(Arte y Cultura) CINE-PERU: Tras el bien esquivo de la identidad

El cine peruano sigue en busca de su identidad, esta vez con la película «El bien esquivo», que bucea en la interculturización, el sincretismo religioso y la marginalidad, en un país construido por conquistadores y variopintas fusiones raciales.

El director del filme, el publicista y profesor universitario Augusto Tamayo, narró que la historia transcurre en una época muy particular a raíz de la instalación del virreinato colonial español, el choque de dos mundos, la confrontación cultural y la imposición de la fe cristiana por parte de la Iglesia Católica.

«Obviamente, hemos descrito los personajes protagónicos y el momento histórico con los ojos de nuestra época», añadió.

Tamayo explicó que en la película «El bien esquivo», estrenada este mes, se desarrolla uno de los asuntos más interesante en la actualidad, como es la conformación de la identidad peruana.

«No es una simple coincidencia haber producido en Perú una película como ésta, en un momento en que se ha elegido, al cabo de 180 años de historia republicana, el primer presidente de neta ascendencia indígena», señaló Tamayo, quien tiene en su haber «Anda, corre, vuela» y «La fuga del Chacal».

La acción de «El bien esquivo ocurre en el siglo XVII, cuando Perú estaba bajo la dominación española, y uno de los ingredientes más destacados de la historia es el choque entre la religión y la sexualidad.

El historiador Teodoro Hampe recordó que «se suele suponer que durante la colonia el erotismo estuvo totalmente cercenado por la represión religiosa, Sin embargo, no fue enteramente así pese a los fuegos de la inquisición, ya que existió cierta permisividad por el origen social de la mayoría de los conquistadores».

«A diferencia de los fanáticos protestantes anglicanos que se instalaron en el norte de América, los conquistadores que llegaron a esta parte del continente eran campesinos procedentes de una España decadente, que practicaban una promiscuidad que, sin ser libertina, era bastante permisiva», agregó.

El promotor cultural Perícles Cáceres comentó que «el argumento es una típica historia de amor ambientada en tiempos coloniales, de capa y espada, con persecuciones a caballo por paisajes serranos y desiertos de arena… y sexo prohibido. En suma, una anécdota entretenida para diversos tipo de público».

«Sin duda, una película hecha pensando en la taquilla, pero al mismo tiempo es una obra que expone contenidos sociales importantes», concluyó Cáceres.

El filme narra la historia del retorno a Perú en 1618 de Jerónimo de Avila, peruano de nacimiento y ex soldado del ejército español.

De Avila vuelve en busca de documentos que le den una pista sobre su identidad. ¿Es un mestizo? ¿un criollo de piel un poco más oscura que los españoles? ¿un indio vestido como los blancos?, se pregunta.

El azar y la violencia contenida en el guerrero mestizo lo enredan en un crimen y, en su fuga, escala las paredes de un convento.

Allí es ayudado por Inés Vargas de Carbajal, quien ahora ya es sor Inés, una joven monja que prefirió la dudosa «libertad» del convento para escapar de la segura «cárcel» de un matrimonio impuesto por sus padres.

Inés tampoco encuentra en la Iglesia Católica la libertad individual que esperaba, pues sus superioras descubren que escribe poesías. El consejero espiritual del convento, el jesuita Ignacio de Araujo, la obliga a abandonar sus inclinaciones literarias.

Hasta ese momento la película narra la historia convencional de un amor prohibido, entre personajes separados por la raza, la posición social y los patrones culturales de la época.

Pero De Avila es un guerrero rebelde, a quien el paso por las milicias en España no domesticó. Por el contrario, lo hizo más duro en el rechazo a su destino marginal y sin horizontes.

Por su parte, sor Inés es una rebelde encubierta bajo la toca de la monja, una poetisa que eligió la reclusión del convento porque considera que el matrimonio es una cárcel más opresiva, y una persona que se debate en la agonía de una lucha entre su fe religiosa y sus impulsos naturales.

La huida envuelve a ambos en una aventura de final trágico.

«Al decidir entrar al convento, a una comunidad de mujeres, en lugar de casarse, Inés se adelanta de alguna manera a su época. Sentía que un esposo la anularía, mientras que en el convento podría acceder a la cultura, por ejemplo», explicó Jimena Lindo, la actriz que encarna a sor Inés.

«Es un personaje ficticio construido con los modelos de dos personas que vivieron en esa época: la desconocida poetisa peruana Amarilis y la fascinante colega mexicana Sor Juana Inés de la Cruz», contó Lindo.

«Investigar las probables motivaciones de un personaje que parecía tan distinto a mí, que soy católica porque me bautizaron mis padres, pero desde que salí del colegio de monjas no asistí más a misa, me permitió comprender el momento histórico de la acción», indicó.

Por su parte, Diego Bertie, el actor que se viste con la piel del soldado Jerónimo de Avila, lo describe como «un hombre de armas tomar que viene a Perú en busca de los documentos que le permitan demostrar que es blanco, de origen español, pero que termina afirmando su derecho a ser diferente, es decir mestizo».

Para llegar a esa convicción, el soldado De Avila debe descubrir primero que es hijo de una mujer indígena violada por un conquistador español, y luego que esa circunstancia lo convierte en un hombre marginal, rechazado por la sociedad de la época.

«El personaje es estoico, amargo, porque toda su vida creyó ser una cosa y de pronto descubre que es otra muy diferente. Tiene una gran rabia, su reto es aceptar que no es español, pero tampoco es indio, y debe admitir su doble origen racial como una realidad nueva», expresó Bertie.

«Como fruto de una violación, De Avila es hijo de una ruptura, ese antecedente genético que tenemos todos los peruanos. Este país nace de una ruptura y con frecuencia no existimos sino para las noticias pintorescas. Lo que intenta Jerónimo es ser consciente de esa ruptura, pese a que se sintió ajeno a ella», añadió.

Bertie apuntó que «un personaje se diseña desde adentro hacia fuera, es decir la realidad vivencial debe definir el aspecto exterior, los gestos y la conducta del personaje».

«Para ser Jerónimo de Avila no fue suficiente una transformación física, tuve que buscar y descubrir el ímpetu rebelde que llevaba adentro», puntualizó el actor. (FIN/IPS/al/dm/cr/01

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