Fuerzas leales al presidente Alberto Fujimori buscan en las sierras de Perú a 50 militares encabezados por el teniente coronel Ollanta Humala, que se sublevaron e iniciaron una «gran marcha» hasta que se elija un nuevo mandatario.
El grupo se sublevó el domingo en Tacna y tomó por algunas horas un centro minero para luego escapar.
Con el respaldo de su hermano Antauro, un mayor del ejército dado de baja en 1997, Humala abandonó el campamento minero a las 14 horas del domingo, llevándo como rehenes a su jefe, el general Carlos Bardales, y a tres trabajadores de la empresa Toquepala, dos vehículos, combustible y alimento para dos días.
En su manifiesto, Humala justifica su acción en la «ilegitimidad» del presidente Alberto Fujimori y la supuesta corrupción de su ex jefe de inteligencia Vladimiro Montesinos y de los altos mandos militares que lo respaldaban.
La legitimidad del gobierno de Fujimori es objeto de numerosos cuestionamientos en todo el mundo. El mandatario se enfrenta con la oposición política, con la que negocia bajo el auspicio de la Organización de Estados Americanos (OEA), con Montesinos, hoy en la clandestinidad, y ahora con la sublevación de Humala.
Montesinos es perseguido por la policía desde el miércoles, mientras los comandantes generales del ejército, la marina de guerra y la fuerza aérea afines al ex jefe de inteligencia fueron relevados el sábado.
Pero algunos analistas consideran que el teniente coronel Humala, perteneciente a una familia izquierdista, está poniendo en práctica un proyecto político de largo alcance.
En su comunicado de insurreción, Humala declaró haberse decidido a convertir a su modesto contingente de 50 soldados en la «primera unidad del Nuevo Ejército Peruano». Además, anunció una marcha por todo el territorio del país, y aseguró que hará uso de las armas «sólo en caso de ser hostigados o atacados».
Se trata de «una marcha de remembranza etnocacerista a fin de reeducar a mis soldados en el calor del pueblo del que somos parte», sostuvo.
Esta declaración alude al general Andrés Avelino Cáceres, el gobernante que se rehusó a aceptar la rendición de Perú en la guerra del Pacífico en 1879 y desplegó una guerra de guerrillas contra la ocupación militar chilena.
El ingrediente étnico de la definición de Humala no resulta extraño en la tradición política de su familia, pues su padre, Isaac Humala, ex dirigente del Partido Comunista de línea maoísta, le puso a sus dos hijos nombres inca, Ollanta y Antauro.
Ollanta es el nombre de un general indígena que se reveló contra el emperador inca Pachacutec por el amor de su hija, y Antauro significa «cielo enrojecido por el ocaso del sol» en quechua.
Isaac Humala manifestó por televisión su orgullo por la acción de sus hijos y los exhortó a no rendirse hasta conseguir sus objetivos.
Pero algunos observadores y políticos atribuyen a Humala propósitos más inmediatos y convencionales. El defensor del Pueblo, Jorge Santistevan, lo comparó con el actual presidente de Venezuela, Hugo Chávez, quien encabezó en 1992 un fallido golpe de Estado.
«Podríamos considerarlo un aprendiz de Chávez, interesado en iniciar una carrera política sobre la base de un gesto militar contra un gobierno desprestigiado y de salida», comentó Santistevan.
Al igual que la mayoría de los partidos de oposición, Santistevan repudió la sublevación de Humala porque podría comprometer la democratización en curso apoyada por la OEA, que incluye acortar el mandato de Fujimori y convocar elecciones para abril del 2001.
Santistevan y los opositores coinciden también en considerar que la sublevación revela la honda crisis de la estructura de poder de Fujimori y es un llamado de atención sobre el malestar existente en la oficialidad joven del ejército por la corrupción y violaciones de la legalidad castrense inducidas por Montesinos.
Usando el aparato de inteligencia, Montesinos manejó el mecanismo de ascensos en las fuerzas armadas, para desplazar a los oficiales sobre cuya lealtad al régimen tenía dudas y para encumbrar a sus amigos.
El mayor Antauro Humala fue pasado a retiro sin justificación alguna después de ingresar a la Escuela de Guerra, en una función que lo hubiera puesto en línea de carrera para ascender a los niveles jerárquicos mas altos.
A nivel popular, en especial en ámbitos izquierdistas, la acción de Ollanta Humala genera simpatía, según las primeras reacciones captadas por la prensa local.
En la noche del domingo, un centenar de simpatizantes del candidato presidencial Alejandro Toledo, el principal opositor a Fujimori, realizó un acto de apoyo a Humala frente al Palacio de Gobierno.
Toledo dijo compartir la opinión de Humala «sobre la ilegitimidad de Fujimori y, por consiguiente, de los mandos militares que designó para que lo respalden», pero lamentó que su acción «pudiera poner en peligro el proceso de transición democrática».
Al analizar la mención en el manifiesto de Humala a un proyecto «etnocacerista», el historiador Nelson Manrique dedujo que su movimiento tratará de repetir la gesta guerrillera de Andrés Avelino Cáceres con apoyo de la población indígena andina.
Manrique exhortó a los militares que persiguen a Humala a respetar su vida y la de sus soldados, «porque su acción no solo es justificada por la corrupción de los mandos, sino también porque trata de redignificar a la profesión militar».
En cambio, la líder de la bancada oficialista en el Congreso legislativo, Marta Chávez, sostuvo que la sublevación «tal vez sea una movida de los sectores militares que respaldaban a Vladimiro Montesinos».
«A pesar de su discurso antimontesinista, el comandante Humala podría haber sido inducido a esta aventura por los seguidores de Montesinos que, sin duda, todavía subsisten en la fuerzas armadas», dijo Chávez.
«Si ése fuera el caso, no podríamos descartar de que surjan en los próximos días otros pronunciamientos similares de otros focos subsistentes de montesinistas conscientes o engañados», concluyó la parlamentaria oficialista. (FIN/IPS/al/mj/ip/00