BRASIL: Rock in Rio, un gran negocio turístico

El tercer Rock in Rio concluyó con pocas novedades musicales y 1,23 millones de espectadores, 18 por ciento menos de lo pronosticado por los organizadores, pero representó un excelente negocio para el turismo de esta ciudad de Brasil.

El festival, que incluyó siete días de espectáculos y tres de descanso entre el día 12 y el domingo, dejó en Río de Janeiro más de 500 millones de reales (255 millones de dólares), sumando los ingresos obtenidos por los varios sectores involucrados.

Los casi 300.000 turistas que llegaron a esta ciudad para ver y escuchar a 120 bandas nacionales y extranjeras gastaron 324 millones de reales (166 millones de dólares), estimó la Asociación de Agentes de Viajes.

Los hoteles se llenaron, por lo menos en los barrios más cercanos a la «Ciudad del Rock», un complejo de 250.000 metros cuadrados construido para este y futuros grandes eventos, sumándose a la amplia infraestructura de entretenimientos de que ya dispone Río de Janeiro.

La construcción de tales instalaciones costó cerca de 30 millones de dólares y una suma superior fue pagada en patrocinios por American On Line, Coca-cola, Polaroid y otras empresas.

El cuarto Rock in Río se realizará en 2003, anunció Roberto Medina, el promotor del maratónico encuentro de música joven mundial que se ha propuesto realizarlo en forma regular cada dos años a partir de ahora. Los dos anteriores tuvieron lugar en 1985 y 1991.

Los problemas de organización de esas primeras ediciones, especialmente en 1991, que casi sepultaron la iniciativa, parecen superados en el formato adoptado este año, que se repetirá para facilitar la planificación de los próximos festivales.

Los incidentes ocasionados por las personas que intentaban ingresar al predio el domingo y la violencia policial desatada para contenerlas fueron considerados normales para este tipo de espectáculo masivo, que convoca a multitudes de aficionados jóvenes.

Buena parte del éxito de organización se debió al transporte asegurado por 2.500 autobuses, que partieron de varios barrios de la ciudad, lo cual evitó producir trastornos en las calles de acceso.

La opción por el medio colectivo de pasajeros fue rígida, ya que los automóviles podían estacionar sólo a varios kilómetros de la «Ciudad del Rock».

Las cifras son gigantescas. El festival incluyó unas 161 horas de música, con 1.186 canciones interpretadas en cuatro escenarios: el tablado «Mundo», reservado para las bandas más famosas y un público de hasta 250.000 personas, y tres tiendas de campaña, con capacidad para 2.400 espectadores.

A la presencia en vivo y en directo, para lo cual trabajaron cerca de 20.000 personas en la producción, se le debe sumar más de 1.000 millones de espectadores que siguieron las alternativas del festival por televisión en todo el mundo.

También se cuenta el consumo de millones de litros de cerveza, refrescos y de agua, la asistencia médica para 7.700 personas, en especial afectadas por exceso de alcohol.

Pero un festival así no ofrece muchas novedades. Para obtener una buena acogida de un público tan numeroso, los cantantes y bandas apelan a sus viejas y probadas canciones, para que la gente pueda cantar a coro. Presentar nuevos trabajos parece ser una temeridad.

Un buen ejemplo de esto último lo constituyó el escaso entusiasmo provocado por el músico estadounidense Beck, poco conocido en Brasil pese a su afición por la música de este país.

En cambio, los más viejos y famosos, como Neil Young y James Taylor o las bandas Guns N'Roses e Iron Maiden tuvieron éxito asegurado de antemano, al igual que la estrella adolescente Britney Spears.

La excepción en cuando a novedades fue la Tienda Raíces, destinada a la música representativa de culturas específicas, desconocidas en Brasil. El congolés Ray Lema, el irlandés Dervish, el martiniqueño Dedé Saint-Prix y la pareja Amadou y Marian, de Malí, fueron algunos de los más aplaudidos.

Estos son músicos que por lo general enfrentan dificultades y pobreza en sus países. En Malí no hay manera de grabar discos, como explicó Amadou, y en Martinica rechazan la música de raíz africana, lamentó Saint-Prix.

Pero la presencia de los 18 grupos extranjeros de la Tienda Raíces fue sofocada por las ruidosas y masivas manifestaciones de adoración a los cantantes de rock, música pop, funk u otros ritmos que venden millones de discos en el mundo.

Tampoco tuvo mucha repercusión la intención de hacer del Rock in Río un acto «por un mundo mejor».

Los debates sobre solidaridad, futuro de la juventud y ambiente, que se realizaban en otra gran tienda de campaña, no entusiasmaron a los típicos frecuentadores del festival, más interesados en la fiesta.

Sin embargo, cinco por ciento de los ingresos obtenidos en los siete días de festival y algunas donaciones de empresas se convertirán en becas para jóvenes pobres que así podrán concluir la enseñanza básica y recibirán también alguna capacitación profesional, especialmente en informática.

También se logró que 2.500 jóvenes se inscribieran para trabajos voluntarios y más de 50.000 firmaron documentos por la paz, preservación del ambiente y por un mundo mejor.

La intención de vincular Rock in Rio con la filantropía fue para buscar la simpatía de la sociedad, pero pareció innecesario y algo contradictorio en un negocio de altas ganancias.

Medina dijo esperar utilidades netas de unos 3,5 millones de reales (1,8 millones de dólares), y los pobres fueron prácticamente excluidos de la fiesta, ya que la entrada para cada día de espectáculos costaba 35 reales (18 dólares), un cuarto del salario mínimo nacional. (FIN/IPS/mo/dm/cr/01

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