«Fausto», la obra de Goethe sobre el atormentado científico que entregó su alma al diablo a cambio de poder y más conocimientos, se transforma en una reflexión irónica sobre la atracción de las tentaciones de la mano de un grupo teatral de la Universidad Católica de la capital peruana.
En la pieza que se exhibe en Lima, Fausto es interpretado por Alberto Isola, en tanto que el diablo es encarnado por cuatro actores, dos hombres, Diego Bertie y Sergio Galliani, y dos mujeres, Mónica Sánchez y Cécica Bernasconi, quienes se turnan para abordar y tentar al ambicioso científico alemán.
Otro importante «personaje» de la obra es el lugar donde se presenta: las ruinas del Teatro Municipal de Lima, incendiado en 1999 y aún no reconstruido, desde cuyas butacas pueden verse las estrellas porque aún carece de techo.
«El Teatro Municipal representa la cabeza de Fausto. Todo está ocurriendo en su pensamiento, allí empieza la transformación de Fausto y desde allí deberá partir el poder para la transformación del mundo, si es que lo consigue», comentó el director de la pieza, Jorge Guerra.
El personaje de Fausto ha capturado la atención por siglos de muchos escritores y filósofos, interesados en desentrañar la relación entre la ética y la investigación científica.
Uno de ellos fue el dramaturgo británico Christopher Marlowe, contemporáneo de William Shakespeare, que escribió en 1592 la obra «La trágica historia del doctor Fausto».
También se conocen varias óperas sobre este tema, entre ellas «La condenación de Fausto», compuesta en 1846 por Héctor Berlioz, e inclusive un poema gauchesco a cargo del argentino Estanislao del Campo.
Fausto, en la versión del escritor alemán Johann Wolfgang Goethe (1749-1832), vende su alma a Satanás no sólo por ambición y vanidad científica sino también para usar el conocimiento en la reforma del mundo y la creación de una sociedad ideal. Sin embargo, fracasa en ese objetivo y esa es su tragedia.
El filósofo alemán Oswald Spengler (1880-1936) definió al hombre fáustico como el «espíritu dinámico que necesita expandirse, destruyendo los límites del espacio y el tiempo, para controlar todo lo que está fuera de él».
Para el escritor peruano Eduardo Borrell, «vender el alma al diablo a cambio de sabiduría para reformar el mundo podría no parecer un pecado extremo, pero si el diablo es el mal, venderle el alma significa desconocer inescrupulosamente los límites de la ética y sostener que el fin justifica los medios, ignorando que los medios pueden distorsionar los fines».
«Fausto somos todos, es la voluntad del conocimiento indebido que se expresó en Adán, y que quizás ahora se encarne en los científicos que tratan de clonar humanos, un cuestionable objetivo de un sector de la ciencia», añadió Borrel, ex sacerdote jesuita.
Por su parte, la historiadora Esther Belevan entiende que «la versión de la fuente demoníaca del conocimiento del Doctor Fausto reflejaba la desconfianza de los sectores cristianos más fanáticos de la época (de Goethe), que abominaban de la ciencia y de su afán por explicar el mundo fuera del marco ingenuo de los evangelios».
El drama del Doctor Fausto está basado en la historia de Johann Faustus, filósofo, alquimista, mago y aventurero que vivió en Alemania entre 1470 y 1540, y cuyos conocimientos procedían de su trato con el diablo, según sus vecinos.
El diablo era una preocupación constante en el siglo XV en Europa. Se buscaba su rastro en todos los males y desgracias de la época y se perseguía y sancionaba a quienes cayeran bajo su presunta influencia.
Posteriormente, algunos filósofos, como el italiano Giovanni Papini (1881-1956), tuvieron compasión del diablo, y algunos exegetas cristianos se preguntaron si, tal vez, fueron los hombres (en realidad, las mujeres) quienes pervirtieron a los ángeles y los convirtieron en demonios.
Esta última interpretación parte del Génesis, que dice que los hijos de Dios (los ángeles) fueron enviados a la Tierra para combatir los pecados, y llegados a la Tierra tomaron como esposas a las hijas de los hombres y de su progenie se desprendió la raza de los demonios.
Se puede deducir, entonces, que los ángeles al asumir cuerpos humanos adquirieron la pasión sensual, de la que carecían cuando eran espíritus puros y, conociéndola, ya no quisieron regresar al cielo.
El montaje limeño de la versión de Goethe sobre la leyenda de Fausto no toca directamente cuestiones religiosas, pero abre camino flexible a las reflexiones sobre las relaciones entre la ética y las tentaciones.
La más impactante versión del diablo en este montaje es una especie de «sargenta fascista» de agresivas pechos metálicos, enfundada en botas y traje de cuero negro, un personaje de mujer dominadora y vorazmente sexual interpretada por Mónica Sanchez.
Cécica Bernasconi ofrece otra cara del diablo, un personaje que parece una estrella andrógina de rock, mezcla de Marilyn Manson y Michael Jackson.
La tentación de la vanidad es encarnada por Diego Bertie, un diablo que se viste y se mueve como un elegante modelo de pasarela, en tanto que el diablo que muestra Sergio Galliani aparece como un satánico y exhibicionista vagabundo ciego.
«Para expresar su irresistible y múltiple capacidad de seducción, diseñé un Mefistófeles tetradimensional y camaleónico», explicó el director Guerra.
En el primer texto de Goethe, publicado en 1808, el viejo estudioso Fausto además de recibir la gracia del conocimiento total, es rejuvenecido y seduce a una adolescente llamada Gretchen (Margarita).
Pero en la pieza teatral de Lima, Margarita, la niña de 14 años de la que se enamora Fausto, es una muñeca de porcelana que se convierte en una mujer vestida de novia, fría, distante y ajena al placer.
Goethe hizo una segunda parte de la tragedia de Fausto, que se publicó 24 años después, en la que Fausto quiere justificar su pacto con el diablo aduciendo su propósito de construir una sociedad ideal sobre la tierra, pero fracasa. (FIN/IPS/al/dm/cr/01