El conflicto de Afganistán se ha convertido en una caja de sorpresas para todas las partes involucradas.
La primera sorpresa fue la capacidad del régimen Talibán para resistir durante más de un mes la ofensiva de Estados Unidos, y la segunda, la rapidez del repliegue de esa milicia fundamentalista islámica, que puso fin a la primera fase de la campaña militar en cuestión de días.
La determinación y la capacidad de resistencia de Talibán fue socavada por los bombardeos de arrasamiento de Estados Unidos, comenzados el 7 de octubre en respuesta a los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington.
Sin embargo, pese a la campaña más brutal de ataques aéreos de la historia reciente, Talibán logró prolongar su resistencia en Kunduz, su último bastión en el norte.
Sólo este jueves, los Talibán aceptaron rendirse y entregar a todos los «combatientes extranjeros» que estaban con ellos en la ciudad sitiada, luego de conversaciones directas en la ciudad de Mazar-al-Sharif con el líder uzbeko Rashid Dostum.
Los combates continúan en los alrededores de Kunduz pese al anuncio del acuerdo, y la opositora Alianza del Norte dispara artillería y cohetes sobre la ciudad.
Los Talibán permanecen desafiantes en su bastión meridional de Kandahar, cercano a la provincia pakistaní de Beluchistán, donde se presume que está oculto el líder supremo del movimiento, el mulá Omar.
«Los Talibán continuaremos peleando hasta la muerte para defender a nuestra nación y nuestra religión», declaró el miércoles Syed Tayyab Agha, portavoz de Omar.
Con sus declaraciones desde la localidad fronteriza de Spin Boldak, Agha disipó todo rumor de negociación de una rendición en Kandahar.
Otra sorpresa fue que la Alianza del Norte ignorara el «consejo» de Estados Unidos de no ocupar la capital, Kabul, por dos razones.
La Alianza hizo de la necesidad una virtud en vista de la repentina decisión de Talibán de retirarse de Kabul la semana pasada, y decidió afirmar su pretensión de un futuro gobierno mediante el simbolismo de ser la primera fuerza en entrar a la capital «liberada».
Pero ahora, al igual que cuando el ejército soviético se retiró de Kabul en 1989, hay un vacío político.
Lo más preocupante es la división de hecho de Afganistán en diferentes «esferas de influencia» en la etapa pos-Talibán.
Turquía, Uzbekistán y Rusia respaldan al líder militar de la etnia uzbeka Dostum, que controla Mazar-al-Sharif, una ciudad estratégica cercana a la frontera con Uzbekistán.
Herat, cercana a Irán, está bajo el comando de Ismail Khan, quien operaba desde su base en ese país.
Kabul está bajo el control de tajikos encabezados por Burhanuddin Rabbani, el presidente afgano depuesto por los Talibán en 1996 y actual jefe de la Alianza del Norte.
Jalalabad, cerca de Pakistán, fue ocupada por un grupo de comandantes mujaidines de la etnia patán (pashtun) llamados Consejo Consultivo, establecidos en la ciudad pakistaní de Peshawar.
El nuevo gobernador provincial es ahora Haji Abdul Qadeer, quien había vivido exiliado en Peshawar durante el gobierno talibán (1996-2001).
Qadeer es hermano del comandante Abdul Haq, ejecutado por los Talibán en octubre mientras intentaba iniciar una rebelión en sus filas.
Aparentemente, Estados Unidos otorga más importancia a una victoria militar sobre Talibán y la red terrorista Al-Qaeda (encabezada por el saudí Osama bin Laden, al que considera el autor intelectual de los atentados del 11 de septiembre) que a la formación de un gobierno pos-Talibán.
Esto se debe a presiones internas en Estados Unidos sobre el presidente George W. Bush para obtener «resultados» bajo la forma de una «victoria militar», de modo de aplacar el enojo de la ciudadanía por los ataques terroristas en Nueva York y Washington.
Fue quizá en este contexto que el general Tommy Franks, quien supervisa la guerra en Afganistán en nombre del Comando Central de Estados Unidos, visitó el martes la base aérea de Bagram, a 50 kilómetros de Kabul, y se reunió con líderes de la Alianza del Norte para planear la «fase final» contra Talibán y la captura de Bin Laden.
En cuanto al futuro de Afganistán, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) está preparando una reunión de cuatro facciones afganas en Berlín para el día 26, con miras a formar un gobierno de transición de amplia base.
A la reunión asistirán la Alianza del Norte, que comprende a miembros de las etnias tajika, hazara y uzbeka, representantes del depuesto rey Zahir Shah (predominantemente patanes, que son la etnia mayoritaria en Afganistán y en el grupo Talibán), y delegados de afganos establecidos en Pakistán y en Irán.
Un resultado positivo del colapso de Talibán ha sido la reanudación de la ayuda humanitaria a desplazados afganos y el detenimiento del ingreso de refugiados a Pakistán.
La ONU también podría organizar una fuerza de mantenimiento de paz con fuerzas de países musulmanes como Bangladesh, Indonesia y Jordania.
Sin embargo, la situación en el terreno todavía es inestable y nadie la tiene bajo control, como lo demostró el asesinato el lunes de cuatro periodistas extranjeros que viajaban desde Jalalabad hacia Kabul.
El misterio del paradero de Bin Laden todavía no se ha resuelto, aunque la evolución de la campaña militar occidental y el cambio en la situación política afgana sugieran que el círculo se está cerrando alrededor del extremista saudí.
La actual situación ofrece la oportunidad de forjar un futuro de paz en Afganistán.
Tres factores clave hacen improbable el regreso de la inestabilidad y la violencia: la participación directa de Estados Unidos, la presencia de fuerzas extranjeras y el hecho de que esta vez los dividendos de la paz se medirían en grandes sumas de dinero necesarias para la reconstrucción y la rehabilitación.
Básicamente, la comunidad internacional no tiene intenciones de retirarse de Afganistán, como lo hizo en el pasado. (FIN/IPS/tra- en/mh/js/mlm/ip/01