La invasión de productos asiáticos para consumo masivo, que arrasó con empresas pequeñas y medianas en Argentina y sus fuentes de empleo, no sólo está cambiando la fisonomía de las calles comerciales en centros urbanos de este país, sino también la propia cultura de sus ciudadanos.
A juzgar por su creciente popularidad, el programa cómico "Todo por dos pesos" resulta una lúcida parodia de este nuevo fenómeno que va penetrando en los comportamientos, desde la simple oferta y demanda de productos baratos y efímeros -de dudosa calidad- hasta otros niveles de la vida de las personas.
Con una música de reminiscencias orientales -pero que parece interpretada por un órgano a pilas-, la cortina de "Todo por dos pesos" muestra a un hombre de ojos rasgados saltando de alegría por las calles de Buenos Aires y abrazando triunfante el Obelisco, el monumento que mejor representa a esta ciudad.
Por un truco de filmación, el hombre tiene el mismo tamaño del Obelisco -unos 60 metros- o sea que es capaz de sostener un automóvil en la palma de su mano.
La infaltable "secretaria" también es asiática, de Hong Kong, y en realidad no es actriz sino diseñadora de modas. Los productores sólo cuentan como actores con los dos cómicos que conducen el programa. El resto son extras.
El programa cultiva una estética de dudoso gusto. No hay alli caras bonitas, ni cuerpos perfectos, ambientaciones agradables o buenas actuaciones, y sus crispados conductores sólo parecen interesados en devolver al espectador una imagen patética de cómo se empobrece su vida entera.
"Este programa es como un bazar que vacuna a la gente contra la estupidez, por eso genera tanta adicción", comentó un crítico que lo considera un programa de culto. "Es una burla a los programas que se presentan como serios, que dejan pensando al espectador".
Pero además, "Todo por dos pesos" es el nombre que en los 90 identificó a miles de comercios pequeños volcados a la venta de productos importados de distintos países de Asia de los rubros más diversos: jardinería, juguetes, útiles escolares, ropa, anteojos de sol o cosméticos. Todo eso junto y al mismo precio.
Comercios de este tipo pueden encontrarse cada pocos metros en las zonas de mayor movimiento de personas, con mercadería que desborda del local. No tienen vidriera y el comprador con sólo aminorar el paso ya tiene los productos al alcance de la mano.
La socióloga Beatriz Sarlo, especialista en temas de cultura y comunicación, describíó así en el semanario Radar uno de estos puestos: "Las mercaderías se amontonan como ex votos en una pendiente que asciende para culminar en un gran oso de peluche que reina en una fila de congéneres más chicos".
"Todas las importaciones que fundieron a la pequeña industria argentina están ordenadamente dispuestas para que las compren los que probablemente también se fundieron cuando sus patrones quebraron", dijo Sarlo.
Y agregó: "El altar es una burla a la globalización. Chatarra para los pobres. Alguien parece decir allí 'hagamos cosas feas, que destiñan, se achiquen, se descosan, rompan o descompongan. Que duren poco. El capitalismo asiático define la estética y la funcionalidad del mercado para los pobres".
La "invasión" llegó además a los distintos niveles socioeconómicos de consumidores y hasta hay mercadería para los turistas distraídos que llegan en busca de productos argentinos y, sin saberlo, se llevan artesanías hechas en Taiwán.
Desde vendedores ambulantes que ofrecen mercadería importada muy barata, pasando por los pequeños y los grandes bazares, hay para todo tipo de clientes. Pero también hay exóticas casas de decoración que venden muebles y adornos caros importados del sudeste asiático y de China.
"Un viaje por Oriente", tituló este mes el diario Clarín un artículo sobre una nueva casa de decoración en Pilar, una zona en crecimiento al norte de Buenos Aires. "La onda oriental llegó para quedarse y ahora Pilar tiene un centro para armar toda la casa al más puro estilo zen", comienza la nota.
Artesanías vietnamitas, armas indias, todo allí se puede conseguir. "Viajamos dos veces por año a comprar mercadería", declaran eufóricos los propietarios del nuevo local que arranca cuando la mayoría cierra, porque el reciclaje permitió sobrevivir a muchos comerciantes que adoptaron la "onda zen".
El Delta, también conocido como Tigre, saliendo de Buenos Aires hacia el norte, fue siempre una zona de artesanos dedicados a la cestería, la mimbrería y los objetos de caña. Ahora, los mismos vendedores en los mismos puestos ofrecen gran variedad de productos traídos de Asia con las mismas características.
"En el Tigre, lo único autóctono que queda son las naranjas", comentó a IPS resignado un hombre, acodado en un bar de esa zona, mientras tomaba un jugo de fruta.
Los puestos de venta ofrecen sillones de mimbre, cortinas, faroles, velas, canastos y cajas de cestería, adornos y hasta flores secas traídas desde la Aduana.
En Argentina, uno de los motores de la economía había sido tradicionalmente la pequeña y mediana empresa -industrial, de comercio y de servicios-, que genera la mayor parte de los empleos. Pero este desarrollo se frenó y retrocedió en la última década, cuando miles de negocios debieron cerrar sus puertas.
La expansión de los grandes supermercados en la periferia de las ciudades, la falta de crédito, la caída salarial y el desempleo de 15 por ciento que golpearon al mercado interno, eran ya una combinación letal para las empresas pequeñas y medianas, y con la apertura comercial muchas recibieron el golpe final.
Sólo desde 1995, con la devaluación del peso mexicano, cerraron 300.000 comercios.
Francisco Dos Reis, de la Asamblea de Pequeños y Medianos Empresarios, dijo a IPS que la apaertura comercial abrumó a los pequeños empresarios y en algunos casos arrasó casi con todas las empresas de un sector.
"En juguetes, textiles y calzados prácticamente no quedan empresas de industria nacional", señaló Dos Reis.
Y los otros sectores no están mejor. "En este momento no hay un solo sector competitivo respecto de la producción importada, ni en el campo, ni en la industria o el comercio", afirmó.
Del mismo modo lo explicó el economista Claudio Lozano, del Congreso de Trabajadores Argentinos: "Si se compara el total del comercio exterior con el producto, en Argentina casi no hay diferencia desde los 70, pero al comparar por sectores, las diferencias pueden ser inmensas".
Por ejemplo, buena parte del aumento del producto en los últimos 10 años llegó con las inversiones de las empresas de servicios públicos. Pero no se trata de bienes transables, y por lo tanto no están sujetos a la competencia externa.
Por otro lado, hubo sectores como juguetes en donde los fabricantes locales se extinguieron.
Casi no hay juguete que no lleve el sello de fábrica de algún país asiático y cuando se acerca la Navidad, los argentinos no sólo compran los juguetes importados de esa región para colocar junto al pino navideño, sino que los propios pinos, los adornos y hasta las piezas del pesebre tienen ese orígen.
"La apertura en Argentina se entendió sólo como el ingreso masivo de productos del exterior al mercado local y no también como la capacidad local de producir mercaderías para colocar en el mercado mundial", señaló Lozano.
"El problema no es solamente que los juguetes de Mc Donald's, que se venden en todo el mundo, sean hechos en China. Lo preocupante es que Argentina no tenga un rubro de su producción -o varios- en los que sea tan competitivo como ellos", añadió.
Mientras tanto, la invasión sigue y se agradece a veces con cierto alivio. No hay casi empresas locales, no se genera casi empleo, pero al menos hay posibilidades de consumir algunas pequeñas o grandes cosas, que sólo cuestan dos pesos. (FIN/IPS/mv/ag/if cr/00