La perspectiva de un mundo más pacífico, democrático e igualitario vislumbrada por el ex presidente Bill Clinton se desvanece al cumplirse un año de gobierno de George W. Bush en Estados Unidos.
Los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, concebidos mucho antes de que Bush fuera elegido, contribuyeron a la desolación internacional, así como el amenazador mensaje del saudita Osama bin Laden y su red Al Qaeda, a los que Estados Unidos responsabiliza de los ataques.
Pero las políticas derechistas, nacionalistas y unilateralistas del gobierno de Bush elevaron las tensiones, desde Medio Oriente hasta Indonesia, y desde Colombia hasta Corea del Sur y del Norte.
En un año se evaporaron las esperanzas alimentadas a fines de los años 90 sobre una era nueva de cooperación global para combatir la pobreza, la enfermedad y las amenazas al ambiente.
Cuando el presidente republicano asumió su cargo, el 20 de enero de 2001, la mayoría de los analistas de política exterior eran optimistas.
El nombramiento del general retirado Colin Powell como secretario de Estado (canciller), sugería cierta continuidad de la política internacionalista de Clinton (1993-2001).
La reñida elección que dio el triunfo a Bush, que obtuvo menos votos, pero más electores que su adversario demócrata, Al Gore, hizo creer a muchos que el presidente «gobernaría para el centro», abandonando, retrasando o diluyendo algunas de sus promesas electorales más derechistas.
Finalmente, la presencia del más mundano e informado ex presidente George Bush (1989-1993), padre del actual mandatario, era en sí misma una garantía ante el claro desinterés del hijo por la política exterior y sus profundos vínculos con el movimiento Christian Right (derecha cristiana).
Pero los pronósticos erraron. Tras seis semanas en el cargo, Bush desautorizó al presidente de Corea del Sur y ganador del premio Nobel de la Paz, Kim Dae Jung, anunciando que no tenía intención de proseguir auspiciando su política de diálogo con Corea del Norte, destinada a frenar el programa de misiles balísticos de Pyongayng.
El primer sorprendido fue Powell, quien un día antes había asegurado a la prensa que Bush respaldaba plenamente a Kim.
Dos semanas más tarde, Bush humilló nuevamente a Powell y enfureció al visitante canciller (primer ministro) de Alemania, Gerhard Schroeder, y a otros líderes europeos, cuando rechazó, en términos de crudo nacionalismo, el Protocolo de Kyoto sobre Cambio Climático, que busca reducir gases de efecto invernadero.
«No haremos nada que dañe nuestra economía, porque lo primero es el pueblo que vive en Estados Unidos, esa es mi prioridad», afirmó Bush.
El posterior abandono de las negociaciones del Protocolo fue la primera de una serie de decisiones que expusieron el rechazo de Washington a los foros internacionales, en particular en el área de control de armas.
Washington desconoció el acuerdo mundial para la prohibición de minas terrestres y el Tratado de Prohibición de Ensayos Nucleares, saboteó negociaciones para limitar el comercio de armas pequeñas y se retiró de una conferencia para ampliar la Convención sobre Armas Biológicas, a la que calificó de «muerta».
Bush terminó 2001 abandonando en diciembre el Tratado de Misiles Antibalísticos, considerado por Rusia y la mayoría de los expertos nucleares como la «piedra angular» del control de armas, para acelerar el desarrollo de su sistema nacional de defensa con misiles.
Esta decisión cobró fuerza pese a las advertencias de los servicios de inteligencia, según las cuales los misiles nucleares serían la última opción de terroristas o «estados renegados» para dirigir un ataque de destrucción masiva contra Estados Unidos.
Sin embargo, estas medidas no deberían sorprender si se considera la conformación de los organismos centrales del gobierno.
En el Pentágono (Departamento de Defensa), en la oficina del vicepresidente Dick Cheney y en el Consejo Nacional de Seguridad, los «halcones» y unilateralistas son clara mayoría. Casi todos son hombres y tienen fuertes inclinaciones y rechazos.
Ven a Israel como su aliado estratégico y se sienten muy próximos al sector derechista del gobernante partido Likud. En cambio consideran a China, Iraq e Irán particularmente peligrosos para los intereses hegemónicos de Estados Unidos.
Luego del 11 de septiembre, muchos analistas arguyeron que la «guerra contra el terrorismo» emprendida por Bush, lo obligaría a reconocer las virtudes del multilateralismo, al menos por la necesidad de cooperación internacional para cortar las fuentes de financiación de Al Qaeda.
Esa fue otra previsión equivocada. El gobierno optó por el «unilateralismo a la carta», según la calificación de un alto funcionario diplomático, que le permite cooperar con otros países sólo a los efectos que interesen a Washington y sin comprometer su libertad de acción.
Esta actitud quedó de manifiesto en la dirección de la guerra que Estados Unidos inició el 7 de octubre contra Afganistán.
Washington rechazó los ofrecimientos de ayuda militar de sus aliados, excepto de Gran Bretaña, y evitó deliberadamente el despliegue de una fuerza de paz europea, que podía obstaculizar sus operaciones militares al estilo del «lejano oeste», para capturar líderes de Al Qaeda y del derrocado movimiento Talibán.
Mientras Estados Unidos perseguía a sus presas, vastas zonas de Afganistán eran inaccesibles para los camiones con ayuda alimentaria, y la hambruna se extendía junto con la llegada del invierno y el regreso de los señores de la guerra, el vandalismo y la anarquía, los mismos factores que habían permitido el ascenso del régimen Talibán en 1996.
Incluso ahora, Washington continúa resistiéndose a que sus tropas actúen como fuerza de paz para colaborar con la estabilización del país devastado por décadas de guerra, e imponer la autoridad del nuevo gobierno, al que respalda.
Simultánemante, los halcones del Pentágono hurgan el horizonte en busca de nuevos escenarios para la guerra antiterrorista en Asia central, Filipinas, Indonesia, Irán, Iraq, Líbano, Somalia y Yemen.
Ha desaparecido el compromiso de Estados Unidos con el mantenimiento de la paz mundial, que era prioridad del gobierno de Clinton.
Bush mira impasible el agravamiento del conflicto entre palestinos e isralíes, cooptado por los extremistas de ambos lados, mientras el primer ministro de Israel, Ariel Sharon continúa humillando y desmantelando la Autoridad Nacional Palestina de Yasser Arafat, y entierra el proceso de paz de Oslo, que Estados Unidos propició ocho años atrás.
Washington también estuvo ausente de los intentos de las últimas semanas por reanudar el proceso de paz en Colombia, donde mantiene cientos de asesores, limitándose a prever más ayuda militar ante lo que da como un colapso cierto del diálogo.
Bush mostró así mismo escaso interés en Africa, más allá de mantenerse en buenos términos con los países productores de petróleo y Sudáfrica.
La única excepción fue Sudán, donde paradójicamente los defensores de la derecha cristiana estadounidense obligaron a Bush a emprender, contra su voluntad, un nuevo intento para terminar con la guerra civil en ese país. (FIN/IPS/tra-eng/jl/aa/dc/ip/02