JAPON: Insaciable apetito por el marfil

El apetito insaciable de Japón por el marfil cayó de nuevo bajo el fuego de los ambientalistas, indignados por una campaña publicitaria: compañías que comercializan artículos hechos con este insumo, que procede de los colmillos de elefantes en peligro de extinción, lanzaron una serie de anuncios en los principales diarios del país.

«Los sellos de marfil traen buena suerte» decía a mediados de agosto un anuncio en el Mainichi Shinbun, un influyente diario.

Bajo este título, el Centro de Productos Especiales Yamanashi, una comercializadora al por mayor asentada al oeste de Japón, presentó un cautivante despliegue de fotografías de sellos personales o «hanko», uno de los principales artículos producidos con base en marfil.

Usados tradicionalmente para imprimir nombres en documentos oficiales, los sellos son muy populares y se han convertido en una posesión valiosa y un símbolo de status. Los abuelos ricos, por ejemplo, compran los sellos de marfil como regalos de graduación para sus nietos

«La publicidad de los sellos indica que el mercado aún está en auge. Debemos vigilar cuidadosamente la situación», dice Kumi Toyama, director del programa para el marfil de la no- gubernamental Sociedad Japonesa para la Conservación de la Fauna Silvestre.

El precio de los sellos comercializados por el centro Yamanashi oscila entre 10.000 y 30.000 yenes por unidad. El anuncio de la compañía, que incluye la dirección de un sitio en Internet, ofrece también sellos más baratos hechos de cuernos de bisonte acuático, por menos de diez mil yenes.

Pero el marfil se usa también para otros artículos: joyas, teclas para piano, accesorios para el pelo y picas para rasgar el shamisen, instrumento musical oriundo de Japón, que semeja un pequeño banjo.

Encuestas recientes muestran que un número cada vez mayor de comerciantes de marfil está decidido a fomentar sus ventas a través, por ejemplo, de secciones especiales en revistas femeninas, que apuntan a la generación más joven.

El apetito por el marfil prácticamente diezmó a los elefantes africanos. Según datos del IFAW, Fondo Internacional para el Bienestar Animal, la población cayó de 1,2 millones a 600.000 entre 1979 y 1989.

Con la Convención de Washington (1989), el comercio de marfil quedó prohibido en el ámbito mundial. Sin embargo, más tarde se permitió que tres naciones africanas (Zimbabwe, Bostwana y Namibia), que habían aducido problemas de sobrepoblación de elefantes, continuaran con la venta legal de marfil, sobre todo a Japón.

Actualmente el país asiático es el mayor mercado de marfil en el orbe, y se calcula que la población actual de elefantes en Africa está entre 300.000 y 500.000 ejemplares.

En un esfuerzo por mantener viva la industria doméstica, el gobierno japonés ha continuado ejerciendo presiones para la reanudación de la comercialización y demanda la protección del arte tradicional del tallado.

El gobierno japonés justifica el comercio como un paso a favor del comercio sustentable de marfil.

El ingreso de una compra reciente de 50 toneladas de marfil a los tres países africanos, fue usado «en la conservación de los elefantes, con la construcción de abrevaderos y el fomento de prácticas contra la cacería ilícita, como el desarrollo de las comunidades adyacentes al hábitat de la especie», anotó una declaración oficial el año pasado.

En defensa de su postura, las autoridades destacan que los sellos están fabricados de marfil legal, ya que los comercializadores deben registrarse ante el gobierno.

«No estamos tratando de matar elefantes, solamente aspiramos a un comercio organizado de colmillos», dijo un oficial del gobierno que rehusó ser identificado.

Actualmente los sellos se venden junto con permisos especiales en un afán por detener las protestas verdes.

Pero los ambientalistas no están satisfechos y destacan que la práctica es dudosa porque es difícil diferenciar a ciencia cierta si el marfil es legal o no.

Hideo Obara, profesor emérito de ecología animal en el Kagawa Nutrition College, dice que lo único que fomenta la postura de Japón es que los cazadores furtivos sigan alimentando la industria japonesa de marfil, la cual a su vez auspicia la demanda entre el público.

Ciertamente, el voluminoso embarque de marfil de contrabando localizado en abril último por las aduanas en Tokio, es la prueba de que la demanda crece a fuego lento, dice Toga.

Este embarque entró desde Singapur y fue a parar a la Asociación de Marfil de Japón, la que más tarde emitió una declaración prometiendo una vigilancia más estricta para eliminar el contrabando.

Los ambientalistas han tratado por largo tiempo de influenciar en el gobierno para promulgar leyes que prohíban la venta de productos de marfil. Argumentan que tal legislación ayudará a elevar la conciencia del público en contra del comercio del marfil.

Pero Tomotsu Ishibashii, de la Federación del Japón de Artes del Marfil, que abarca 50 compañías que trabajan con el marfil en Tokio y Osaka, discrepa con vehemencia.

«Mediante un manejo cuidadoso, es posible proteger al elefante lo mismo que a la valiosa mano de obra de Japón», asegura. (FIN/TA/tra-en/sk/en/01

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