Mientras Tokio guarda silencio sobre el pedido del ex presidente de Perú, Alberto Fujimori, de permanecer en este país, cada vez más japoneses urgen al gobierno a enrollar la alfombra de bienvenida.
Muchos opinan que cuanto más permanezca en Japón Fujimori, de 62 años, más difícil será para Tokio convencer a otros gobiernos de que no miró hacia otro lado mientras el ex mandatario era acusado de corrupción y otros delitos en Perú.
Fujimori, hijo de japoneses, llegó a Tokio el día 17, supuestamente para negociar con el Banco Japonés de Cooperación Internacional un préstamo para Perú.
Pero luego anunció repentinamente su renuncia a la presidencia, y lo que debía ser una visita corta se ha convertido en una prolongada pesadilla diplomática para Japón.
La renuncia de Fujimori fue rechazada por el parlamento peruano, que lo destituyó la semana pasada por incapacidad moral. El ex presidente también es acusado de haber depositado hasta 18 millones de dólares en bancos japoneses desde que su futuro político en Perú se volvió más que incierto.
Fujimori declaró el domingo que no tenía ningún «fondo secreto» en Japón y que tales acusaciones formaban parte de «un complot político» promovido por la prensa peruana.
Tokio, que no tiene ningún tratado de extradición con Lima, todavía no ha declarado nada concreto sobre Fujimori, ni siquiera si se le permitirá permanecer en Japón ni si solicitó asilo.
Muchos observadores creen que tanto silencio es un error. «Toda la visita está rodeada de misterio y está contra el protocolo internacional. La manera en que Japón maneje este tema es importante porque sentará un precedente», comentó el escritor Masakuni Ota, especialista en asuntos de América Latina.
Otros analistas son más tajantes. «Fujimori debería regresar a Perú lo antes posible», opinó Tamomi Kozaki, profesor de economía y experto en asuntos latinoamericanos de la Universidad de Senshu.
«Su permanencia en Japón sólo puede verse como un acto irresponsable respaldado por el gobierno japonés», agregó.
El silencio de Tokio sólo significa que «Japón no está defendiendo la democracia y los derechos humanos», dijo Takahiza Umemura, presidente de la organización no gubernamental Red de Cooperación para América Latina.
Hasta hace poco, muchos japoneses estaban orgullosos de que el presidente de Perú fuera un connacional.
Tokio también respaldó al gobierno de Fujimori, principalmente mediante la ayuda económica, en la creencia de que así aumentaría su estatura diplomática.
Fujimori, elegido presidente por primera vez en 1990, enorgulleció a la tierra de sus ancestros cuando sacó a Perú del estancamiento económico, reprimió a los movimientos guerrilleros y construyó escuelas, caminos y otras obras de infraestructura.
Pero cuando Fujimori disolvió el parlamento controlado por la oposición en 1992 y procedió a redactar una nueva Constitución que le daba más poder, Tokio empezó a preocuparse. Grupos de activistas también lo acusaron de permitir violaciones a los derechos humanos por parte del ejército.
Fujimori obtuvo un tercer mandato el pasado marzo, pero su victoria fue manchada por acusaciones de fraude electoral. Luego se produjo un escándalo de soborno que tuvo como protagonista al jefe de inteligencia del gobierno, Vladimiro Montesinos, descripto como la «mano derecha» del presidente.
El 17 de septiembre, Fujimori sorprendió a los peruanos al anunciar una nueva ronda de elecciones que tendría lugar el próximo marzo y prometer que él no estaría entre los candidatos.
Los activistas de los derechos humanos se preguntan ahora por qué Japón continuó entregando ayuda para el desarrollo a Perú, mientras aumentaban las críticas contra Fujimori. En el año fiscal 1998, por ejemplo, la ayuda japonesa a Perú alcanzó una cifra récord de 2.320 millones de dólares.
Según activistas, lo que pasó en Perú sólo demuestra la necesidad de que la ayuda oficial de Japón para el desarrollo sea más transparente y se utilice para promover los derechos humanos en los países en desarrollo.
Sin embargo, aun los más duros críticos de Fujimori admiten que el apoyo de Tokio estuvo ligado a la solidaridad emocional hacia los japoneses que emigraron a América Latina en busca de fortuna entre 1890 y principios del siglo XX.
Aunque Fujimori nació en Perú, sus padres nacieron en la prefectura de Kumamoto, Japón. Aparentemente, Fujimori estaba orgulloso de sus raíces japonesas, y en algunos afiches de su campaña aparecía con una túnica «yukata» y una espada samurai.
Algunos opositores afirmaron que en realidad el propio Fujimori nació en Japón e hizo adulterar sus papeles de nacimiento para poder postularse a la presidencia en Perú.
Muchos japoneses opinan que ahora Tokio debería manejar el caso de manera que otros gobiernos dependientes de la ayuda japonesa no saquen una «conclusión equivocada».
«El ex presidente de Indonesia, Alí Suharto, también recibía mucha ayuda de Japón», recordó Sonoko Kwakami, de la organización no gubernamental JANNI.
«Muchos otros líderes podría necesitar un estricto mensaje de que no tendrán apoyo de Japón si son expulsados del poder por corrupción». (FIN/IPS/tra-en/sk/ccb/mlm/ip/00