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Una mezcla de impotencia y resignación ensombrece el ánimo de los países latinoamericanos afectados por la crisis financiera de Argentina, que se proyecta como un espectro y no tiene desenlace a la vista.

El pronóstico pesimista de algunos bancos de inversión sobre el futuro de Argentina contrasta con el resto de esperanzas que les queda a los presidentes de la región, que insisten en apoyar los planes de Fernando de la Rúa para evitar la devaluación y la suspensión de pagos a los tenedores de títulos de deuda externa.

En cambio, analistas de la firma bursátil BCP Securities y del Deutsche Bank calcularon en 80 por ciento la probabilidad de que Argentina interrumpa sus pagos. Funcionarios argentinos atribuyeron ésta y otras previsiones a maniobras especulativas.

De igual modo, el banco de inversión JP Morgan frenó este viernes una tendencia favorable del real de Brasil, que afronta una diaria depreciación, al recomendar a sus clientes desembarazarse de los títulos de la deuda externa brasileña en previsión de un eventual contagio de la crisis argentina.

Esta semana, luego de lograr la aprobación parlamentaria de su último plan económico, el gobierno argentino advirtió que los tenedores de bonos, quienes apostaban por la suspensión de pagos, procuran ahora la pérdida de valor de esos papeles para no perder dinero con una eventual recuperación.

La maniobra habría consistido en vender bonos —lo que causó la caída de su valor— para luego recuperarlos por un precio menor. Una evolución positiva de la crisis que frene la reducción del precio de los títulos pondría fin a ese negocio, que fue admitido incluso por economistas de la argentina Fundación Capital.

De la Rúa ya puso en marcha, en sus casi 20 meses de gobierno, seis planes económicos de emergencia para acabar con la crisis o evitar su agravamiento.

El último plan consiste en impedir que el Estado gaste más de lo que recaude cada mes. Según la ley aprobada, las jubilaciones y salarios estatales se rebajarán al menos 13 por ciento, y ese recorte podría llegar a 20 por ciento si la recaudación mantuviera su tendencia descendente.

El temor a una crisis internacional surge del hecho de que Argentina aporta 22 por ciento de los títulos de deuda externa de economías emergentes que se comercian en el mundo. Junto con Brasil, suma más de un tercio de esos papeles.

Si ocurriera una fuga de inversores por temor al contagio, toda América del Sur resultaría afectada.

Las economías emergentes mostraron en los años 90 gran vulnerabilidad ante problemas financieros originados en algún país.

La devaluación mexicana de 1994 hizo impacto en América Latina y en Asia. Lo mismo ocurrió en el caso de las devaluaciones del sudeste asiático desde julio de 1997, de la suspensión de pagos de Rusia en 1998 y de la depreciación del real brasileño en 1999.

Ahora, la lupa está colocada sobre Argentina. Todas las herramientas que puede manejar el gobierno tendrían consecuencias negativas: una interrupción de pagos, una devaluación, o, en el caso de conseguir nuevo respaldo financiero, una profundización del ajuste, de la recesión y del desempleo.

Sin embargo, y aún antes de tener alguna certeza acerca del desenlace, los países socios de Argentina en el Mercosur (Brasil, Uruguay y Paraguay) y los asociados externos al bloque (Bolivia y Chile) ya sufren las consecuencias de la desconfianza de los inversores.

De hecho, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) pronosticó el jueves que el crecimiento económico de la región será de dos por ciento este año, la mitad del registrado en 2000, debido a la desaceleración de la actividad en el Norte industrial, pero también a la crisis argentina.

Hasta ahora, las medidas argentinas causaron la depreciación de las monedas de Brasil, Chile, Uruguay y Paraguay, en distinta medida según los casos. La mayor fue la brasileña.

Chile, la economía más estable de América del Sur, volvió a reducir esta semana sus expectativas de crecimiento económico para este año, de cuatro a 3,5 por ciento, debido a la situación argentina. Y el peso chileno perdió dos por ciento de su valor desde julio.

El presidente Ricardo Lagos manifestó esta semana su preocupación ante la crisis argentina y su confianza en que el gobierno de De la Rúa logre respuestas positivas organismos multilaterales y del Tesoro de Estados Unidos.

El Ministerio de Industria de Uruguay calculó la pérdida de espacios que tendría cada uno de los rubros de exportación del país si Argentina recupera competitividad mediante la devaluación.

Una caída de 20 por ciento del peso argentino determinaría para Uruguay la pérdida de ventas de productos textiles a Argentina y Brasil, de carne a Estados Unidos, de arroz a República Dominicana, de leche a Venezuela y México y de pescado a China y a Europa, según el informe ministerial.

El presidente uruguayo Jorge Batlle, el chileno Lagos y el brasileño Fernando Henrique Cardoso respaldaron una y otra vez las sucesivas propuestas de De la Rúa y de su ministro de Economía Domingo Cavallo para sortear la crisis.

Pero esas manifestaciones semejan más una presión que un gesto de respaldo. Los vecinos ruegan que la crisis argentina no se salga de cauce contagiando a toda la región, afectando el crecimiento de sus economías y de sus exportaciones, sus niveles de empleo y el equilibrio de sus cuentas fiscales.

El economista de CEPAL Bernardo Kosacoff explicó a IPS que el problema de la crisis argentina es que los inversores que buscan ganancias en países emergentes no distinguen entre éstos, sino que evalúan la región a la que pertenecen.

Por lo tanto, cuando hay dudas sobre la evolución de alguno de esos países, se produce la denominada «fuga hacia la calidad». Es decir, los capitales son desviados hacia otros mercados más seguros y rentables.

«El FMI aseguró la semana pasada en Australia, a través de su presidente James Wolfensohn, que no hay peligro de contagio de los problemas de Argentina. Pero esa sola aclaración confirma la existencia de una situación de peligro en Argentina que está a punto de terminar en una crisis», dijo Kosacoff.

A su juicio, si bien Argentina arrastra una recesión de más de tres años y las «mejores» perspectivas indican que seguirá en ese camino por lo menos hasta 2002, en este momento el principal problema no es ése, sino la imposibilidad del país de acceder al financiamiento, que perjudica también a todos los vecinos.

El acceso al capital se encarece para todos. Las inversiones se retrasan y el crecimiento se debilita en todos los casos. En Paraguay, donde la vulnerabilidad es importante, se ha observado en los últimos meses reacciones especulativas.

La depreciación de la moneda paraguaya, el guaraní, es constante desde principios de julio, sin que las autoridades monetarias puedan hacer nada. «El Banco Central no puede remar contra la corriente si la región está inestable», señaló hace pocos días el matutino Noticias, de Asunción.

La depreciación ya provoca en Paraguay el alza de precio de productos de consumo masivo, y augura un escenario de recesión y de desempleo en el mediano plazo.

El ministro de Hacienda, Raúl Vera, se reunió el mes pasado con representantes del FMI (Fondo Monetario Internacional), del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo para renegociar metas sobre el nivel de reservas internacionales, que Asunción se había comprometido a mantener.

«El FMI compartió en todos los términos el quebranto que representa para nuestro gobierno la evolución de las economías de nuestros socios comerciales más importantes», dijo Vera, aludiendo a Argentina, y, en menor medida, a Brasil. (FIN/IPS/ma/mj/if/01

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