Fragmentos de lo que fueron las arcadas neoclásicas más bellas de la capital de Cuba fueron encontradas sorpresivamente dentro de las paredes en reconstrucción del Palacio de Bellas Artes.
Los viejos muros estuvieron escondidos durante casi medio siglo en un afán por enterrar con ellos una de las páginas más polémicas de la historia del patrimonio habanero: la sorpresiva demolición en una noche de la fachada del antiguo Mercado de Colón.
"Aparecieron cuando nadie se lo esperaba: dos espléndidos fragmentos de piedra de cantería a ambos lados del eje central de la fachada del Palacio", asegura el arquitecto José Linares, proyectista general de las obras del Museo Nacional.
En un artículo aparecido en el último número de Opus Habana, revista de la Oficina del Historiador de la Ciudad, Linares asegura que los fragmentos, de "magníficas proporciones y factura constructiva", se encuentran en excelente estado de conservación.
"Estaban literalmente 'emparedados' entre los gruesos muros interiores del vestíbulo principal" de Bellas Artes, afirma el arquitecto y revela que los proyectistas decidieron integrarlos a la nueva fachada que tendrá el edificio restaurado.
El descubrimiento, realizado en enero pasado, se mantuvo sin divulgar hasta la aparición de Opus Habana y apenas se puede contemplar desde la calle por el cerco de metal levantado para aislar el Palacio mientras se ejecutan las obras.
Bellas Artes es uno de los tres edificios en reconstrucción desde el año pasado para integrar el complejo del Museo Nacional, un proyecto a cargo de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana y el Consejo de Estado, máximo órgano de gobierno en Cuba.
El edificio se destinará exclusivamente a la muestra cubana mientras que en el antiguo Centro Asturiano, también en remodelación a sólo unos metros de allí, se exhibirán las colecciones antiguas y de otros países.
En el tercer edificio estarán las oficinas y lugares para almacenamiento y restauración.
El primer proyecto para la construcción en Cuba del Museo Nacional fue presentado en 1925 por los arquitectos Evelio Govantes y Félix Ccabarrocas, que pretendían aprovechar las fachada de arcadas neoclásicas del Mercado de Colón.
Las obras fueron aprobadas por el Ministerio de Obras Públicas sólo en 1947, pero en poco tiempo se paralizaron por falta de presupuesto.
De pronto, la noche del 11 de noviembre de 1951, las arcadas fueron demolidas sin que "ni una sola institución fuese consultada o notificada de ese hecho, que estuvo caracterizado además por su silencio y rapidez", informó entonces el periódico El Mundo.
La noticia, publicada con el título "Repulsa popular por la destrucción de las bellas arcadas de La Habana", abrió una intensa polémica en la prensa cubana de la época.
Para algunos, el Mercado de Colón, terminado en 1884 y digno exponente del llamado estilo colonial cubano, carecía de todo valor patrimonial por ser una obra neoclásica muy reciente, construida en los tiempos cuando ya en Nueva York se levantaban rascacielos.
Este mercado "no mereció un final tan absurdo y dramático", afirmó por su parte Joaquín Weiss, profesor de historia de la arquitectura de la Universidad de La Habana entre 1930 y 1962, en su libro "La arquitectura colonial cubana".
"Se impuso la tesis de un edificio enteramente moderno y los arcos cayeron bajo el golpe implacable de la piqueta", añadió.
Hechos similares se vivieron en La Habana de principios de los años 50. Uno de los más notable fue la demolición del antiguo convento de Santo Domingo, sede durante muchos años de la Universidad de La Habana, fundada en 1728.
La Plaza Vieja, una de las tres principales de La Habana que fue rescatada hace unos años por la Oficina del Historiador, también desapareció para ceder su espacio a un estacionamiento de automóviles.
En el lugar donde se encontraban las más bellas arcadas neoclásicas del centro histórico de La Habana, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura en 1986, se ejecutó un proyecto del arquitecto Alfonso Rodríguez Pichardo.
El resultado fue un edificio que no aportó nada en especial al entorno habanero y cuya estructura se encuentra ahora en total reestructuración para que, al menos, pueda cumplir con los fines para los que fue creado: un albergue seguro de obras de arte. (FIN/IPS/da/ag/cr/00