ESPAÑA: La vida de muchos pende de un hilo

La vida de muchos ciudadanos españoles de las más variadas posiciones políticas pende de un hilo, a veces invisible, ante el accionar terrorista del grupo vasco ETA.

Euskadi ta Askatasuna (ETA, Patria Vasca y Libertad) surgió durante la dictadura de Francisco Franco (1939-1975) invocando la lucha por la independencia del País Vasco y por el socialismo.

En la actualidad continúa con sus actividades violentas, pese a que en España rige una Constitución aprobada por referéndum en 1978 y que la comunidad del País Vasco tiene gobierno, parlamento y policía autónomos.

La modalidad de los atentados que ETA perpetró en los últimos años motivó especiales medidas de seguridad. La mayoría de esos ataques son cometidos con bombas, que son activadas con mandos a distancia o temporizadores, o a balazos por la espalda contra personas desarmadas y sin escolta.

ETA siempre tuvo el mismo propósito: la independencia y la reunificación territorial del País Vasco, observó Julen Madariaga, uno de los fundadores del grupo armado, del que está desvinculado. Pero antes, «el brazo militar estaba supeditado a la cabeza política y ahora es al revés», explicó.

Lo cierto es que, si durante la dictadura de Franco ETA mató a figuras representativas del régimen, como el almirante y primer ministro Luis Carrero Blanco, o al torturador comisario de la policía política Melitón Manzanas, en la actualidad atenta contra diputados, concejales, periodistas o cocineros, sólo porque no apoyan su accionar.

Incluso el grupo ha matado a ciudadanos que pasaban por los lugares donde hizo estallar bombas.

Ese cambio en sus objetivos y su operatividad ha repercutido en la vida de miles de ciudadanos, que deben estar permanentemente bajo custodia.

Esa situación afecta a funcionarios de los gobiernos nacional, autónomos y provinciales, a jueces como Baltasar Garzón, a periodistas, concejales municipales y hasta el fontanero de un pequeño pueblo vasco, que debe llevar a su guardaespaldas incluso cuando va a arreglar el calentador de agua de algún vecino.

En junio, cuando se resolvió aumentar la cantidad de personas sujetas a protección oficial en el País Vasco, en esa región ya había 650 con custodia, además de quienes llevan escolta por el puesto público que ocupan y de las que contrataron seguridad privada.

En el resto de España se da una situación similar, aunque la proporción de las personas custodiadas es menor.

Una encuesta realizada en mayo por la consultora privada Sigma Dos señaló que siete de cada 10 vascos se sienten afectados personalmente por el terrorismo y otro tipo de acciones violentas de ETA.

En el análisis de la encuesta se destaca que, incluso, la mitad de los que votan al partido apoyado por ETA declaran que el terrorismo ha lesionado gravemente la libertad y los derechos humanos.

José Luis, un escolta que se negó a dar su apellido por razones de seguridad, explicó a IPS que su misión no se restringe a acompañar a la persona que custodia, a la que identifica como «el jefe» o «el VIP (persona importante)», sino que comienza con antelación.

Su tarea empieza al recoger el automóvil de la persona para quien trabaja, ya que antes de subir al vehículo revisa la parte de abajo con un espejo plegable, que le permite observar si ha sido colocada una «bomba lapa», llamada así porque es aplicada con una especie de esponja que se adhiere al metal.

La «bomba lapa» estalla por lo general cuando el automóvil es puesto en marcha o cuando sube o baja una pendiente, o es detonada mediante un mando a distancia. «Todo eso sin arriesgarse, como cobardes que son», comentó José Luis.

El escolta añadió que después se dirige hacia el domicilio del «VIP», da una o dos vueltas a la manzana, estaciona el vehículo frente a la puerta de entrada y, de una manera casi rutinaria, va a desayunar a un bar cercano, desde el que vigila la vivienda de su empleador.

José Luis observa en el bar si hay algún cliente nuevo, charla con los camareros sobre asuntos sin importancia y se mantiene alerta. Al poco tiempo recibe una llamada en su teléfono móvil, ya ha pagado su cuenta, y sale de inmediato, ya que la persona a la que custodia está por salir de su domicilio.

Luego espera mirando a todos lados, con la puerta del automóvil ya abierta. El protegido ingresa primero al vehículo y después lo hace el escolta, quien también lo conduce, aunque en otros casos hay una persona adicional en el equipo.

Tras ese operativo parten rápidamente, procurando cada día cambiar de recorrido pues, como comentó José Luis, «en cualquier lugar pueden dejar un coche estacionado con una bomba dentro que hacen explotar a tu paso».

La mayor dificultad está dada por la rutina del día a día, que limita la capacidad de improvisación, precisó a IPS la persona que custodia José Luis y que tampoco se identificó por razones de seguridad.

«Siempre, antes de salir, tengo que llamar al custodio, vaya a donde vaya y ya sea sólo o acompañado de mi mujer y mi hija. Sea para ir al cine, a un restaurante o a visitar a un familiar», apuntó.

Además, no debe abrir sobres o paquetes, de cuya procedencia no esté seguro, ni asomarse a las ventanas de su casa, agregó esta persona de profesión periodista y que desde hace años no trabaja en el País Vasco.

Sin embargo, incluso esa prevención con los paquetes suele fallar, como le ocurrió al periodista Gorka Landaburu, corresponsal del semanario Cambio16 en el País Vasco.

Landaburu recibió, como todas las semanas, un sobre con una revista local a la que estaba suscripto, lo guardó en su despacho y, al abrirlo el día siguiente, estalló una carga explosiva que tenía adentro.

El periodista no murió, pero quedó gravemente herido. Investigaciones posteriores señalaron que alguien le hizo llegar a ETA el dato de que la víctima recibía esa revista, para que el grupo pudiera interceptar el envío, lo cambiara por otro con la carga explosiva y así perpetrase el atentado.

La vida de Landaburu pendió de un fino hilo que no llegó a cortarse. Ahora, tres meses después del atentado, sigue en su domicilio en el País Vasco y, con las manos mutiladas y cicatrices en todo el cuerpo, se apresta a reanudar su trabajo como periodista. (FIN/IPS/td/dm/ip/01

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