ISRAEL: Las mujeres combatientes no usan vestido

La recluta Noa Berman es una guerrera nata, según sus amigos. Defender la vanguardia israelí en este territorio de Siria ocupado desde 1967 es un sueño hecho realidad para esta joven de 19 años.

En un remoto destacamento militar sobre el mar de Galilea, la compañía en que revista Berman se encuentra bajo vigilancia siria.

Berman es una de las tres mujeres israelíes apostadas en esta posición clave, en el norte de los altos del Golán. Allí se enfrentan fuerzas sirias e israelíes, ubicadas a pocos cientos de metros de distancia, en posiciones fortificadas.

Su larga y encrespada cabellera rojiza, su blanca piel y el rostro pecoso la distinguen de los 70 hombres con los que comparte ese desolado destacamento. Sin embargo, su excepcional situación no la intimida. Siempre deseó ser combatiente.

«Siempre fue mi sueño, desde niña. Jugué con muñecas Barbie, pero a los 16 años ví la película 'GI Jane', en la que Demi Moore encarnaba a la primera mujer en un cuerpo selecto de comandos. Me asusté, pero supe que quería hacer lo mismo en el ejército», recordó.

El servicio militar es obligatorio en Israel. Los hombres cumplen tres años en armas, que en el caso de las mujeres se reduce a 21 meses en los cuales suelen permanecer a una distancia segura del frente de batalla.

Esa no fue la manera que la recluta Berman planificó pasar su periodo en el ejército. Quiso salir de patrulla con los hombres, como combatiente de artillería. «Las mujeres tenemos los mismos derechos que los hombres. Yo quiero luchar», afirmó esta joven alta y delgada.

Berman está preparada para entrar en combate. Antes de ser aceptada como combatiente, en diciembre, esta adolescente debió someterse a un periodo de entrenamiento básico en el cual su capacidad física fue empujada al límite.

Durante cuatro meses de agobiante calor, Berman marchó largas distancias junto con su tropa, con una mochila cargada con 10 litros de agua en la espalda. «Pasábamos días sobre el terreno, durmiendo en carpas, sin posibilidad de lavarnos», recordó.

«Lo peor de todo es que nunca sabíamos cuánto iba a durar esa situación y si íbamos a ser aprobados tras el entremnamiento», dijo.

El entrenamiento básico fue duro. El ejército hizo algunas concesiones por la diferencia de contextura física entre hombres y mujeres. A veces, las mujeres marchaban 14 kilómetros mientras los hombres recorrían 18.

De las 14 muchachas que se entrenaron para ingresar como combatientes en la unidad de artillería, solo ocho lo lograron. «En el entrenamiento básico son duros. Te castigan y no hay piedad por el hecho de ser mujer», apuntó Berman.

De esa manera, Berman estuvo físicamente preparada para el combate, pero todavía quedaba el interrogante si estaba psicológicamente apta para matar a otra persona.

«Ese es el propósito del ejército. El ejército no enseña sólo a matar sino también a pensar que así le salvas la vida a otros», respondió Berman sin pestañear.

La recluta parece calma y confiada en su papel oficial de portavoz de las mujeres combatientes israelíes. El único indicio de incomodidad es la manera con que juega con un anillo en el dedo anular mientras habla. También acariciar su fusil.

Los soldados jamás pueden descuidar su arma. Por eso, no es raro en Israel encontrar personas con sus fusiles en el cine, en los restaurantes repletos, los autobuses. «El fusil es parte de uno», admitió Berman.

Nadie es ajeno al conflicto. Todo israelí dice haber conocido a alguien que murió en combate o en atentados. Berman no es la excepción: procede de Kiryat Shmona, poblado cerca de la frontera con Líbano, en el norte.

Kiryat Shmona fue sometido a ataques periódicos con cohetes rusos Katiusha lanzados por los militantes de Hizbolá (Partido de Dios), organización a cuya resistencia se le atribuye la retirada el año pasado de las fuerzas de ocupación israelíes del sur de Líbano.

Un amigo de Berman cayó muerto antes de la retirada israelí.

En el terreno fangoso donde descansan tanques y piezas de artillería, los reclutas hombres le prestan poca atención a Berman. La joven asegura que sus compañeros tratan de no considerarla diferente, y que el acoso sexual no forma parte de la rutina diaria.

«Estamos juntos 24 horas al día. Debemos hacerlo. Los chicos no cambian sus modales cuando estoy cerca. Pronuncian palabrotas o maldiciones, por ejemplo, y, por supuesto, no me abren la puerta ni me ceden el paso», dijo.

Viendo a esta recluta en su uniforme caqui verdoso, pesadas botas negras y fusil en bandolera es difícil imaginarla con otros atuendos. Pero el ejército no es una elección para toda la vida para ella. Quiere casarse y tener hijos, además de trabajar como psicóloga o fotógrafa. Aún no lo sabe.

Berman insiste en que el ejército no anuló su parte femenina. Cuando visita su casa cada dos semanas, tiene la breve posibilidad de dejar suelto su cabello rojizo.

Le encanta arreglarse para salir el sábado a la noche, como cualquier chica de su edad, pero no puede ponerse un vestido porque «estas botas horribles me dejaron marcas en los tobillos».

Entonces, ¿qué tienen que decir los soldados del batallón acerca de cumplir su servicio militar en compañía de mujeres? «No creo que importe. Pero el comandante nos advirtió que los castigos pueden ser muy severos si nos portamos mal con las mujeres», dijo Alon Weinstein, de 18 años. (FIN/IPS/tra-eng/vq/mn/ego/mj/ip/01

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