Las victorias de Etiopía sobre Eritrea en el campo de batalla podrían determinar el rápido fin de la guerra que ambos países mantienen desde hace dos años.
A partir del 12 de mayo, Etiopía obtuvo una victoria tras otra al volver a capturar el frente central de Zalambessa y avanzar profundamente en el oeste de Eritrea.
Tras el avance decisivo de Etiopía, Eritrea accedió a retirarse de los territorios que ocupó en 1998.
Pero Etiopía está decidida a continuar "hasta desmembrar por completo al ejército eritreo para que no represente nunca más una amenaza militar", dijo Mustafá Hassouna, analista en Nairobi.
A pesar del comienzo de negociaciones de paz indirectas en Argelia, los etíopes continúan bombardeando la base aérea de Asmara y una planta de energía prácticamente terminada cerca del puerto de Massawa.
Sin embargo, Etiopía asegura que se retiró de zonas sudoccidentales de Eritrea poco antes de que comenzaran las negociaciones de paz el martes.
Se calcula que 600.000 soldados de los dos países luchan desde mayo de 1998 por el control de Badme, un triángulo de tierra rocosa de 400 kilómetros cuadrados en la frontera en común. Un observador señaló que el conflicto se parece a "dos calvos luchando por un peine".
Para los extranjeros, se trata de la "guerra más insensata" de Africa. Hasta 100.000 personas habrían muerto en combates al estilo de la primera guerra mundial, en los cuales las fuerzas etíopes lanzan olas humanas contra las trincheras eritreas.
Periodistas de visita en el frente vieron a cientos de cadáveres en estado de composición sin enterrar. Un soldado etíope de 13 años de edad, muerto en Badme, aún llevaba su carné de calificación escolar.
Se calcula que ocho millones de etíopes y un millón de eritreos están al borde de la hambruna mientras sus gobernantes gastan cientos de millones de dólares para adquirir armas.
Rusia es uno de los países que obtuvo grandes ganancias vendiendo armas a ambos bandos.
Etiopía se queja por la falta de respuesta de la comunidad internacional a sus pedidos de ayuda alimentaria de emergencia, pero los países donantes temen que sus fondos se destinen a la guerra.
"El principio humanitario no se debe mezclar con la guerra de ninguna manera. La guerra no la empezamos nosotros, ni la hambruna. Nos enfrentamos a un problema impuesto", dijo el embajador etíope en Nairobi, Teshome Toga.
Los últimos combates provocaron una nueva ola de refugiados. El Programa Mundial de Alimentos solicitó 3,4 millones de dólares para brindar ayuda de emergencia a 50.000 eritreos que huyeron al vecino Sudán.
En Etiopía hay medio millón de desplazados sin posibilidad de volver a su patria porque la zona fronteriza está muy minada. En Zalambessa no queda ni un edificio en pie, ya que las fuerzas eritreas arrasaron con todo en su retirada.
Los actuales presidentes de Etiopía, Meles Zenawi, y de Eritrea, Issias Aferwerki, fueron aliados que lucharon juntos durante 30 años en una guerra de guerrillas para derrocar de Etiopía al dictador marxista Mengistu Haile Mariam, cuando Eritrea aún era una provincia etíope.
La madre de Zenawi es eritrea y ambos líderes están relacionados.
En 1991, Mengistu fue derrocado y Etiopía otorgó la independencia a Eritrea, que quedó confirmada en 1993 por referéndum popular.
"En política no hay amigos permanentes, sólo intereses permanentes. Es el síndrome del hermano mayor y el hermano menor, una guerra entre primos. Hay una competencia personal entre ambos", comentó Hassouna.
En 1997, la tensión económica aumentó cuando Eritrea introdujo su propia moneda, el nafka, pero Etiopía se negó a aceptarla y el comercio entre ambos cesó.
Poco después se desató una disputa en la cual Eritrea reclamó la soberanía de territorios administrados por Etiopía. Se desempolvaron viejos mapas y se creó una comisión fronteriza.
En mayo de 1998, las fuerzas eritreas cruzaron la frontera y tomaron control de Badme. Hassouna cree que los disidentes eritreos que buscaban la autonomía alentaron la invasión.
"Los (integrantes del grupo étnico) tigre intentaron formar un estado dentro del estado. Esta guerra tiene que ver más con temas nacionales que con la ganancia económica o el prestigio", dijo.
La invasión resultó ser un golpe de suerte para el régimen etíope. "Addis intetaba aumentar el apoyo popular para sus políticas", dijo Hassouna.
"La guerra es una pantalla efectiva contra la creciente falta de legitimación del gobierno. Podría desviar la atención pública de los temas internos, como las exigencias del Frente de Liberación de Oromo (OLF) y de los amharas", dijo.
Los oromos son el mayor grupo étnico del país, pero con poca influencia en el gobierno, y sus líderes son perseguidos por el régimen dominado por los tigre. Muchos huyeron al exilio y el OLF tiene bases militares en la vecina Kenia.
El gobierno también se enfrenta a la oposición de otro grupo étnico, los amharas, la tradicional elite gobernante que fuera derrocada en 1991.
A los amharas "les gusta que los tigre combatan entre sí. Pero también se lamentan de la falta de acceso al mar (perdida cuando el puerto de Massawa pasó a integrar el territorio eritreo)", según Hassouna.
Los espontáneos festejos tras la captura de Zalambessa muestran cómo la guerra unió a los etíopes en su apoyo al régimen de Zenawi.
En Adis Abeba el ambiente era de júbilo mientras las tropas con banderas etíopes pasaban junto a multitudes que los vitoreaban. Obreros y estudiantes cantaban canciones patrióticas.
Ambas partes reclutan por la fuerza, aunque Etiopía lo niegue, pero muchos también se ofrecen como voluntarios para luchar en la guerra.
"La guerra es muy popular. La gente no quiere quedar como perdedores en una disputa con personas que conocían muy bien. Estas son dos naciones que no conocen otra cosa que la guerra desde hace 30 años. Las costumbres viejas demoran en perderse", dijo Hassouna. (FIN/IPS/tra-en/ks/sm/aq/ip/00