Científicos de países industrializados procuran que los beneficios de la revolución genética prevista para la próxima década no sean monopolizados por las naciones más ricas del mundo.
«Noventa por ciento del gasto en investigación médica es para los problemas de 10 por ciento de la población mundial», señalaron Peter Singer y Abdallah Daar, investigadores de la Universidad de Toronto, en un artículo publicado en la última edición de la revista Science.
Esta brecha sólo aumenta con los avances tecnológicos de la medicina, en gran parte gracias a la secuenciación del genoma humano el año pasado, advirtieron en su artículo, titulado «Aprovechando la genética y la biotecnología para lograr la equidad mundial en materia de salud».
«Todo el mundo habla de la brecha digital, por la que la tecnología de la información es ampliamente difundida en los países occidentales pero no en los países en desarrollo», señaló Singer, del Centro Conjunto de Bioética de la Universidad de Toronto.
«En materia de genética aplicada a la salud, estamos ahora en una situación en que podemos prevenir la formación de esa brecha», dijo el investigador, y agregó que «este asunto es una de las cuestiones éticas más importantes de la actualidad».
Los autores propusieron incluir la cuestión de la genética y la equidad de la salud mundial en la agenda de la próxima cumbre del Grupo de los Ocho países más industrializados, a celebrarse en Kananaskis, Canadá.
La medida no tendría costo alguno y sería un primer paso fundamental hacia el establecimiento de un compromiso político, señalaron.
El desarrollo del sector biotecnológico de la medicina podría discutirse en el contexto de la financiación para la Nueva Iniciativa Africana, un plan integral de desarrollo para el continente más pobre del mundo. Finalmente, podría crearse un fondo mundial de inversión.
Los beneficios específicos de la nueva tecnología incluyen el uso del análisis de ADN (ácido desoxirribonucleico) para identificar la enfermedad parasitaria leishmaniasis y la fiebre del dengue a nivel molecular, una herramienta de diagnóstico de eficacia ya comprobada en Nicaragua, Ecuador y Guatemala.
A principios de 2000, ante un brote de dengue en Paraguay, una científica de ese país llamada Leticia Franco pudo enlentecer el avance de la epidemia en la capital, Asunción, usando avanzadas técnicas de aislamiento viral que había aprendido en el Instituto de Ciencias Sustentables de San Francisco, California.
Así mismo, la Universidad de Nairobi, Kenia, se transformó en un socio clave en las pruebas clínicas para una vacuna contra la cepa del virus del sida más común en Africa.
Investigadores de esa universidad notaron que algunas prostitutas no contraían el virus del sida pese a una reiterada exposición, aparentemente porque sus sistemas inmunológicos eran capaces de combatirlo.
Otras investigaciones tienen por meta la elaboración de vacunas orales con base vegetal para la hepatitis B, el cólera, el sarampión y el virus del papiloma humano, asociado con el cáncer de cuello uterino.
Tales vacunas orales no requieren refrigeración y son más baratas que las convencionales, señalaron los autores. Una vacuna recombinante contra la hepatitis B ya fue introducida en papas y ahora se está probando en humanos.
Aunque todos estos ejemplos son proyectos conjuntos con países ricos, algunas naciones en desarrollo han logrado con éxito crear sus propias industrias de investigación biotecnológica, señalaron los autores.
Cuba, por ejemplo, posee más de 400 patentes biotecnológicas y creó la única vacuna en el mundo para la meningitis tipo B.
India, una potencia en tecnología de información, asignó 85 millones de dólares para la investigación genética en los próximos cinco años, y el Instituto Indio de Tecnología acaba de fundar la Escuela Superior de Biociencia y Bioingeniería.
Investigadores indios también trabajan en una vacuna contra el plasmodium vivax, una de las cuatro especies de parásitos que causan malaria en los humanos.
El análisis de todos estos modelos exitosos es esencial, subrayó Singer.
«Debemos comprender, por ejemplo, que Cuba, China e India poseen fuertes industrias de biotecnología mientras que sus países vecinos no las tienen», escribieron Singer y Daar.
«Las lecciones aprendidas pueden aplicarse a la construcción de exitosas industrias genéticas y biotecnológicas en países en desarrollo y a la transformación del concepto de genética 'para' el Sur en el de genética 'por' el Sur», concluyeron. (FIN/IPS/tra- en/ks/aa/mlm/he-dv/01)
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