EEUU-CHINA: Se prevén aguas tormentosas y turbulencias aéreas

Nadie debería dejarse tentar por la idea de que el retorno de los 24 tripulantes del avión espía estadounidense, retenidos por China durante 11 días, mejorará las relaciones entre las dos naciones más poderosas del mundo.

Al contrario, la confusa conclusión de este incidente la semana pasada aseguró un nuevo y pronto enfrentamiento entre ambos países, quizá ante la decisión estadounidense a fines de este mes sobre la venta de armas a Taiwan, la amenaza más inminente y explosiva a las relaciones bilaterales.

Si bien los gobiernos de ambos países cantaron victoria públicamente, los dos enfrentan críticas internas de sectores de línea dura que los acusan de debilidad.

La cuestión clave es si esos sectores conservadores de uno o ambos estados emergerán de esta crisis con la suficiente fuerza como para provocar nuevos incidentes y colocar a Washington y a Beijing en rumbo de colisión.

Bajo las actuales relaciones chino-estadounidenses yacen dos dinámicas contradictorias. Mientras los intereses económicos los acercan notablemente, sus intereses geopolíticos -tras la desaparición de su común rival, la Unión Soviética- los empujan al conflicto.

Esta contradicción fundamental hace que la relación sea «complicada», tal como afirman todos los especialistas en cuestiones chinas de Washington.

Beijing ha dejado en claro que espera reducir, si no eliminar, la predominante presencia militar de Washington en el sudeste asiático, comenzando por el mar de China Meridional, justamente donde chocaron el caza chino y la aeronave espía de Estados Unidos el 1 de abril.

Washington, por su parte, sobre todo con el gobierno de George W. Bush, también dejó en claro que pretende mantener, si no incrementar, su presencia en la región en los próximos años.

En ese sentido, la colisión de los dos aviones fue una justa metáfora de los objetivos geopolíticos conflictivos de ambos países.

A fines del año pasado, el comandante de la flota estadounidense del Pacífico incrementó la frecuencia de los vuelos de reconocimiento a lo largo de la costa china, preocupado por la compra en China de buques de guerra y aviones de origen soviético que ampliaban el alcance militar de ese país asiático.

En forma paralela, los aviones de guerra chinos se volvieron más agresivos en sus maniobras de «vigilancia». La consecuencia, es decir el choque que terminó con la muerte del piloto chino y el aterrizaje de emergencia del avión espía estadounidense, fue un accidente previsible.

Por otra parte, la dinámica económica entre los dos países los lleva a acercarse cada vez más. Estados Unidos se ha vuelto casi indispensable para la modernización económica china como fuente de inversiones y comercio, pues adquiere casi 40 por ciento de todas las exportaciones chinas.

Al mismo tiempo, el comercio bilateral supera los 110.000 millones de dólares anuales, lo cual coloca a China como el cuarto socio comercial de Estados Unidos.

Además, las compañías estadounidenses tienen ya decenas de miles de millones de dólares invertidos en China y planean invertir otro tanto luego del ingreso de Beijing a la Organización Mundial del Comercio (OMC).

En la última década, estos mutuos intereses económicos reemplazaron en forma efectiva la común oposición a Moscú como fuerza dominante de la relación chino-estadounidense.

Washington lo dejó en claro cuando el ex presidente Bill Clinton decidió en 1994 mantener las relaciones comerciales pese a las campañas que exigían condicionar el trato comercial preferencial a un mejor tratamiento de los derechos humanos por parte de Beijing.

La confirmación de esto fue la firma de un acuerdo comercial de largo alcance con Washington, en 1999, que preparó el terreno para el ingreso chino a la OMC, una decisión estratégica en busca de mayor integración al sistema económico mundial dominado por los países occidentales.

El hecho de que la crisis de los aviones se resolviera pacíficamente y de un modo que salvó la imagen de ambas partes sugiere que aún tienen mayor peso en ambas capitales las fuerzas que quieren asegurar la saludable continuidad de la relación económica.

Si bien la mayoría de los analistas de Washington coinciden en este punto, no está claro si el sustento político de estos sectores es tan poderoso como en el pasado.

Aunque el presidente Bush recibió opiniones favorables sobre su manejo de la crisis, también enfrenta fuertes disidencias desde los sectores más derechistas de su partido, algunos de los cuales calificaron públicamente su actitud como «humillante» para Estados Unidos.

Los defensores de Bush señalan que él nunca cedió en un principio básico -que Estados Unidos no tenía nada de qué disculparse-, y que dejó claro que Washington continuaría con los vuelos de reconocimiento sobre las aguas internacionales cercanas a China.

Pero algunos conservadores insisten en que incluso la expresión de pesar del presidente por la muerte del piloto chino y por el aterrizaje de emergencia del avión estadounidense en la isla de Hainan sin autorización constituyó una «humillación» que animará a China a ser más agresiva.

Estos sectores señalan que Beijing rechazó la demanda inicial de Bush de que el avión no fuera revisado, y que el presidente aceptó discutir con los chinos sus demandas de cese de los vuelos de reconocimiento sobre el mar de China en las conversaciones que se realizarán en San Francisco la semana próxima.

«Perdimos» fue el título del feroz comentario firmado por Robert Kagan y William Kristol -dos influyentes analistas conservadores- en la edición del viernes del diario The Washington Post.

El presidente Bush debe manejar el enojo con los chinos dentro de su propio gobierno, en especial en el Departamento de Defensa (Pentágono). Este había recomendado una respuesta mucho más agresiva que incluía el envío de una aeronave de rescate a la isla de Hainan, ante la demora china de liberar a la tripulación.

«No será una cuestión de todos los días. Ellos tendrán que pagar un precio», dijo un funcionario a IPS luego de la liberación.

Por su parte, el primer ministro Jiang Zemin enfrenta problemas similares. Si bien puede decir que la declaración de pesar de Bush fue casi una disculpa como la que él demandaba, la insistencia del presidente en que continuarán los vuelos de reconocimiento dificulta ver cuál fue la ganancia china.

Las declaraciones belicosas de altos funcionarios militares indican que el Ejército de Liberación Popular (ELP), al igual que el Pentágono, utilizará el incidente para presionar por una política más dura y mayores gastos militares, además del incremento presupuestario de 18 por ciento aprobado este año.

Al mismo tiempo, los mensajes de los estudiantes chinos difundidos por Internet calificaron la liberación de la tripulación estadounidense como una capitulación y reclamaron una posición más dura contra Washington.

«Es muy fácil asociar este hecho con la historia reciente de China (de dominación extranjera)», dijo Minxin Pei, analista sobre cuestiones chinas de la institución Carnegie Endowment for Internacional Peace, de Washington.

«El creciente sentimiento anti-estadounidense es una realidad política» que los líderes de Beijing deben tener en cuenta, sostuvo.

En este clima, cualquier esfuerzo de Bush por apaciguar a los radicales de su partido o su gobierno -en especial una aprobación amplia en la venta de armas a Taiwan- corre el riesgo de debilitar a Jiang y a los sectores que creen que la preservación de la relación económica de ambos países debe ser la prioridad estratégica del gobierno chino.

A la inversa, cualquier paso de Jiang para satisfacer a sus fuerzas armadas -en particular autorizar nuevos desafíos a los vuelos de reconocimiento estadounidenses- fortalecería sin duda a quienes creen en Estados Unidos que China debe aprender la lección, aunque se perjudiquen los negocios. Ajusten sus cinturones. (FIN/IPS/tra-en/jl/dc/mlm/ip/01

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