Los emigrantes de muchos de los países pobres envían más dinero a sus lugares de origen que la cifra total recibida por estos países en ayuda para el desarrollo.
Si estos países aprovechan el capital financiero y humano de su diáspora podrían hallar una solución al dilema de desarrollo que padecen los 49 países menos adelantados (PMA), mientras disminuye la ayuda y el comercio con el Norte industrializado.
Ese ha sido hasta el momento el principal mensaje de la Tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Países Menos Adelantados, que se celebra en Bruselas hasta el domingo.
El Instituto de Migración (IOM) señala que las remesas que los emigrantes envían a sus familias representan 33,5 por ciento de las exportaciones de Bangladesh, 117 por ciento en Cabo Verde, 83 por ciento en Eritrea y 67 por ciento en Yemen.
Así mismo, las remesas comprenden más de 20 por ciento del producto nacional bruto de Cabo Verde, Malí, Eritrea y Yemen. «La migración es el factor más subestimado de la economía mundial hoy», dijo el secretario general de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), Rubens Ricupero.
No obstante, Ricupero se lamentó de que aún existan restricciones al libre movimiento de la gente. La idea de los emigrantes como protagonistas del desarrollo es reciente. La noción convencional es que la «fuga de cerebros» de los países pobres a los ricos es negativa.
Pero ahora la IOM analiza la forma de ayudar a los países en desarrollo y los países receptores a aprovechar los beneficios que pueden extraer de sus poblaciones emigrantes.
La IOM cree que la diáspora debe convertirse en un importante socio del desarrollo y que la administración macroeconómica debe ser sólida para asegurar que las remesas ingresen a la economía formal. Así mismo, los profesionales deben ser alentados a volver a sus países.
«Hemos decidido crear instrumentos para movilizar a las diásporas, para hallar un enfoque innovador a la transferencia de los recursos humanos», declaró la subdirectora general de la IOM, Ndioro Ndiaye.
Africa es uno de los continentes más afectados por la fuga de cerebros. El Banco Mundial calcula que perdió a un tercio de sus ejecutivos entre 1960 y 1987. Cada año, 23.000 egresados universitarios abandonan el continente hacia Europa.
Pero mantienen fuertes vínculos con sus países de origen y envían gran parte de sus ahorros en forma de remesas a sus familias. Algunos PMA comienzan a preparar a sus poblaciones para la emigración.
En Senegal, por ejemplo, un organismo público actúa de agencia de empleo que planifica el traslado de sus emigrantes a los países que necesitan su trabajo. Filipinas, aunque no es un PMA, hace lo mismo.
La tercera parte de los ciudadanos de Malí viven fuera del país. «Están por todo el mundo. No he visitado un país donde no me haya encontrado con un compatriota», declaró el ministro Soumaila Cisse.
Los emigrantes de algunos distritos, como el de Kaye, se benefician de programas que los mantienen vinculados a los proyectos de desarrollo en sus aldeas, y su dinero es canalizado para construir escuelas, clínicas médicas y otras formas de infraestructura.
Entre 1990 y 1996, los malíes enviaron a su país casi 110 millones de dólares, equivalente a 4,2 por ciento del producto interno bruto del país y a 25 por ciento de sus exportaciones.
Esto recibe el nombre de «desarrollo cooperativo» y, con el tiempo, puede convertirse en una parte complementaria importante de una estrategia nacional de desarrollo.
Para funcionar, requiere que los países receptores en el Norte industrializado también participen. «Los países anfitriones deben permitir que los inmigrantes se movilicen, se trasladen de un lugar a otro, sin perder sus derechos», dijo Ndiaye, de la IOM.
La funcionaria cree necesario celebrar una conferencia internacional para divulgar las nuevas ideas sobre la migración y obtener el compromiso de participación de los países industrializados.
Otro proyecto de la IOM es alentar a los profesionales emigrados a volver a sus países. Cisse fue uno de ellos.
«Hubo un tiempo en que no quería volver. Lo aplacé durante ocho años. Tenía un buen empleo, una buena casa. Pero siempre tuve la sensación de no pertenecer, hasta que un día le dije a mi esposa 'vámonos a casa'», recordó.
Aunque volvió a su país sin trabajo, pronto halló un empleo, al igual que los más de 2.000 emigrantes en su situación que volvieron a Malí entre 1983 y 1999. Pero la vuelta de los que se han ido es una estrategia menos lucrativa que la del desarrollo cooperativo.
Sin embargo, esta idea requiere un cambio fundamental en la manera en que los países industrializados conciben el movimiento de población, sostuvo Ricupero.
«El tiempo actual no se compara favorablemente con la situación de hace cien años», señaló, recordando con qué facilidad sus abuelos partieron de Italia para Brasil, donde fueron recibidos con brazos abiertos. (FIN/IPS/tra-en/fk/mn/aq/dv pr/01