Las circunstancias que rodearon la retirada del ejército soviético de la capital afgana en 1989 y la entrada de la Alianza del Norte a la misma ciudad, este mes, presentan similitudes debidas en no escasa medida a la actuación de Pakistán.
En ambas ocasiones, Pakistán fue fundamental para que Estados Unidos pudiera alterar el statu quo de Afganistán: en 1989, mediante el apoyo activo a los mujaidines que derrotaron al Ejército Rojo, y en 2001, con su respaldo a Washington contra el grupo fundamentalista islámico Talibán.
Entonces, como ahora, quedó un vacío político en Kabul. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) procura formar un gobierno de base amplia a través de las conversaciones que cuatro facciones afganas mantienen esta semana en Bonn.
Paralelamente, comenzó el martes otra conferencia en Islamabad, con los auspicios del Banco Mundial, para planificar la reconstrucción de Afganistán.
Hoy como en 1979, cuando la Unión Soviética invadió Afganistán, hay un régimen militar en Pakistán. Tanto el general Zia ul Haq como el actual presidente, el general Pervez Musharraf, eran tratados como parias por Washington antes de que «nuevas realidades» los volvieran estratégicamente importantes.
En enero de 1978, el entonces presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, se negó a hacer una escala en Pakistán cuando viajó a Irán e India, y elevó a India al nivel de «potencia preeminente en Asia meridional».
En marzo de 2000, otro presidente, Bill Clinton, luego de una visita de cinco días a India donde declaró a ese país «aliado natural» en la emergente «relación especial» bilateral, aceptó a regañadientes una parada de cinco horas en Islamabad. Allí, se negó a ser fotografiado con Musharraf.
Pero las semejanzas entre ambas situaciones terminan allí, porque la segunda guerra internacional de Afganistán tiene lugar en una situación regional totalmente distinta.
En los años 80, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos dirigió la guerra casi secreta en Afganistán mediante una fuerza de 100 hombres. Ahora en cambio, Washington tiene numerosos soldados en bases de los vecinos Pakistán, Uzbekistán y Tajikistán.
Además, Rusia, China, India e Irán son aliados de hecho de Estados Unidos, dado que lo ayudan a derrotar a Talibán y a buscar al saudí Osama bin Laden, responsabilizado por los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington.
Ahora, Asia meridional tiene dos vecinos rivales con armas nucleares, Pakistán e India, que ya pelearon dos guerras por la región musulmana de Cachemira.
La insurgencia en la parte de Cachemira controlada por India comenzó luego del repliegue del Ejército Rojo de Afganistán.
La principal pregunta que se hacen los pakistaníes es si el «redescubrimiento» de Pakistán por Estados Unidos será sostenido esta vez.
También se preguntan si Washington elegirá un camino diferente al del pasado, cuando simplemente se retiró de Afganistán tras la derrota de la Unión Soviética, en 1989.
Según el diario The New York Times, el secretario de Estado de Estados Unidos, Colin Powell, prometió «incluso antes de lograr los objetivos militares» en Afganistán, organizar una fuerza de paz de mayoría musulmana en ese país y establecer allí un gobierno estable.
Además, prometió reducir la tensión en la explosiva frontera de Cachemira y procurar un nuevo relacionamiento con Irán, de acuerdo con el periódico.
Esta ambiciosa agenda regional cuenta con el respaldo de la Unión Europea.
El primer ministro de Bélgica dijo a Musharraf en Pakistán que «2002 podría ser el año de una solución política para la cuestión de Cachemira» dado «el nuevo ambiente internacional».
Un nuevo comienzo sobre una base realista para la relación entre Pakistán y Estados Unidos sólo será posible si ambos países llegan a un acuerdo con el pasado y se deshacen de los mitos difundidos para promover políticas fracasadas.
El primer mito es que la «guerra santa conjunta» en Afganistán entre Estados Unidos y Pakistán empezó con la entrada de las tropas soviéticas en Kabul.
«Según la versión oficial, la ayuda de la CIA a los mujaidines comenzó en 1980, luego que el ejército soviético invadiera Afganistán en diciembre de 1979», dijo Zbigniew Brzezinski, asesor de seguridad nacional de Carter, en entrevista con un diario francés.
«Pero la realidad es diferente. El 3 de julio de 1979, el presidente Carter aprobó la primera ayuda secreta a los opositores del régimen prosoviético de Kabul», afirmó Brzezinski.
«Ese mismo día, escribí al presidente explicándole que, en mi opinión, esa ayuda iba a inducir una intervención militar soviética», continuó.
En otras palabras, Afganistán ya era un peón de la superpotencia antes de la invasión soviética, y Estados Unidos intentó atrapar a Moscú «induciendo» a su ejército a intervenir.
Además, si el precio para lograr la desintegración de la Unión Soviética era el surgimiento de Talibán, Washington estaba dispuesto a pagarlo.
El segundo mito se relaciona con la oposición de Estados Unidos al régimen Talibán y sus vínculos con Bin Laden.
Cuando Talibán tomó Kabul en 1996, Estados Unidos vio en ese régimen una posibilidad de estabilidad, propicia para sus objetivos de construir oleoductos y gasoductos desde Asia central hasta Pakistán y de contener a Irán en el flanco occidental.
«Estados Unidos debería acercarse a Talibán», porque éste «no practica el tipo de fundamentalismo antiestadounidense de Irán», sugirió en 1997 la subsecretaria de Estado para asuntos de Asia meridional, Robin Raphel, luego de visitar Kandahar para reunirse con líderes talibanes y Zalmay Jalilzad, actual asesor de Bush sobre Afganistán.
Bin Laden, aparte de haber sido un «heroico guerrero» contra el «imperio del mal» soviético, no figuraba hasta 1996, e incluso hasta 1998, en la lista de «buscados» de Estados Unidos en el mundo musulmán.
Informes de prensa de Estados Unidos señalaron que Sudán estaba dispuesto a extraditar a Bin Laden pero el gobierno de Bill Clinton consideró que carecía de argumentos «para juzgarlo en tribunales estadounidenses».
Así mismo, el ex jefe de inteligencia e Arabia Saudita, Turki al Faisal, declaró que justo antes de los ataques con misiles crucero de Estados Unidos contra Afganistán, en agosto de 1998, el líder supremo de Talibán, el mulá Omar, estaba dispuesto a entregar a Bin Laden a un tercer país.
Las declaraciones de Al Faisal a un diario saudí no han sido refutadas hasta el momento.
Si Pakistán y Estados Unidos aceptan que sus políticas pasadas fracasaron, podrán partir de una base realista para establecer nuevas políticas hacia Afganistán y una nueva relación bilateral. (FIN/IPS/tra-en/mh/js/mlm/ip/01