El ataque de Estados Unidos y Gran Bretaña contra Afganistán marcó en la noche del domingo el comienzo de nuevos sufrimientos para el pueblo afgano, y de importantes cambios políticos en Asia.
La población de Afganistán padeció una década de ocupación por parte de la Unión Soviética de 1979 a 1989, resistida por guerrillas islámicas, y desde la retirada del Ejército soviético facciones guerrilleras se enfrentan en una cruenta guerra civil, a la cual se agregan ahora los ataques estadounidenses.
Estados Unidos articuló una coalición antiterrorista internacional tras los atentados del 11 de septiembre contra Nueva York y Washington, y lanzó su ataque contra el movimiento Talibán, que controla la mayor parte de Afganistán, porque éste se negó a entregar al saudita Osama bin Laden, a quien el gobierno estadounidense considera responsable de esos ataques.
El presidente estadounidense, George W. Bush, dispuso el comienzo de los ataques sin esperar la realización de un encuentro de emergencia de los ministros de Relaciones Exteriores de la Organización de la Conferencia Islámica, que reúne a los países musulmanes, convocada para este miércoles en Qatar.
La importancia de esa reunión se debía a que el Talibán y Bin Laden habían invocado la causa islámica para pedir a las naciones musulmanas que los apoyaran contra los inminentes ataques estadounidenses.
Washington compartió con sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte y con gobiernos musulmanes la información en la cual se basa para acusar a Bin Laden, pero no la hizo pública, y tampoco buscó llevar a cabo una campaña antiterrorista con el auspicio de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Es probable que la prescindencia del auspicio de la ONU se deba a que la sesión especial sobre terrorismo de la Asamblea General del foro mundial, que terminó el viernes y en la cual participaron 167 de los 189 Estados miembros, no logró acordar una definición del terrorismo.
Ese resultado se debió a que representantes de muchos países insistieron en que el «terrorismo de Estado» es tan abominable como las acciones terroristas realizada por grupos no estatales, y en destacar que no deben confundirse el terrorismo y la lucha armada legítima de los pueblos por su autodeterminación.
El diario estadounidense The New York Times afirmó el domingo que el gobierno de Estados Unidos decidió asumir la conducción de la campaña antiterrorista en la forma más unilateral posible, debido a los resultados de la gira por países musulmanes realizada la semana pasada por el secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld.
Gobiernos musulmanes decisivos para esa coalición, como los de Arabia Saudita, Omán, Pakistán Uzbekistán, indicaron a Rumsfeld que no estaban dispuestos a brindar tropas o permitir el uso de sus territorios para acciones militares contra Afganistán, sino que se limitarían a brindar apoyo logístico.
Por lo tanto, Washington cuenta ante todo con apoyo militar de Gran Bretaña y algunas otras potencias occidentales para dar respuesta al deseo de represalias de la población estadounidense tras los ataques terroristas del 11 de septiembre, que fue expresado por hasta 82 por ciento de los consultados en encuestas.
Es previsible que los ataques contra Afganistán tengan importantes consecuencias políticas en ese país, en Pakistán y en el resto de la región.
El presidente de Pakistán, Pervez Musharraf, dijo este lunes a periodistas en Islamabad que «todos» los integrantes de la coalición antiterrorista le han ofrecido «110 por ciento de garantías de que tendrán presente» la preocupación pakistaní por la posibilidad de que la Alianza del Norte, que combate contra el Talibán en la guerra civil afgana, salga beneficiada.
Sin embargo, todo indica que Washington apuesta a que el próximo gobierno de Afganistán surja del anunciado acuerdo entre la Alianza del Norte y el exiliado rey afgano Zahir Shah, de 86 años de edad, quien fue derrocado en 1973, y
Zahir aseguró en 1985 que no es hostil a Pakistán, al conceder una entrevista a un periodista pakistaní por primera vez tras ser derrocado.
En esa entrevista, realizada en Roma, recordó que se había mantenido neutral durante las guerras de 1965 y 1971 entre Pakistán e India.
En realidad, ningún futuro régimen afgano podría darse el lujo de ser hostil a Pakistán, en el marco de previsibles dificultades domésticas y por razones geopolíticas.
