La paz firmada en diciembre de 1996, tras un conflicto armado de 36 años que costó la vida a 150.000 personas, no bastó para sacar a Guatemala del grupo de los países más pobres y de mayor exclusión social de América Latina.
«Hoy somos más libres, pero seguimos siendo muy pobres», dijo a IPS Juan Chum, un indígena de la etnia quiché, de 50 años y dedicado al cultivo de papa.
Chum destacó que gracias a los acuerdos de paz entre el gobierno y la guerrilla, los indígenas y los agricultores en general pueden reclamar sus derechos sin temor a ser asesinados.
«Ya logramos el sueño de llegar a la libertad, pero ahora nos falta el sueño de salir de la pobreza», señaló Chum.
Sus comentarios resumen la opinión recogida por IPS tras recorrer Guatemala para conversar con campesinos, políticos, ex guerrilleros y académicos, a cinco años de la firma de la paz.
Entre las 200.000 víctimas de la guerra, las organizaciones no gubernamentales cuentan 45.000 desaparecidos. Así mismo, el conflicto determinó el desplazamiento de sus hogares de un millón de personas y dejó 250.000 huérfanos y 100.000 viudas, según estadísticas oficiales.
Luego de cinco años de vida en paz, Guatemala ya no está agobiada por las persecuciones y los combates, pero afronta otros graves problemas, como la pobreza, el crimen organizado, las pandillas y la debilidad del sector empresarial.
«Ahora, la tragedia no es por la violencia de la guerra, sino por el hambre», comentó el ex presidente Ramiro de León Carpio (1993-1996), quien recibió a IPS en su oficina en la capital guatemalteca.
Los azotes de Guatemala son la desnutrición y la pobreza, dijo De León Carpio, testigo directo de las negociaciones de paz que concluyeron con éxito durante el mandato de su sucesor Alvaro Arzú (1996-2000).
«Es igual de doloroso morir de un balazo que de hambre», señaló con énfasis el ex presidente, que ocupa un escaño en el Congreso legislativo.
Agregó que en estos cinco años se ha avanzado mucho en materia de derechos políticos y civiles, pero casi nada en materia de derechos económicos, sociales y culturales.
«La situación es difícil, incluso podríamos catalogarla de mala, por eso tenemos que poner en práctica políticas sostenidas de ataque a la pobreza», afirmó.
El Informe de Desarrollo Humano elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo indica que 57 por ciento de los 12 millones de guatemaltecos viven en condiciones de pobreza.
Pero académicos, políticos y líderes campesinos locales consideran que la pobreza alcanza en realidad a más de 80 por ciento de la población.
Esos datos sustentan la reflexión de De León Carpio, quien precisó que en los acuerdos de paz se trazaron tres objetivos: finalizar el conflicto, lograr la reconciliación nacional y acabar con la pobreza.
«Hoy puedo decir que la primera meta se cumplió, pero de las otras dos admito que estamos lejos», advirtió.
Los guatemaltecos consultados por IPS coinciden en que uno de los beneficios de estos cinco años de paz ha sido el fin de la violencia bélica e ideológica.
Muchas calles, veredas y autopistas que hoy se pueden recorrer con cierta tranquilidad fueron en el pasado «tierra de nadie» y escenario de emboscadas y combates entre el ejército y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca.
«Era muy triste. Si uno estaba con los militares, lo mataban los guerrilleros, y si uno estaba con los guerrilleros, lo mataban los militares», dijo a IPS Heladio Ramos, líder campesino del septentrional departamento de Huehuetenango.
Ramos, que ahora lucha por reconstruir el tejido social en esa zona, destacó que en aquellos años, los campesinos no podían organizarse, pues los nucleamientos de ese tipo eran considerados por los militares como potenciales focos guerrilleros.
Guatemala intenta hace cinco años volver a la normalidad y, según analistas, uno de los primeros legados de la paz se apreció en las elecciones presidenciales de 1999, las primeras en muchos años en las cuales no hubo muertos.
«El país ha cambiado totalmente», expresó a IPS Daniel Matul, uno de los líderes ideológicos de la guerrilla en el pasado y hoy representante de los indígenas en la ciudad de Quetzaltenango, 206 kilómetros al noroeste de la capital.
«Ahora se están comenzando a reconocer los derechos indígenas, hay más libertad de prensa y el ejército empieza a salir de la administración del Estado», explicó.
Los expertos consultados coinciden en que, si bien hay paz, han explotado otros problemas por el alto nivel de exclusión social y la debilidad económica del país.
En 1998, la esperanza de vida de los guatemaltecos era de 64 años, la más baja de América Central, y sólo 67 por ciento de la población sabía leer y escribir.
Un estudio del no gubernamental Centro de Investigaciones Económicas Nacionales (CIEN) indica que un tercio de la actividad económica se desarrolla en el sector informal.
En tanto, estadísticas oficiales revelan que 67,4 por ciento de la población económicamente activa sufre problemas de desempleo, malas condiciones laborales o se dedica a actividades de subsistencia.
«La guerra se acabó, pero se desató una delincuencia tremenda», comentó a IPS Mario Polanco, activistas de derechos humanos. Los medios de prensa se hacen eco cada día de la ola creciente de robos, asaltos a bancos, secuestros y de los llamados delitos «de cuello blanco».
«¿Ves ese barrio?», pregunta Polanco a IPS, señalando una loma donde se insinúa una hondonada multicolor de chabolas. «Se llama La Limonada, y es uno de los lugares más pobres y peligrosos de Guatemala», informó.
La Limonada está ubicado a pocas cuadras del centro histórico de la capital guatemalteca y es un ejemplo vivo de la exclusión, la pobreza y la delincuencia del país.
«Si entrás solo, a los 10 minutos te asaltan, y si llevas a 19 amigos para que no te asalten, a los 10 minutos los asaltan a los 20», explicó.
Polanco afirmó que la inseguridad es producto de la miseria en la que vive buena parte de Guatemala, lo cual es una clara violación de derechos humanos.
«Tras cinco años de paz puedo resumir que en Guatemala estamos mejor y peor… mejor en cuanto a la guerra, y peor en cuanto a las condiciones sociales», concluyó.
El diagnóstico de Polanco pareciera comprobarse en los contrastes de los paisajes de Guatemala.
El área de la capital conocida como «Zona Viva» es un ambiente plagado de hoteles de lujo, restaurantes sofisticados y arquitectura imponente, mientras en otras regiones del país se suceden los centros poblados sin luz eléctrica ni agua potable y de difícil acceso por falta de carreteras.
Además, desde agosto varios municipios rurales de Guatemala viven una hambruna que ha cobrado oficialmente la vida de siete niños, aunque algunos medios de comunicación sostienen que llegan a 49 las víctimas.
El poeta Arturo Pérez definió a IPS el sentimiento que impera en estos momentos en muchos guatemaltecos: «La paz con hambre no es paz». (FIN/IPS/nms/dm/dv/01