El vacío de poder en Afganistán tras la caída de Kabul en poder de la Alianza del Norte crea una oportunidad para la intervención de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), marginada en los últimos meses.
«La ONU nunca tuvo una oportunidad como ésta para intervenir y hacer algo correcto», sostuvo Timothy Garden, del Real Instituto de Estudios Estratégicos, de Londres.
El representante de la ONU para Afganistán, Lakhdar Brahimi, ha realizado gestiones para formar un gobierno en reemplazo del movimiento fundentalista Talibán, pero el foro mundial permaneció al margen de las decisiones militares.
Tras los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, Estados Unidos lanzó una campaña internacional contra el terrorismo, y pidió al Talibán la entrega incondicional del saudita Osama bin Laden, a quien considera responsable de aquellos atentados.
La negativa del Talibán condujo el 7 de octubre al comienzo de bombardeos contra el territorio afgano controlado por ese movimiento.
La Alianza del Norte, que luchaba desde hace años contra el Talibán, coordinó sus acciones militares con Washington, y aprovechó los bombardeos para avanzar hacia Kabul y ocuparla el martes, luego de que fuera abandonada por las fuerzas del Talibán.
Washington no deseaba que la Alianza ingresara a la capital afgana, porque aún no había concluido sus gestiones diplomáticas para establecer un gobierno con amplia base étnica, que sucediera al Talibán con ciertas garantías de estabilidad.
En la Alianza predominan minorías étnicas afganas, entre ellas las de los tajikos, uzbekos y hazaras, y la mayor etnia de Afganistán son los pashtun o patanes, predominantes en el Talibán.
Algunas de las soluciones manejadas por Brahimi se basan en el antecedente de planes de la ONU para Camboya, Timor Oriental y la provincia serbia de Kosovo.
El acuerdo de paz para Camboya, firmado hace una década, puso al foro mundial a cargo de la administración de ese país hasta la realización de elecciones, y es «el primer modelo en el que todos piensan» para una transición en Afganistán, dijo Nanvy Soderberg, ex representante estadounidense en el Consejo de Seguridad.
Las situaciones de Camboya y Afganistán tienen en común antecedentes de décadas de guerra, gobiernos comunistas y abrumadora influencia de otros países, indicó Amin Saikal, profesor del Centro de Estudios Arabes e Islámicos de la Universidad Nacional Australiana.
Lograr la estabilidad en Afganistán «es posible pero difícil, debido a las profundas divisiones entre grupos étnicos, tribales y lingüísticos, en especial durante los últimos 30 años», añadió.
Algunos expertos temen que se repitan los graves episodios de violencia y destrucción que acompañaron la toma de Kabul en 1992 por parte de guerrilleros islámicos que derrocaron en 1992 a un gobierno comunista apoyado por fuerzas de ocupación de la Unión Soviética de 1979 a 1989.
Muchos de aquellos guerrilleros integran en la actualidad la Alianza del Norte.
Es probable que comience una nueva y prolongada guerra civil con bases étnicas, si la Alianza aprovecha el control de Kabul para bloquear una participación importante de los patanes en el gobierno, según los especialistas.
De los años 30 a los 70, las etnias afganas cooperaron entre sí, en gran medida por la conducción del rey Mohammed Zahir Shah, derrocado en 1973 y exiliado desde entonces en Roma.
«Es necesario crear un Consejo Supremo que sea el centro de gravedad político, en torno al cual pueda desarrollarse en forma gradual un sistema de gobierno. Eso puede lograrse bajo supervisión de la ONU», afirmó Saikal.
El retorno del derrocado rey podría contribuir a crear ese centro de gravedad, ya que muchas facciones afganas reconocen su autoridad, pero el propio Shah, de 84 años de edad, parece poco dispuesto a asumir un papel de liderazgo, y prometió regresar a su país como un «trabajador», más que como un «soberano».
Sin embargo, la ONU trabaja sobre la hipótesis de que el ex monarca todavía puede desempeñar un papel unificador.
El Consejo de Seguridad ha manejado un plan para Afganistán que prevé dos años de gobierno de transición multiétnico, con presencia de una fuerza de seguridad multinacional.
El envío de una fuerza de mantenimiento de la paz no corresponde porque no existe un acuerdo de paz que cumplir, y la creación de una fuerza de seguridad exclusivamente afgana parece improbable mientras persistan los conflictos interétnicos.
El plan incluye la convocatoria de una Loya Jirga, tradicional asamblea de líderes de grupos étnicos, para avanzar hacia la formación de un gobierno de transición y una nueva Constitución.
Estados Unidos ha señalado la conveniencia de que una fuerza multinacional de paz en Afganistán sea formada con tropas de países musulmanes.
Indonesia, el país musulmán más poblado, anunció su disposición a integrar esa fuerza, pero Egipto, uno de los principales aliados de Washington en Medio Oriente, descartó participar en ella, por temor a que sus soldados regresen convertidos en «terroristas».
Ese temor se debe a que egipcios que lucharon contra los soviéticos en Afganistán en los años 80 participaron en actos de insurgencia en su país durante los 90.
El Cairo sugirió apelar a tropas de naciones musulmanas de Asia Oriental, y fuentes diplomáticas señalaron que es probable que soldados de Alemania, Australia, Bangladesh, Francia, Gran Bretaña, Jordania, Nueva Zelanda y Turquía integren el contingente.
La ONU nunca reconoció al Talibán como gobierno afgano, y la representación de Afganistñán en el foro mundial aun corresponde al ex presidente Burhanuddin Rabbani, derrocado en 1996 por el Talibán.
La Alianza asegura que no se propone gobernar el país, sino participar en un proceso de paz conducido por Shah, y el ex ministro de Defensa del gobierno de Rabbani, Younis Qanooni, aseguró que el ex presidente tampoco reivindica derecho a reasumir el poder.
El presidente de Irán, Mohammed Jatami, dijo al secretario general de la ONU, Kofi Annan, que el foro mundial debería tomar la iniciativa de consultar al pueblo afgano sobre la formación de un nuevo gobierno.
La operación de la ONU en Camboya costó unos 1.600 millones de dólares, y Soderberg opinó que la intervención del foro mundial en Afganistán puede costar unos 45.000 millones, incluyendo tareas de reconstrucción.
«No será posible que la ONU se ocupe de Afganistán sólo uno o dos años, supervise elecciones y se retire», advirtió Saikal.
«Todos los actores, incluyendo al ex rey, a integrantes de la Alianza del Norte y del Talibán y a representantes de minorías étnicas, deben alcanzar un acuerdo que la comunidad internacional ratifique», opinó Carl Thayer, observador del foro mundial en las elecciones camboyanas de 1993. (FIN/IPS/tra-eng/nj/ral/mp/ip/01