De todos modos, la situación actual marca el fin de la política pakistaní de los últimos años, que buscó respaldo en el largo conflicto con India mediante relaciones amistosas con el Talibán.
Musharraf admitió este lunes que ha compartido información de Inteligencia sobre el Talibán con Estados Unidos, y que permitió a la Fuerza Aérea de ese país sobrevolar territorio pakistaní en el ataque del domingo.
Ahora es probable que Islamabad deba modificar su política para el territorio de Cachemira, que disputa a India desde la creación de ambos países hace medio siglo.
El Departamento de Estado estadounidense dio a conocer el viernes su lista de de «organizaciones terroristas extranjeras», que actualiza cada dos años, e incluyó en ella al grupo separatista cachemiro Harkatul Mujahideen, que ha recibido respaldo del gobierno pakistaní.
Washington «cree que ese grupo tiene vínculos con Osama bin Laden», dijo el portavoz del Departamento de Estado, Richard Boucher.
Según fuentes indias, Bush aseguró el domingo al primer ministro de India, Atal Bihari Vajpayee, que Jaishe Mohammed, otro grupo separatista cachemiro, será incluido en la lista del Departamento de Estado, cuando habló por teléfono con Vajpayee para informarle sobre el inminente ataque contra Afganistán.
Nueva Delhi afirma que Jaishe Mohammed fue responsable de un atentado con un coche bomba realizado la semana pasada en Srinagar, la capital del territorio cachemiro gobernado por India, que causó la muerte de por lo menos 38 personas.
Musharraf enfatizó este lunes que la cuestión de Cachemira «no puede ser identificada con el terrorismo», como lo desea Vajpayee, pero es claro que la nueva actitud estadounidense ante grupos separatistas cachemiros implica una fuerte presión para que Islamabad rompa relaciones con esos grupos.
Por otra parte, la actual crisis ha precipitado cambios en las relaciones de poder político dentro de Pakistán.
Organizaciones religiosas musulmanas se oponen con firmeza a la alianza militar con Estados Unidos del régimen de Musharraf, quien tomó el poder mediante un golpe de Estado en octubre de 1999, mientra spartidos moderados y centristas apoyan al gobierno.
Por otra parte, Musharraf ha reorganizado su equipo de lugartenientes militares, mediante la promoción de dos generales y el cambio del jefe de los servicios de Inteligencia.
China, Rusia y las repúblicas ex soviéticas de Takikistán y Uzbekistán se han alineado con Estados Unidos en la campaña antiterrorista, debido a que comparten la preocupación por la insurgencia islámica en sus territorios, que consideran apoyada por el Talibán.
Es la primera vez que Moscú apoya una acción militar estadounidense en Asia Central.
Bush prevé visitar China el 20 de este mes, y eso marca un importante viraje en las relaciones entre Washington y Beijing, que habían sido muy conflictivas en los últimos tiempos.
Estados Unidos también ha suavizado su actitud ante el gobierno iraní, enfrentado con el Talibán por razones que incluyen discrepancias religiosas de siglos de antigüedad.
El secretario de Estado estadounidense, Colin Powell, prevé realizar una gira por Pakistán e India, en la cual deberá proceder con extremo cuidado para mantener el equilibrio en las relaciones con ambos rivales.
La cuestión política regional más delicada es la del estado de la opinión pública en los países musulmanes, expresado en varias ciudades de Pakistán por violentas protestas callejeras contra el ataque del domingo.
En las primeras 18 horas posteriores a ese ataque, aliados musulmanes clave de Estados Unidos como Arabia Saudita, Egipto y Jordania no habían hecho público que apoyaran el bombardeo de Afganistán.
Estados Unidos puede ganar la batalla militar en Afganistán, pero perder la batalla por los corazones y las mentes de los musulmanes, salvo que logre que el conflicto sea breve, con mínimas víctimas civiles, y al mismo tiempo lance iniciativas políticas deseadas por el mundo musulmán, por ejemplo en defensa de la autodeterminación palestina.
Musharraf dijo que el actual ataque será «una guerra corta y con objetivos delimitados en forma clara», pero estadounidenses y británicos prevén que la lucha será ardua y puede durar semanas. (FIN/IPS/tra-eng/mh/js/mp/ip/cr/01)