India y Pakistán compiten por imponer su influencia sobre el próximo gobierno de Afganistán, mientras la coalición internacional encabezada por Estados Unidos bombardea ese país desde el domingo.
Todo indica que una de las consecuencias del ataque en curso será la caída del movimiento fundamentalista islámico Talibán, que controla la mayor parte del territorio afgano, y tanto Nueva Delhi como Islamabad tratan de contar con la mayor cantidad posible de aliados en una eventual coalición de reemplazo.
Las maniobras de ambos gobiernos han exacerbado su disputa por la región de Cachemira, que mantienen desde hace más de medio siglo, y agregan complejidad al desarrollo de la campaña antiterrorista lanzada por el gobierno estadounidense tras los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington.
El gobernante militar de Pakistán, Pervez Musharraf, llamó por teléfono en la noche del lunes al primer ministro de India, Atal Bihari Vajpayee, con la intención de mejorar las relaciones bilaterales, pero su gestión fue infructuosa.
Musharraf deseaba convencer a Vajpayee de que Pakistán no tuvo relación con el atentado suicida con bombas cometido el 1 de octubre en Srinagar, capital del estado indio de Jammu y Cachemira, que causó la muerte a 39 civiles.
Pocas horas antes de esa conversación por teléfono, el gobernante pakistaní había expresado su preocupación por la sucesión del Talibán, en una conferencia de prensa en Islamabad.
Musharraf dijo que era necesario evitar que la Alianza del Norte o Frente Unido, una coalición de organizaciones guerrilleras que lucha contra el Talibán en Afganistán desde hace siete años, sea beneficiada por los ataques liderados por Estados Unidos.
La Alianza del Norte, apoyada por India, por Irán y en especial por Rusia, controla sólo 10 por ciento del territorio afgano, en la región nororiental, e incluye a representantes de varios grupos étnicos opuestos a los patanes, la mayor de las etnias afganas.
Los patanes son cerca de 40 por ciento de la población de Afganistán, y predominan en el Talibán.
En la actualidad, la Alianza del Norte coordina sus acciones militares con la coalición liderada por Estados Unidos, y aprovecha los bombardeos como cobertura para el avance de sus soldados.
Musharraf sostuvo que los intereses de los patanes deben ser tenidos en cuenta tras la probable caída del Talibán, y advirtió que la Alianza del Norte sólo representa a "10 por ciento de Afganistán".
En Pakistán hay más patanes que en Afganistán, e Islamabad había cultivado relaciones amistosas con el Talibán en los últimos años, con la intención de asegurar su flanco occidental, dada la conflictividad en la frontera oriental con India.
Pero tras los ataques del 11 de septiembre, Musharraf se alineó con celeridad del lado estadounidense, y encabezó infructuosas gestiones para que el Talibán entregara al saudita Osama bin Laden, a quien Washington considera responsable de aquellos atentados.
El uso del espacio aéreo pakistaní y el apoyo de Inteligencia de Islamabad son vitales para los planes estadounidenses, y eso asegura a Pakistán una posición de privilegio en la coalición antiterrorista, mucho más importante que la de India.
El resultado ha sido un importante cambio de las relaciones entre Washington y Nueva Delhi.
Antes del 11 de septiembre, esas relaciones apuntaban a consolidar a India como el principal aliado de Estados Unidos en Asia Meridional, como contrapeso a la influencia de China, y Nueva Delhi trabajaba por el aislamiento internacional del régimen pakistaní, al cual acusa de apoyar a terroristas en Cachemira.
El ataque terrorista del 1 de octubre en Srinagar fue cometido por el grupo separatista cachemiro Jaish-e-Mohammed, cuyas bases están en Pakistán, y determinó que el gobierno indio reiterara esas acusaciones.
Estados Unidos y otras potencias occidentales presionaron con éxito a Musharraf para que sustituyera al jefe de sus servicios de Inteligencia, Mahmood Ahmed, a quien se considera vinculado con Jaish-e- Mohammed, con el Talibán y con Bin Laden.
Washington sospecha que el ex jefe de Inteligencia, destituido el lunes, mantenía vínculos con Ahmed Omar Saeed Sheikh, un militante de Jaish-e-Mohammed, quien habría enviado poco antes del 11 de septiembre 100.000 dólares a Mohammed Atta, uno de los principales sospechos de los atentados en Estados Unidos.
El viernes, el primer ministro británico Tony Blair aseguró a Musharraf en Islamabad que los intereses pakistaníes serán considerados legítimos en la articulación de un gobierno afgano que suceda al Talibán, y que se procurará que ese gobierno represente en forma adecuada a los patanes.
Todo indica que Islamabad no desea la aniquilación del Talibán, muchos de cuyos jefes militares fueron entrenados por los servicios de Inteligencia pakistaníes durante la resistencia afgana contra la invasión de la Unión Soviética (1979-1989).
Hace siete años, esos servicios apoyaron la toma de la sudoriental ciudad afgana de Kandahar por el Talibán, y desde entonces le habían proporcionado armas, entrenamiento y apoyo económico.
Al parecer, Musharraf aspira a que sobreviva el núcleo central de esas fuerzas, incluyendo a dirigentes de los tres principales organismos de dirección: el comando militar de nueve miembros y los "shurras" (consejos de conducción política y religiosa) con sede en Kabul y en Kandahar.
Ambos consejos son presididos por el mulá Mohammed Omar, máximo líder del Talibán, y el periódico británico The Guardian ha sostenido que los servicios de Inteligencia pakistaníes planean asesinar a Omar y propiciar su sustitución por un dirigente más flexible.
El investigador Ahmed Rashid sostuvo en su bien documentado libro "Talibán: el Islam, el Petróleo y el nuevo Gran Juego" que la Inteligencia pakistaní puso al Talibán en contacto con Al Qaeda, la organización de Bin Laden, en 1996.
La cooperación entre el Talibán y Al Qaeda es crucial para ambas partes. Se presume que el grupo de Bin Laden brinda apoyo económico al Talibán y coopera con éste en la explotación de la producción de heroína, a cambio de albergue seguro para sus fuerzas y sus bases de entrenamiento.
Además los 5.000 combatientes de Al Qaeda, llamados Brigada V- 55, se han incorporado a las fuerzas del Talibán, que suman unos 30.000 guerrilleros,.
Hay indicios de que Musharraf desea que la campaña antiterrorista se limite a destruir a Al-Qaeda con procedimientos que no diezmen al Talibán ni lo excluyan por completo del próximo gobierno afgano.
En cambio, la estrategia de Nueva Delhi para Afganistán se basa en promover el predominio militar y político de la Alianza del Norte.
No es posible formar un gobierno con amplia base en Afganistán sin representación de los patanes, pero tampoco excluir a los otras 15 etnias afganas, en especial a los tajik de las regiones septentrional y nororiental, a los hazaras de las regiones central y occidental, y a los uzbekos de la región noroccidental.
La Alianza del Norte anunció que convocará a una "loya girga" (asamblea) que represente con amplitud a todas las etnias, pero no está claro si las numerosas tribus de patanes estarán dispuestas a integrarla.
La creciente tensión entre India y Pakistán es una amenaza para la estabilidad regional, y la situación se agravaría si el régimen de Musharraf es desestabilizado o derrocado por las fuerzas pakistaníes que apoyan al Talibán. (FIN/IPS/pb/rdr/js/mp/ip/01)