Los analistas no albergan la esperanza de que el 2001 ponga fin a los conflictos armados que afectan a la mitad de Africa y absorben recursos necesarios para el desarrollo de este continente debilitado por la pobreza.
Una de las excepciones positivas fue el gobierno de transición de Somalia, que en agosto quedó instalado formalmente en la vecina Djibouti. El nuevo gobierno trajo gran optimismo al país del Cuerno de Africa que carece de administración central y que está controlado por clanes y grupos rivales desde 1991.
Eritrea y Etiopía también pusieron fin formalmente a la guerra que por cuestiones fronterizas libran desde hace dos años, en un acuerdo firmado el 12 de este mes, en Argelia.
Ambos acordaron firmar el acuerdo bajo presión de la Organizacion de Unidad Africana (OUA) y otros socios internacionales, pero ambos albergan sospechas sobre el otro, según Chris Abong'o, profesor del Instituto de Diplomacia de la Universidad de Nairobi.
«El acuerdo tiene el fin de cesar las hostilidades, pero no incluye la reanudación de relaciones cordiales. No confiamos en ellos por la dictadura que los gobierna», declaró en referencia a Eritrea Mengistu Ayalew, consejero de la embajada etíope en Nairobi.
«Intentaron atacar a Djibouti, Somalia y Yemen. Hará falta un cambio radical de gobierno antes de que podamos confiar en ellos», dijo a IPS.
La situación es similar en Burundi, donde un tratado de paz firmado en agosto en presencia del ex presidente sudafricano y mediador Nelson Mandela y del presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, tiene pocas esperanzas de respetarse.
El acuerdo pretendía una mejor distribución del poder entre la elite tutsi, que ha dominado el gobierno y la economía desde la independencia en 1962, y la mayoría hutu, que representa 80 por ciento de la población.
Los dos principales partidos tutsis, UPONA y PARENA, firmaron el convenio, pero cinco grupos tutsis menores sólo lo hicieron después de ser presionados por Mandela. Estos sólo accedieron a hacerlo tras incluir numerosas reservas al mismo que dificultan su aplicación.
Las insurgentes Fuerzas de Liberación Nacional no firmaron el acuerdo de paz y redoblaron su ofensiva desde el 15 de septiembre en zonas rurales de Bujumbura, la capital.
Las guerras civiles persisten en aproximadamente la mitad de Africa, y varias de ellas trascienden las fronteras e involucran a países vecinos. Las gestiones diplomáticas no lograron, en la mayoría de los casos, contenerlas.
Parte de la culpa de la intensificación de las guerras se atribuye en gran medida a la OUA, cuyas estrategias para contener los conflictos fracasaron.
«No deberían haber permitido que los conflictos se desataran… La idea de un sistema de advertencia anticipada era tratar los conflictos cuando aún humean y no apurarse a apagar el fuego», dijo Abong'o a IPS.
La OUA desempeñó un papel central en la firma del acuerdo entre Eritrea y Etiopía, pero no tuvo tal fortuna con respecto a otros países miembros porque su carta de principios le prohíbe interferir en los asuntos internos de los mismos.
«Toda organización debe tener objetivos. Pero lo que tiene la OUA es algo muy vago. Existen demasiados obstáculos para la unidad», señaló Akasha Alsayed Akasha, directora del Centro de Investigación Estratégica y para la Paz, de Nairobi.
Muchos de los conflictos se libran para controlar los recursos naturales, pero los gobernantes sólo se concentran en resolver los aspectos políticos de las guerras.
«Hablan de conflictos políticos cuando hay cientos de problemas ambientales en cuestión, los cuales ignoran. Primero deberían identificar la relación entre los conflictos ambientales y políticos, antes de intentar controlarlos», comentó.
La guerra civil en Sierra Leona por el control de las estratégicas minas diamantíferas quedó fuera de control este año.
Efectivos de paz de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) fueron tomados rehenes en el país de Africa occidental por el insurgente Frente Revolucionario Unido, liderado por Foday Sankoh, que lucha contra el gobierno de Ahmed Tejan Kabbah.
«Sierra Leona nos recuerda que no debemos dar por sentada la buena fe de las partes. Aunque deseamos lo mejor, en ocasiones debemos planear y prepararnos para lo peor», advirtió Shashi Tharoor, colaborador del secretario general de la ONU, Kofi Annan.
Los conflictos en Angola, donde la rebelde UNITA, dirigida por Jonas Savimbi, se enfrenta al gobierno de Eduardo dos Santos, y en República Democrática de Congo (RDC), en cuya guerra civil participan siete países más, se libran por el control de recursos naturales y están exacerbadas por factores externos.
Mientras los líderes luchan por el poder, las herramientas de la guerra no sólo siguen siendo caras, sino que agotan recursos destinados al desarrollo del continente.
Por ejemplo, el gobierno de Sudán gasta en promedio un dólar por día en el conflicto de la parte austral del país, rico en petróleo, minerales y otros recursos, como madera.
La guerra comenzada hace 17 años provocó la muerte de más de dos millones de personas y desplazó de sus hogares al menos a cinco millones más.
Eritrea y Etiopía gastaron 80 por ciento de sus presupuestos nacionales en artillería para la guerra, que costó la vida a 400.000 soldados. En Uganda, el gobierno de Yoweri Museveni destina 40 por ciento del presupuesto a la defensa.
Con los gobernantes que tiene Africa, que destinan 12.000 dólares a comprar una bala de artillería en lugar de construir una escuela o una clínica de salud, entonces al continente no le hacen falta enemigos, sostuvo Akasha.
«La gente sufre todo el tiempo de hambre porque a nuestros gobernantes no les interesa el desarrollo. Sólo están interesados en adquirir el poder por todos los medios», dijo a IPS. (FIN/IPS/tra-en/ja/sm/aq/ip/00