Las cámaras de televisión o las lentes de los fotógrafos captaron en varias ocasiones en Qatar a los pocos activistas «globalifóbicos» reunidos para protestar ante la Cuarta Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Más de 800 periodistas cubren la conferencia que se inició el viernes y finaliza este martes, un número bastante mayor que el de representantes de organizaciones no gubernamentales.
Los activistas, apartados de las reuniones, se dedicaron a captar la atención de la prensa, que tampoco accede a las negociaciones.
Las autoridades de Qatar impidieron a los globalifóbicos una presencia masiva como la que tuvieron en Seattle, Estados Unidos, donde desbarataron la organización de la tercera conferencia de la OMC con sus manifestaciones.
«Sin pulseadas tras las puertas cerradas», corearon los manifestantes reunidos fuera de uno de los salones donde se realizaban las deliberaciones, lejos de la mirada de la sociedad civil.
Si bien la OMC cuenta con 143 países miembro, seis delegados encabezados por Stuart Harbinson, presidente del Consejo General de la institución, procuran un consenso entre posiciones enfrentadas.
Esos pocos representantes discuten sobre agricultura, implementación de normas comerciales ya existentes y proteccionismo, por un lado, y acerca de «nuevos» asuntos, como competencia, inversiones y regulaciones ambientales y laborales, por otro.
La negociación a puertas cerradas es similar a los llamados salones verdes de la fallida conferencia de 1999 en Seattle, Estados Unidos, donde delegaciones de algunos países se congrebaban para lograr acuerdos.
Aquello causó el malestar de varios países en desarrollo y precipitó el fracaso de la conferencia. Algo similar parece estar ocurriendo en Qatar.
Los activistas apodaron a estos negociadores los «hombres verdes» y llevan por el centro de convenciones de la capital qatarí pancartas de ese color con la leyenda «¿Sabe usted qué están haciendo los hombres verdes?».
El segundo blanco de las protestas es el representante de Comercio exterior de Estados Unidos, Robert Zoellick. A pesar de que el funcionario puede no haberlo escuchado, el grito de guerra de los manifestantes es «Zoellick, vuelve a casa».
La delegación estadounidense permanece rodeada de guardaespaldas e infantes de marina (marines).
Luego de las manifestaciones fuera de los lugares de las reuniones, los activistas se dedicaron a parodiar algunas de las situaciones que se discuten en la conferencia.
Durante el fin de semana, una tienda de campaña instalada fuera del salón principal del Centro de Convenciones, con vista al golfo Pérsico, fue el escenario de diversas actuaciones.
Las patentes, las medicinas a bajo precio, la capacidad de los países más pequeños para ser socios efectivos en el comercio mundial y, por supuesto, los «hombres verdes», fueron los temas preferidos para la parodia.
Una joven activista se vistió de grano de arroz, y llevando en la mano una bolsa de arroz de la famosa variedad india basmati, relató cómo la empresa estadounidense RiceTec patentó bajo ese nombre una semilla propia.
«Nuestros ancestros creían que (el arroz) era un regalo de los dioses. La idea de patentarlo jamás cruzó por su mente», dijo la mujer ante las cámaras de televisión.
La activista y científica india Vandana Shiva dio, para quien quisiera oirla, un curso relámpago sobre la obtención de patentes de semillas de alimentos esenciales, que calificó como biopiratería, y sus consecuencias para la humanidad.
Shiva aseguró que cuatro compañías multinacionales poseen ya 900 patentes de cultivos básicos.
El escritor estadounidense Walden Bello hizo el papel de un portavoz de los países en desarrollo engañado por representantes de países ricos, interpretados por activistas vestidos con trajes negros y adornados con dólares fotocopiados.
El agricultor francés José Bové, que ganó notoriedad cuando fue detenido por atacar un restaurante de la cadena McDonald's, llevó a escena al comisionado de la Unión Europea Pascal Lamy, presentado como una marioneta cuyos hilos eran manipulados por hombres de negocios.
«El alimento y la salud pública antes que la riqueza privada», fue la consigna que respaldó la presión de los activistas para asegurar que los Derechos de Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio (TRIPS) tengan en cuenta la salud.
Los países en desarrollo buscaron en la reunión de Doha que los TRIPS aseguren excepciones para medicamentos, con el fin de producirlos a bajos costos. En especial esas excepciones son importantes para países pobres que enfrentan epidemias de sida.
Pero la escena del arroz basmati recordó a la audiencia que los TRIPS tienen un alcance mucho mayor que la salud, implicando también la seguridad alimentaria y la sabiduría tradicional de los pueblos en la agricultura y el cuidado del medio ambiente.
En Doha, los representantes de la sociedad civil sostienen que sus puntos de vista son desconocidos durante los procedimientos de toma de decisiones. En las reuniones de la ONU, su papel está mucho más insitucionalizado que en la OMC.
La primera protesta de las ONG fue silenciosa. Los manifestantes se taparon la boca con cinta adhesiva en la que se leyó «Sin voz en la OMC». (FIN/IPS/tra-en/fk/mn/dc-lp/if/01