El candidato del FSLN a la presidencia de Nicaragua, Daniel Ortega, fácilmente puede confundirse estos días con un predicador religioso, mientras que los simbólicos colores rojo y negro pasaron a segundo plano. Es la nueva cara del sandinismo con vistas a las elecciones de noviembre.
El FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional), partido insignia en los años 80 de los movimientos revolucionarios en la entonces conflictiva América Central, intenta mostrar ahora una imagen moderada, sin propuestas de «grandes transformaciones sociales» en su plataforma electoral.
«Es un enfoque pragmático, un ropaje electoral de Ortega, que se ha impuesto por cuarta vez como candidato del FSLN», dijo a IPS el analista político Carlos Fernando Chamorro, quien dirigió por 14 años el diario sandinista Barricada y hoy conduce el programa de televisión «Esta semana» y el semanario Confidencial.
Chamorro opinó que esta nueva cara electoral del sandinismo se relaciona con «una crisis profunda que data de mediados de los años 90, cuando se inició un proceso de modernización y de democratización, que fue abortado con respuestas autoritarias y terminó imponiendo a Ortega como líder único y candidato en 1996».
Ortega fue una de las cabezas visibles de la revolución sandinista, que tuvo dirección colectiva desde el derrocamiento de la dictadura de Anastasio Somoza en 1979 hasta 1984, cuando se realizaron elecciones que no fueron reconocidas por Estados Unidos.
Elegido presidente, Ortega gobernó hasta 1990, acosado por una fuerza insurgente de derecha con bases en Honduras y financiación estadounidense.
La victoria electoral de Violeta Chamorro en 1990 sobre el mismo Ortega puso fin a 11 años de experiencia revolucionaria. El líder sandinista volvió a lanzar su candidatura, en 1996, pero fue superado por el actual presidente, Arnoldo Alemán, del derechista Partido Liberal.
El pragmatismo del FSLN se evidenció el año pasado, cuando firmó un pacto con el presidente Alemán, líder de un histórico partido enemigo, «para partidizar las instituciones y compartirse la dirección de la Asamblea Nacional (parlamento)».
Las encuestas de opinión para las elecciones del 4 de noviembre mostraron hasta la segunda semana de este mes un «empate técnico» entre Ortega, que recoge una adhesión de 35 por ciento, y el ex vicepresidente del gobierno de Alemán, el empresario Enrique Bolaños, con 36 por ciento.
El FSLN ha llamado a conformar una Convergencia nacional, y los símbolos tradicionales del movimiento, como los colores rojo y negro y el sombrero del líder independentista Augusto César Sandino, han quedado relegados.
Analistas políticos coinciden en que la imagen de Ortega se asemeja a la de un líder religioso. Un ejemplo de ello son los avisos publicitarios en los que se escucha al ex presidente jurar ante Dios que cumplirá con su promesa de que llevara al país «a la tierra prometida».
El experto Chamorro precisó que «se trata de una estrategia electoral, pues no hay una visión de construcción y unidad nacional», como puede comprobarse «en las listas a diputados de la llamada Convergencia, todos son del Frente».
Los nicaragüenses deberán elegir en noviembre al presidente para el periodo 2002-2007 y a los 90 integrantes de la Asamblea Nacional (parlamento unicameral). Las encuestas indican que en el escenario legislativo también habrá una polarización entre liberales y sandinistas.
«Gane quien gane, tendrá que sentarse a negociar después del 9 de enero, cuando asuma el nuevo gobierno, porque tendrá la presidencia, pero no la mayoría parlamentaria indispensable para empujar leyes y proyectos», apuntó Chamorro.
En la Convergencia de Ortega conviven con los sandinistas algunos de sus antiguos enemigos, como la Unión Socialcristiana, e incluso un sector de la llamada Resistencia Nicaragüense, el grupo armado que combatió al gobierno del FSLN con apoyo de Estados Unidos.
La relación con Estados Unidos tiene también peso en el cuadro electoral nicaragüense. Tras los atentados del martes 11 en Washington y Nueva York, una campaña publicitaria ha sostenido que «Ortega es amigo de terroristas» y se lo muestra con líderes de Medio Oriente en su época «revolucionaria».
Nicaragua, con cinco millones de habitantes, no es en este momento prioridad para Estados Unidos, observó Chamorro.
Sin embargo, la conflictiva relación histórica de Washington con el sandinismo y el endurecimiento de la política exterior del presidente estadounidense George W. Bush, provocada por los atentados terroristas, pueden tener efecto psicológico en quienes aún no han decidido su voto, añadió.
«Aunque no haya una señal clara de Estados Unidos, un nicaragüense puede pensar que es un peligro darle el poder a un candidato que, cuando fue presidente, enfrentó una guerra contra la mayor potencia mundial, que ahora además muestra todo su poderío», dijo Chamorro.
Ortega, como parte de su nueva imagen, ha insistido en que no habrá enfrentamientos con Estados Unidos y, al mismo tiempo, ha insistido en que no se producirán medidas económicas que recuerden los años 80.
En este contexto, algunos analistas creen que un nuevo gobierno del FSLN se parecería más a la actual administración liberal que a la experiencia sandinista de hace dos décadas.
Esta vez habrá respeto a las propiedades, no se realizarán repartos masivos de tierras y la política económica seguiría los cánones del FMI como ocurre en la actualidad, comentaron.
Una muestra de los nuevos tiempos del sandinismo se pudo ver el 19 de septiembre, cuando Ortega compartió amistosamente con una delegación de alto nivel del estadounidense Partido Republicano, del presidente Bush.
Ortega insistió en esa reunión en que confíen en el FSLN y que no se repetirá el pasado. (FIN/IPS/ac/dm/ip/01