Los atentados del martes en Nueva York y Washington, como el sorpresivo bombardeo japonés de Pearl Harbour hace 60 años, son el resultado de graves desaciertos de ambas partes, atacantes y atacados, que tendrán severas consecuencias para el mundo.
El ataque a la base aeronaval estadounidense de Pearl Harbour, en Hawai, donde murieron unos 2.400 militares y civiles, marcó un hito en la historia, porque fue la primera vez que fuerzas extranjeras atacaron territorio estadounidense desde que los británicos incendiaron el Capitolio en 1812.
Pero principalemente, el bombardeo japonés contra aquella base naval puso fin al aislamiento de Estados Unidos y lo arrastró a la segunda guerra mundial (1939-1945), que terminó con el lanzamiento de las bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.
En Pearl Harbour nació la moderna política de seguridad nacional de Estados Unidos y comenzó a surgir una amplia gama de nuevas técnicas de inteligencia.
Aún está por verse si los atentados del martes, en los que murieron al menos 5.000 personas, en su mayoría civiles, tendrán un impacto similar.
Pero el hecho de que Pearl Harbour fuera el episodio histórico más recordado esta semana da la pauta de que el ataque contra las torres del World Trade Center y el Pentágono pueden marcar otro punto de inflexión en el mundo.
Washington, a pesar de la capacidad y experiencia de sus servicios de inteligencia, fue tomado completamente por sorpresa el martes, como ocurrió aquel 7 de diciembre de 1941.
El gobierno estadounidense tenía indicios de eventuales ataques, pero los agentes de inteligencia creyeron que los objetivos serían instalaciones en el exterior, como ocurrió con las embajadas en Kenia y Tanzania en 1998 y con el buque USS Cole en Yemen el año pasado.
Nunca imaginaron que aviones comerciales serían lanzados contra los edificios insignia del propio territorio de Estados Unidos.
Nadie pensó que los grupos fundamentalistas islámicos, como Al Qaeda del millonario saudita Osama bin Laden, la organización sobre la que recaen las sospechas, tendrían experiencia, infraestructura y militantes preparados para secuestrar en forma simultánea cuatro aviones comerciales y conducirlos hacia los objetivos.
Los expertos en lucha contra el terrorismo consideraban, desde la guerra contra Iraq en 1991, que esas organizaciones podrían usar armas químicas o biológicas, pero no esperaban acciones como las del martes.
Lo mismo ocurrió en Pearl Harbour. Algunos advertían un posible ataque de Japón a la flota del Pacífico, pero los altos mandos desechaban esa opinión, pues creían que el imperio japonés carecía de fuerza aérea para un ataque de esa envergadura.
Además, créase o no, las autoridades estadounidenses de la época pensaban que los japoneses no tenían capacidad visual suficiente, debido a las características de sus ojos, como para realizar con éxito un bombardeo sobre Pearl Harbour.
Washington subestimó por completo el poderío japonés, pero Tokio también cometió errores fatales.
La facilidad con que expandió su imperio, derrotando una generación antes a Rusia y ocupando vastos territorios de China en los años 30, estimuló la creencia de los mandos japoneses de su superioridad racial y militar.
Japón creía que si destruía la flota estadounidense en el Pacífico podría alejar a Washington de Asia oriental por un tiempo suficiente como para consolidar su poder en la región, y en particular en las Indias Holandesas orientales (la actual Indonesia), ricas en petróleo.
Tokio creía que a Washington le costaría años recuperarse del ataque.
Los militares japoneses, para quienes a raza blanca era esencialmente cobarde, estaban convencidos de que una operación fulminante contra Pearl Harbour acabaría con la moral y la autoconfianza de Estados Unidos, que se retiraría de la región para fortalecer su territorio y permanecer fuera de la guerra.
Japón subestimó por completo la capacidad de reacción estadounidense. En lugar de destruir su moral, Pearl Harbour galvanizó y unió a la nación como ningún otro acontecimiento en el pasado.
Todo estadounidense con buen físico y aun muchos jóvenes menores de edad se presentaron como voluntarios para la guerra pocos días después del ataque. La imprevista operación inflamó una sangrienta guerra que terminó cuatro años después con la destrucción con bombas atómicas de dos ciudades de Japón.
Es muy probable que los extremistas islámicos como Bin Laden y sus aliados, si es que realmente estuvieron detrás de los atentados del martes, cometieran errores similares por partir de parecidas suposiciones.
Como Japón, superaron grandes desafíos y derrotaron a poderosos enemigos, como hizo Afganistán con la Unión Soviética en los años 80.
Los extermistas también se consideran moralmente superiores a Occidente, y en especial a Estados Unidos, calificado en más de una vez por Bin Laden como «tigre de papel».
«Con pocos recursos y con nuestra fe podemos vencer a la más grande potencia militar de los tiempos modernos. Estados Unidos es mucho más débil de lo que parece», aseguró Bin Laden en un vídeo de dos horas divulgado en el mundo árabe el verano boreal pasado.
En cierta forma, algunos acontecimientos parecen fortalecer la opinión del extremista saudita.
Las fuerzas de Estados Unidos se retiraron de Somalia en 1993 luego de que 18 de sus soldados fueran asesinados en una emboscada en las calles de Mogadiscio, al parecer organizada por Bin Laden. La guerra de Kosovo, en 1999, confirmó que Washington sólo está dispuesto a pelear desde una distancia segura.
Estados Unidos sólo respondió a los mortales atentados terroristas en Kenia y Tanzania con misiles crucero lanzados sobre supuestos campos de entrenamiento en Afganistán y contra una fábrica de productos farmacéuticos en Sudán.
El resultado parece haber sido el robustecimiento de la posición de Bin Laden en el mundo islámico, sin mengua de su capacidad militar.
Washington todavía no respondió al atentado suicida contra el USS Cole, que mató a 17 infantes de marina y que, al parecer, fue también organizado por la red de Bin Laden.
Cuando en junio circularon rumores de un posible atentado contra la Quinta Flota estadounidense en el Golfo, ésta puso rumbo de inmediato a alta mar, alejándose de la zona de riesgo.
Dados esos antecedentes, Bin Laden u otros extremistas pueden haber creído que un ataque letal de gran magnitud contra dos ciudades clave, que pudiera ser visto por la población estadounidense, bastaría para derrumbar la moral militar de este país y obligarlo a abandonar la región del Golfo.
Pero la reacción de la opinión pública no ha sido la que aguardaban los terroristas. Los hechos parecen decir que renace en Estados Unidos el espíritu de unión nacional que se vio después de Pearl Harbour. (FIN/IPS/jl/tra-eng/rp/ip/01