El cambio del clima de Argentina, aún apenas perceptible, ha provocado la reaparición de enfermedades para las cuales la población no está preparada, al punto de que los expertos internacionales ya hablan del «caso argentino».
La emisión de gases que provocan el llamado efecto invernadero afecta a todo el planeta, pero en regiones más vulnerables como Argentina, el impacto en la salud humana es más ostensible, al menos para quienes investigan los vínculos entre el cambio climático y las epidemias.
Rodolfo Carcavalo, epidemiólogo y miembro del Panel Internacional de Cambio Climático, advirtió a IPS que el clima subtropical característico del norte argentino se corre cada vez mas al sur.
Este Panel de científicos y delegados gubernamentales fue creado por la Conferencia de Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, en la que se discuten los compromisos para detener el efecto invernadero.
El recalentamiento de la tierra se produce por la liberación en la atmósfera de gases, el principal de los cuales es el dióxido de carbono, a partir de la quema de combustibles fósiles como los derivados del petróleo, el carbón y el gas.
Los gases invernadero impiden, al acumularse, que el calor originado por la acción del sol en la superficie de la Tierra se traslade fuera de la atmósfera.
Pero muchas veces ese efecto invernadero se asocia más a las sequías, olas de calor, inundaciones y huracanes, entre otros fenómenos, y menos al aumento de enfermedades infecciosas como la malaria y el dengue, la extinción de especies de flora y fauna y la escasez de alimentos,
Así, el hecho de que Argentina esté ubicada en el límite geográfico en el que se percibe más el cambio de clima la hace más vulnerable.
En algunos casos el cambio es positivo, como ocurrió en los últimos años en la central provincia de San Luis, que era semidesértica y ahora tiene una producción agrícola muy importante debido al aumento de las lluvias.
El ganado vacuno de San Luis, que era de mala calidad en al pasado, ahora mejoró notablemente y se multiplicó el número de animales por hectárea.
Algo similar ocurre en la parte norte de la sureña región patagónica, que solían sufrir las consecuencias de la aridez de la tierra hasta que las fuertes precipitaciones pluviales comenzaron a alterar la geografía en general.
Sin embargo, los cambios climáticos no siempre redundan en beneficios. En otras zonas de Argentina el aumento de la temperatura expone a la población a contraer enfermedades como malaria o paludismo, dengue y fiebre amarilla, para las cuales el país no está preparado.
«En un país tropical, el cambio de 30 a 31 grados en la temperatura media no tiene tanto impacto, pero en este país la modificación de un grado en la temperatura mínima —por ejemplo de 20 a 21- significa que la isoterma (la línea que une los puntos de la tierra de igual temperatura) se corre más hacia el sur», explicó Carcavalo.
En Brasil, por ejemplo, la población tiene defensas ante las enfermedades propias del clima subtropical, pero esos mismos males causarían un desastre entre los argentinos, acostumbrados a los fríos inviernos en los que ningún mosquito transmisor de enfermedades podría sobrevivir.
Los cambios de clima se evidencian en forma dramática en las tormentas huracanadas, provocadas por choques de aire caliente húmedo con aire frío y seco, como las dos registradas en sólo una quincena este año en la localidad de Guernica, en la central provincia de Buenos Aires.
Según las mediciones que realizan las diversas estaciones meteorológicas del país, en los últimos 40 años la temperatura mínima media aumentó entre 0,6 y 1,3 grados, lo cual puede representar en algunos casos la supervivencia de vectores (en este caso los mosquitos) que transmiten enfermedades.
La explicación de Carcavalo fue ratificada por Lilian Corra, miembro de la Asociación Argentina de Médicos por el Medio Ambiente y del comité editorial de la revista Climate Change and Human Health (Cambio Climático y Salud Humana), que editan en Holanda expertos de diversos países.
Corra informó que científicos de Australia y Holanda, que estudian este fenómeno, han advertido del problema que acarrea la falta de memoria inmunológica en la población argentina.
También el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente identificó sus informes al respecto de lo que denomina «el caso argentino».
«Argentina estaba libre de enfermedades como la malaria, el dengue y la fiebre amarilla, lo cual significa que la población no tiene inmunidad porque el organismo (humano) se olvidó cómo defenderse», explicó Corra.
«Es lo mismo que ocurre con la viruela, que por eso se convirtió hoy en un arma biológica», apuntó.
«En cambio, la población de Brasil, Bolivia y Paraguay sí puede enfrentar esas enfermedades, que son endémicas y que cada año se registran nuevos brotes más hacia el sur, es decir hacia el límite con Argentina», explicó».
Corra señaló que los mosquitos Aedes Aegypti, que transmite el dengue y la fiebre amarilla, y el Anopheles, transmisor de la malaria, no tenían un ambiente apto para reproducirse, porque las temperaturas mínimas eran inferiores a los 20 grados.
Sin embargo, esta barrera natural ya no existe desde hace algunos años en la provincia de Misiones, en el nordeste de Argentina y limítrofe de Brasil, dijo.
En Misiones ya se detectó fiebre amarilla en monos, y los casos de paludismo, que antes se registraban cada dos o tres años, se hicieron permanentes al menos hasta 1996, cuando se hizo la última medición.
También el dengue reapareció en 1996 después de 30 años sin que se registraran casos. «La Organización Mundial de la Salud lo había declarado erradicado en Argentina hace 30 años y ahora volvió», remarcó Carcavalo.
Ante este panorama, el Panel de Cambio Climático exhortó en las últimas reuniones a los gobiernos que eviten realizar obras de alto impacto en zonas vulnerables como Argentina, donde se ha desforestado y construido represas que alteraron el régimen de lluvias y provocaron severas inundaciones.
Los expertos argentinos creen que, si el gobierno asumiera este problema como una cuestión de Estado, se podrían solicitar créditos para estudiar el impacto del cambio climático en la salud, lo cual significa hacer proyecciones epidemiológicas en las diferentes áreas. (FIN/IPS/mv/dm/en he/01