(Arte y Cultura) MUSICA-COLOMBIA: La champeta, ritmo de placer y de resistencia

Los jóvenes de Nelson Mandela, área de Cartagena donde residen 16.000 desplazados por la violencia en Colombia, cultivan el género «champeta», fusión de ritmos afrocaribeños que traspasó las fronteras del barrio y es objeto de polémica.

El barrio Mandela se originó hace seis años con la llegada de familias de desplazadas por la violencia de los departamentos de Antioquia, Bolivar y Córdoba, y ahora ocupa es un extenso territorio en el suroeste de la ciudad.

Los habitantes de Mandela y de todo el suroeste de la ciudad son llamados «champetúos», con un sentido peyorativo y discriminatorio, por los habitantes del extremo opuesto de Cartagena, que conviven con turistas de toda Colombia y extranjeros.

A Cartagena, con un millón de habitantes, han llegado desde 1993 unos 70.000 desplazados por la violencia ocasionada por paramilitares de derecha, guerrilleros de izquierda y militares leales al gobierno.

La palabra champetúo procede de «champeta», cuchillo largo que utilizan los vendedores para limpiar el pescado en el mercado de la zona de Bazurto, también empleado como arma en los bailes populares que con frecuencia terminaban en peleas.

A los residentes de Mandela no les importa que les digan champetúos, porque el ritmo con que ahora se asocia la palabra se remonta a sus ancestros africanos.

La música les ha dado la posibilidad de rescatar desde lo popular un sentimiento de pertenencia con el que poco a poco han ganado espacio, no sólo en Cartagena sino en el resto de la costa caribeña y en algunas capitales europeas, donde se exhibe un documental al respecto.

«La champeta nace de una rebeldía contra la pobreza. Los negros 'entre' más sufrimos, más queremos música», dijo uno de los actores, de 18 años, que huyó a los 12 con su madre y su abuela de Urabá, cuando paramilitares mataron a su padre y a dos hermanos mayores en la hacienda donde trabajaban.

A la champeta también se la denomina «música terapia», porque hace más llevadera la vida de estas comunidades afectadas por la pobreza y la marginación.

En una investigación para el Observatorio del Caribe Colombiano, Claudia Mosquera y Marión Provansal, afirmaron que la champeta se convirtió para las comunidades negras marginadas del sudoeste de la ciudad en una «estrategia de producción cultural» que permite entender la Cartagena urbana y popular.

Según las investigadoras, ser champetúo es ya un estilo de vida que resume el gusto por la música de raíz africana y caribeña y por el baile con una marcada sensualidad.

Ese estilo incluye «la forma de vestir», con colores similares a los utilizados por los rastafaris jamaiquinos, y un modo «de caminar y (de) mover el cuerpo, ser descomplicado y alegre, (de) vivir sin prisa, pasar el tiempo agradablemente evitando la contrariedad y la amargura».

Este producto cultural se contruye hace tres décadas en los barrios populares «de clase baja», lejos de los centros de poder, y su llegada estuvo asociada a la población negra, que lo acogió de inmediato, agregaron Mosquera y Provansal.

Los investigadores tienen dos versiones sobre la llegada a Cartagena de los estilos musicales que confluyen en la champeta. Una sostiene que fue traida de Africa por marineros, y la otra afirma que los primeros discos fueron traidos también por marineros, pero procedentes del Caribe insular.

El investigador Jorge García considera que las dos versiones no son excluyentes, y que lo importante es que la música champeta, que procedía de otro continente, se convirtió en una manifestación cultural que la población local transformó e hizo suya siguiendo, tal vez, el llamado ancestral de la sangre.

García dijo a IPS que en ese proceso de apropiación influyó la presencia de los «picó» (pick-up), unas enormes máquinas de sonido llenas de colorido utilizadas en las ciudades del Caribe colombiano para animar fiestas en los barrios populares.

Al principio, los propietarios de los «picó» compraban discos traídos de Ghana, Nigeria y Zaire (actual República Democrática de Congo) a los marineros en el muelle, y sobre esa música improvisaban textos propios mezclados con imitación de dialectos africanos.

También utilizaban el palenquero, dialecto propio de Palenque de San Basilio, una localidad cercana a Cartagena, donde viven descendientes de esclavos negros que se resistieron a la esclavitud y que aún conservan las costumbres y la cultura de sus antepasados.

Hasta hace unos años, los propietarios de los «picó» tenían el monopolio de la música, pero con la popularización del estilo surgieron estudios que graban de manera artesanal, como Perro Records, Yamiro Records y Flecha Records.

El músico más reconocido es el palenquero Viviano Torres, del grupo Anne Swing, quien mezcló la percusión tradicional de la música africana con redoblantes, guitarras y sintetizadores.

La carga de sensualidad del ritmo y la forma en que las parejas lo bailan ha llevado a su estigmatización en algunas localidades de la costa caribeña.

El caso más conocido ocurrió en el municipio de Malambo, del departamento de Altántico, donde las autoridades locales prohibió la música champeta en sitios públicos por supuesta inducción a la violencia.

El actor Fernando Peñuela, del grupo La Candelaria de Bogotá, trabaja en Mandela con 48 jóvenes, que agregan a los sonidos de tambores y percusión letras que hablan de su cotidianeidad y que ensayan una danza sensual con la que parecen exorcizar el dolor.

Pero el champeta salió el 26 de octubre del suroeste de Cartagena, cuando unas de 20.000 personas ocuparon la Plaza de la Aduana, en el centro histórico de la ciudad y bailaron hasta el cansancio en una fiesta especial para celebrar este género organizado por el Instituto Distrital de Cultura. (FIN/IPS/yf/mj/cr/00

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