El acercamiento del gobierno de Estados Unidos al régimen represor de Uzbekistán en el contexto de la guerra de Washington contra el terrorismo preocupa a organizaciones de derechos humanos en este país.
Todo apoyo que brinde Washington al régimen de Islam Karimov podría ser contraproducente, aseguran.
Los 10 años de gobierno de Karimov, quien también estuvo al frente del gobierno comunista de su país antes de la independencia en 1991, eliminó prácticamente la oposición política y reprimió a los musulmanes no asociados a organizaciones islámicas reconocidas por el Estado.
«En Uzbekistán hay gran preocupación de que la crisis afgana otorgue al presidente Karimov un cheque en blanco para reprimir a la oposición política legítima y grupos religiosos», según un informe del Grupo de Crisis Internacional, una organización con sede en Bruselas dedicada al estudio de los conflictos armados.
Si Estados Unidos «vincula demasiado sus intereses a un gobierno fundamentalmente antidemocrático, a la larga podría verse como el enemigo por los uzbekos reformistas», concluyó el informe.
La alianza con Karimov incluso arriesga fortalecer a los grupos armados opositores, como el Movimiento Islámico de Uzbekistán, un grupo insurgente respaldado por el régimen fundamentalista islámico de Talibán, en Afganistán, al que el presidente George W. Bush vinculó directamente a Osama bin Laden.
Bin Laden, refugiado en Afganistán con el apoyo del Talibán, es acusado por Washington de ser el principal sospechoso de los atentados terroristas del 11 de septiembre contra Nueva York y Washington.
Pero el Movimiento Islámico de Uzbekistán y casi una docena de otros «grupos extremistas islámicos» adquirieron «cada vez más apoyo popular» en el último año, según un informe divulgado en julio por el Servicio de Investigación del Congreso, organismo estatal que tiene acceso a información secreta de Washington.
La represión de Karimov ha «radicalizado a la oposición», según Reuel Hanks, editor de la Journal of Central Asian Studies (Revista de Estudios de Asia Central), quien sostiene que incluso llevó a la clase media a «recurrir a acciones cada vez más desesperadas y violentas» contra el gobierno.
«Casi no existe una familia de la clase media en Uzbekistán en que al menos uno de sus integrantes no haya sido detenido, cuestionado, encarcelado arbitrariamente o golpeado por las fuerzas de seguridad», según Robert Cutler, especialista de Asia Central en la Universidad Carleton, de Montreal, Canadá.
Uzbekistán fue la primera república ex soviética de Asia Central en ofrecer a Washington el derecho a sobrevolar su territorio y el acceso a sus instalaciones militares, informaron funcionarios de Estados Unidos.
Los primeros vuelos militares de Estados Unidos a Uzbekistán se realizaron dos semanas después de los atentados del 11 de septiembre. El subsecretario de Estado John Bolton se reunió con Karimov en la capital uzbeka, Tashkent, la semana pasada.
Uzbekistán es considerado importante para toda acción militar o encubierta de Estados Unidos en Afganistán, con el cual comparte una frontera de 150 kilómetros.
La base aérea uzbeka de Termiz está a pocos kilómetros de la frontera, y la ex capital de la opositora Alianza del Norte -que lucha contra el régimen de Talibán-, Mazar Sharif, se encuentra junto a la frontera.
Uzbekistán es la más poblada de las cinco ex repúblicas soviéticas de Asia Central y cuenta con el ejército más poderoso de la región.
Karimov ha intentado, en la última década, seguir los pasos de de Tamerlán el Grande, quien en el siglo XIV conquistó una extensa zona que se extendía desde Moscú hasta Nueva Delhi. Karimov envió en los últimos años a su ejército a Kazajstán y Kyrgystán.
A pesar de la amenaza del Movimiento Islámico de Uzbekistán, Karimov resistió firmemente las gestiones rusas para que el país se incorporara a una organización de seguridad liderada por Moscú, y en cambio prefirió buscar ayuda militar en momentos críticos con China.
Para mantener su independencia, también buscó relaciones firmes con la Organización del Tratado del Atlántico Norte y con Estados Unidos, con el cual su ejército realizó maniobras conjuntas.
Karimov sugirió en 1998 que Washington desplegara tropas en Uzbekistán, según el antiguo comandantes del Comando Central de Estados Unidos, el general retirado Anthony Zinni, quien la semana pasada asumió como asesor especial del secretario de Estado Colin Powell.
Al igual que Tamerlán, Karimov se muestra poco tolerante al disenso. Bajo su control, el parlamento uzbeko ilegalizó a todos los partidos independientes, cuyos líderes fueron forzados a exiliarse.
Observadores internacionales reiteraron las denuncias sobre los procedimientos de sucesivas elecciones en las que Karimov se impuso por más de 90 por ciento de los votos.
Las prácticas de su gobierno se encuentran entre las más represivas de la región. Al menos 7.000 musulmanes cumplen condenas de hasta 20 años de prisión acusados de «actividades contra el estado» o «intentos de subvertir el orden constitucional», según un informe de Human Rights Watch (HRW) publicado la semana pasada.
La tortura es «común» y son «rutinarias» las prácticas de golpizas, electrochoque y violación de los detenidos, según el documento.
Las autoridades locales organizan «manifestaciones de repudio» para intimidar y aislar a las familias de los detenidos, en especial a las mujeres, «en un retorno a los oscuros días de la Unión Soviética».
El régimen de Karimov «está radicalizando a la juventud desencantada, empujándola a tomar las armas y a unirse al Movimiento Islámico de Uzbekistán y sus aliados», dijo hace dos meses ante el Congreso un diplomático estadounidense.
El gobierno de Bill Clinton (1993-2001) reiteró su preocupación por las prácticas represivas, pese a que estrechó los vínculos en materia de seguridad con Uzbekistán.
Tashkent recibió en la última década 263 millones de dólares en asistencia económica y militar, que comprendió importantes sumas para la lucha contra el terrorismo y el tráfico de drogas.
Analistas de Washington estiman que el gobierno de Bush estrechará aun más esos lazos.
Según fuentes legislativas, el gobierno pedirá al Congreso que apruebe más ayuda militar y presionará al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional (FMI) para que proporcionen más préstamos al país de Asia central.
El FMI retiró este año a su representante permanente en Uzbekistán ante la negativa de Karimov de implementar reformas.
Algunos analistas creen que el régimen exagera la amenaza del Movimiento Islámico de Uzbekistán, cuyos efectivos no suman más que algunos cientos, con el fin de obtener más apoyo de Occidente.
Una oposición más radical y violenta «sirve para fortalecer la imagen cultivada por Karimov desde la independencia, la de un posmoderno Kemal Ataturk (líder nacionalista turco) dedicado a combatir las fuerzas atávicas de los clérigos musulmanes, y a mantener a Uzbekistán del lado de Occidente», opinó Hanks.
Otro modelo citado por el informe del Grupo de Crisis Internacionales fue el del depuesto shah de Irán, cuyo represivo reinado propició la revolución islámica de 1979. (FIN/IPS/tra-en/jl/dc/aq/ip/01