociado al bloque desde 1963. Tras solicitar el ingreso en 1987, forma parte de una Unión Aduanera desde 1996, y desde 1999 es candidato a la integración total.
Ankara perdió una oportunidad cuando rechazó una invitación para sumarse a la UE junto con Grecia, en 1978. Ahora, el comienzo de las negociaciones depende de que cumpla los criterios de Copenhague.
Estos requisitos disponen un papel reducido de las fuerzas armadas, educación e información en otras lenguas, la abolición de la pena de muerte y una solución de la crisis en Chipre, donde la región meridional y de mayoría griega está en condiciones de ingresar a la UE, mientras Turquía reclama el tercio septentrional de la isla.
Analistas europeos y turcos creen que, si hace un gran esfuerzo, Ankara podrá sumarse al bloque, pero no en el corto plazo.
Un factor clave es la cuestión kurda. El gobierno de Turquía teme que la enseñanza escolar en idioma kurdo promueva el separatismo de la minoría en el este y sureste del país, que desde hace 15 años libra una guerra civil por la autonomía.
A su vez, la abolición de la pena de muerte anularía la condena que pesa sobre el guerrillero y líder del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) Abdullah Ocalán, detenido en 1999.
Esta posibilidad es resistida por los militares, la coalición de gobierno y gran parte de la opinión pública turca. Muchos aceptan eliminar la pena exceptuando las sentencias contra terroristas, o recién después de la ejecución de Ocalán.
Altos mandos de las fuerzas armadas y destacados funcionarios del aparato estatal rechazan la integración a la UE, temerosos de perder sus posiciones de privilegio en el proceso. Sin embargo, según encuestas de opinión, hasta 70 por ciento de los turcos anhelan formar parte del bloque europeo.
Pero muchos en Turquía también creen que los países europeos realmente no están interesados en la integración de Ankara con todos los derechos. Según sondeos, durante siglos los europeos han visto a los turcos como extranjeros, y continúan haciéndolo.
El secretario general del poderoso Consejo de Seguridad Nacional turco, general Tuncer Kilinc, expresó públicamente su desaliento ante la UE.
Creo que la UE nunca aceptará a Turquía, por lo que necesitamos nuevas alianzas, y sería útil iniciar una búsqueda que involucre a Rusia e Irán, dijo.
Sus declaraciones fueron rápidamente suavizadas por el gobierno, que ha hecho del ingreso a la UE un objetivo nacional.
Por otra parte, una alternativa más viable que Europa podría ser una relación estratégica con Estados Unidos, menos interesado en la cuestión kurda o la pena de muerte.
El punto de vista oficial de la UE es que las obligaciones de Turquía son iguales que las de cualquier otro candidato, y que si las cumple, no hay motivos que le impidan convertirse en un miembro de pleno derecho.
Pero esta posición enfrenta una contracorriente de quienes temen aceptar a un país de casi 70 millones de personas con 98 por ciento de población musulmana.
Los críticos también recuerdan que el ex presidente de la ejecutiva Comisión Europea Jacques Delors (1985-95) y el ex canciller (jefe de gobierno) alemán Helmut Kohl (1982-98) vieron la religión como un obstáculo a la admisión de Turquía.
Una pregunta que suele plantearse es si los países con pequeñas poblaciones, como Dinamarca, están dispuestos a permitir el libre movimiento de ciudadanos turcos. Esta opción acabaría con la falta de mano de obra, pero crearía problemas sociales.
Si ingresa Turquía, ¿dónde se detendrá la UE, por qué no incluir otros países como Túnez o Marruecos?, se preguntan los críticos de la incorporación.
Además, señalan, la UE tiene poco que ganar con la participación de Turquía, y mucho que perder con la entrada de un país cuya fuerza de trabajo rural iguala al número total de trabajadores agrícolas europeos.
Las fuerzas partidarias de la integración a la UE en Turquía creen que, después de haber desechado una rara invitación, esta podría ser la mejor oportunidad de incorporación, si no la última.
Logre o no ser miembro con todos los derechos, Turquía puede ser favorecida por los intentos de satisfacer los criterios europeos, y si fuera rechazada, habrá dado varios pasos hacia la modernización, indican analistas.
Además, señalan, nada hay de malo con una Turquía moderna con un pie en Europa y otro en Asia, una realidad reflejada en los puentes colgantes que unen ambos continentes sobre el estrecho del Bósforo. Sin pertenecer por completo a uno u otro, el país continúa siendo especial para ambos. (FIN/IPS/tra-en/ht/ss/lp/mlm/ip/02