ESTADOS UNIDOS: La tímida diplomacia de Clinton

La política exterior de Bill Clinton estuvo marcada por la timidez y el temor a ofender poderosos intereses domésticos, pese a su persistente popularidad y a la enorme influencia que alcanzó Estados Unidos bajo su presidencia.

En cuestiones de derechos humanos, desarme y ambiente mundial, Clinton cedió en su postura una y otra vez en vista de la oposición de las fuerzas derechistas del Congreso legislativo, organizaciones industriales o el Departamento de Defensa.

Y pese a estar en el foco de la atención internacional, la concentración de Clinton fuera de las fronteras de su país en sus dos periodos de gobierno (1992-2001) fue irregular y esporádica, excepto en lo referente al proceso de paz en Medio Oriente.

En consecuencia, otros funcionarios de gobierno con frecuencia sentían que carecían del necesario apoyo de la Casa Blanca para promover determinadas causas.

El resultado fue muchas veces una política exterior reactiva y sin timón que, especialmente en sus primeros días, parecía ir de crisis en crisis, y luego de un acontecimiento a otro y de una posición a otra, según la circunscripción electoral nacional que ejerciera más presión en un momento dado.

«El presidente es muy inteligente y tiene una enorme capacidad de empatía con sus interlocutores, cualidades necesarias para una diplomacia eficaz», afirmó un alto funcionario de Washington.

«Sin embargo, con pocas excepciones, no se involucró lo suficiente, y como resultado, se perdieron muchas oportunidades», añadió.

La evaluación de los ocho años de gobierno de Clinton como una era de «oportunidades perdidas» se escucha con frecuencia, tanto en referencia al plano doméstico como a las relaciones exteriores.

«Se siente tristeza por la promesa perdida de este político extraordinariamente hábil», escribió William Greider, un influyente observador político de izquierda, en la revista The Nation.

Greider, un crítico de la globalización al estilo estadounidense promovida por Clinton, arguyó que las negociaciones iniciales del presidente con la Bolsa de Valores de Nueva York y con la Reserva Federal redujeron significativamente su margen de maniobra en lo nacional.

Como resultado, el mandatario se vio obligado a traicionar las ideas populistas que lo hicieron llegar a la Presidencia en 1992, añadió el analista.

De manera similar, el presidente abandonó su idealismo en materia de política exterior.

Clinton llegó al gobierno tras haberse comprometido a fortalecer a la Organización de las Naciones Unidas —si fuera necesario, a expensas de la libertad de acción de Washington— y a colocar los derechos humanos en el centro de la política exterior de Estados Unidos.

En ese sentido, en la campaña de 1992 prometió desarrollar una política de «multilateralidad afirmativa» y estrechar los vínculos con China a condición de que esa nación mejorara su desempeño en materia de derechos humanos.

Unos 18 meses después de asumir, ambos objetivos fueron dejados de lado. El apoyo al fortalecimiento de la ONU como organización encargada de mantener la paz fue víctima de la campaña encabezada por Estados Unidos para atrapar a un jefe militar somalí.

De la noche a la mañana, Washington desarrolló una suerte de alergia a las fuerzas de paz de la ONU, a tal punto que procuró evitar la invervención del foro en el genocidio ocurrido en Ruanda en 1994.

Clinton se determinó en debilitar al organismo mundial, a pesar de su discurso fue siempre de apoyo a la ONU y a que se resistió a respaldar los intereses de la derecha, representados por el presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, Jesse Helms.

Su promesa de privilegiar los derechos humanos ante los vínculos comerciales con Beijing tampoco se cumplió, debido a la fuerte presión de las empresas estadounidenses impacientes por invertir en la nación asiática.

La gestión de Clinton en materia de derechos humanos «fue una política semirealista», sostuvo Thomas Carruthers, analista de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional. «Cuando estaban los derechos humanos en conflicto con otros intereses, perdió; cuando no estaban en el medio, ganó», afirmó.

Los mismos intereses de las empresas que triunfaron en China fueron los responsables de lo que los analistas consideran el mayor legado de Clinton en materia de política exterior: el compromiso económico mundial.

La ratificación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte con Canadá y México, la creación de la Organización Mundial del Comercio y la aprobación por parte del Congreso de un acuerdo con China que le permitirá a esa nación ingresar a ese foro son los logros internacionales más imporantes, sostienen.

Clinton insistió que esos esfuerzos beneficiarían no sólo a las empresas estadounidenses, sino que también contribuirían a crear un sistema mundial que recompense a aquellos países que se ajusten a la ley, respeten los derechos humanos, protejan el ambiente y procuren buenas relaciones con sus vecinos.

Todavía está por verse si esto se logró. Muchos analistas afirman que la situación de los derechos humanos en China y Asia central se deterioró a pesar de su creciente integración económica con el resto del mundo.

Clinton, por supuesto, se negó a proceder con Cuba e Irán de la misma forma que con China.

El presidente estadounidense demostró ser incapaz de convencer a sus propios correligionarios del Partido Demócrata para apoyar sus iniciativas de apertura económica, a pesar de que logró el mayor crecimiento económico en la historia de Estados Unidos y un empleo sin precedentes.

La especial atención de Clinton a la economía como forma de alcanzar las metas políticas produjo los últimos ocho años un importante cambio institucional en los procesos de decisión en materia de política exterior.

La influencia del Departamento del Tesoro, vinculado con los inversionistas privados de Wall Street, con el Banco Mundial y con el Fondo Monetario Internacional, aumentó durante la gestión de Clinton a expensas del Departamento de Estado (cancillería).

Ese era uno de los principales objetivos del Partido Republicano, mayoría en el Congreso desde las elecciones de 1994.

Pero las autoridades del Tesoro carecieron de la perspicacia política y de la inteligencia necesarias y tuvieron serios problemas con gigantes como Indonesia y Rusia.

El Departamento de Defensa (Pentágono) también ganó influencia a expensas del Departamento de Estado, por lo que el gobierno, a pesar del instinto de Clinton, se comportó en más de una vez en forma unilateral.

Fue así que el Pentágono y sus aliados de extrema derecha en el Congreso persuadieron a Clinton para que no firmara el tratado de prohibición de las minas antipersonales y, hasta el 31 de diciembre, el tratado de Roma para crear el Tribunal Penal Internacional. (FIN/IPS/IP/jl/da/mlm-rp-mj/ip/01

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