El tradicional bipartidismo que reinó en Argentina durante más de medio siglo muestra un contínuo repliegue electoral en los últimos años, al tiempo que se consolida una nueva forma de representación política: las coaliciones.
Uno de los viejos protagonistas, la Unión Cívica Radical, es hoy parte integrante de la Alianza que gobierna el país y su histórico rival, el Partido Justicialista (peronista), vive una de sus más profundas crisis, con sólo 1,6 por ciento de votos obtenidos en la elección del domingo para alcalde de la capital.
Los dos partidos mayores, que se alternaron en el poder durante el siglo XX entre uno y otro golpe de Estado, tienen hoy menor peso específico porque, además del propio desgaste, van perdiendo la clientela cautiva con la que se identificaron en el momento histórico de su surgimiento.
Una de las explicaciones que algunos dirigentes peronistas dieron por la derrota del domingo fue que el candidato perdedor – alentado por el ex presidente Carlos Menem- no aceptó aliarse con otros partidos, un comportamiento más a tono con los nuevos tiempos que podría ser la llave para su renacimiento futuro.
El escritor argentino Jorge Luis Borges, solía decir que con Buenos Aires no lo unía "el amor, sino el espanto" y concluía: "será por eso que la quiero tanto".
En la política tampoco hay amor, pero sí "espanto" y en este caso está representado por el desprestigio de los dirigentes tradicionales que fueron trazando una curva de declive en los últimos años y ahora procuran reconvertirse mediante nuevas sociedades.
Estas flamantes coaliciones, hijas de la necesidad, van desarrollando una cultura política propia en la que los liderazgos fuertes de tipo caudillista resultan menos necesarios que el consenso entre dirigentes de distintos partidos que suman trayectoria, capacidad y honestidad.
El resultado, como en las uniones "gestálticas", parece ser mayor que el de la simple suma de sus factores, o mejor en este caso, de sus votantes.
La gran distancia que separaba a los dirigentes de sus votantes se acorta con el nuevo estilo, más cercano a la gente común o más en sintonía con sus necesidades inmediatas, prácticas, y en menor medida ideológicas.
Los acuerdos -antes de cúpulas- pasan a ser negociaciones más transparentes y ya no son tan coyunturales sino que buscan prolongarse en el tiempo para cosechar así una mayor credibilidad en el elctorado.
En estas nuevas sociedades, los dirigentes que ocupan cargos de "vicepresidente" o "vicegobernador" ya no son meras figuras decorativas, o suplentes para la fatalidad, sino que actúan como socios que aportan también su capital en imagen y respaldo popular, y cuentan a la hora de tomar decisiones.
La primera gran experiencia fue la de la Alianza, que llevó a Fernando de la Rúa a la Presidencia en 1999. La coalición se había formado poco más de dos años antes y ya había obtenido su primer triunfo en elecciones legislativas nacionales en el mismo año de su creación.
El principal miembro de la Alianza es la Unión Cívica Radical, un partido creado en 1914 con fuerte base en la clase media. Desde mediados de siglo comenzó a tener su principal competidor en el Partido Justicialista, fundado por Juan Perón, que dio una representación política a los sectores sociales más bajos.
Pero la Unión Cívica Radical, tras el gobierno de Raúl Alfonsín (1983-89), perdía cada vez más adeptos, por lo que sus dirigentes comenzaron a plantear la necesidad de formar una coalición, una demanda que encontró eco en una agrupación que estaba en la misma búsqueda: el Frente País Solidario.
El Frente era una asociación nueva de partidos de centroizquierda y peronistas que habían abandonado el Partido Justicialista, cuyos dirigentes se caracterizaban por postular un cambio en la forma de hacer política hacia un estilo más moderno, alejado del caudillismo, el clientelismo y la corrupción.
El actual vicepresidente, Carlos Alvarez, es uno de los dirigentes del Frente, y tal como lo prometió, su gestión en ese cargo tiene un protagonismo mayor que el tradicional, sin que eso sea un signo de contradicción o competencia con el presidente De la Rúa, de la Unión Cívica Radical.
El domingo, otro dirigente de la Alianza, Aníbal Ibarra, consiguió un triunfo electoral al resultar elegido jefe de gobierno de la capital. Ibarra pertenece al Frente pero en todas sus declaraciones insistió en que la victoria no refuerza a un partido sobre otro, sino a la Alianza en su conjunto.
Su compañera de fórmula, Cecilia Felgueras, pertence a la Unión Cívica Radical y tal como remarcaron durante la campaña, no será "la segunda" de Ibarra, sino una socia con la que se repartirán la tarea.
Advertidos del éxito de estas uniones, los partidos de centroderecha hicieron lo propio. Formaron Encuentro por la Ciudad, una agrupación que llevó como candidato al ex ministro de Economía Domingo Cavallo y obtuvo el segundo lugar con 33 por ciento de los votos.
Cavallo decidió unos meses antes no competir más por la misma clientela política con otro ex ministro de Menem, Gustavo Béliz, y entre los dos armaron esta coalición que duplicó su fuerza respecto de sólo dos años antes, erigiéndose en principal partido de oposición en la capital argentina.
El domingo, Cavallo agitó el fantasma de los viejos tiempos al insultar al ganador y negarse a aceptar la derrota. Lo hizo en nombre de su derecho a competir en la segunda vuelta, porque a Ibarra no logró por muy poco la mayoría absoluta.
Pero el nuevo estilo imperó de la mano de su aliado político. Béliz lo convenció de disculparse con los ganadores, aceptar públicamente la derrota y comprometerse a trabajar unidos a partir del capital logrado, que no es poco: se constituyeron en la segunda fuerza política de la capital.
Béliz, como Ibarra y su socia Felgueras, tienen entre 35 y 42 años, y son los primeros representantes políticos de una generación que era adolescente cuando surgió la última dictadura, por lo que su carrera política es muy diferente a la de los dirigentes tradicionales que convivían con la amenaza militar.
A su vez, los dos integrantes de la fórmula de Encuentro por la Ciudad, Cavallo y Béliz, fueron ministros de Menem (1989-99), del Partido Justicialista, que este domingo hizo la peor elección de su historia en la capital.
La derrota justicialista no implica que ese partido -que obtuvo el segundo lugar en los comicios nacionales y mantiene el gobierno de casi la mitad de las provincias del país- se esté extinguiendo, pero sí señala una necesidad de cara al futuro.
La ciudad de Buenos Aires no es un distrito que se caracterice por la lealtad partidaria. Su electorado -unos 2,5 millones de votantes- es el más cambiante y acepta lo nuevo con una facilidad mayor que el de las provincias del interior, según la encuestadora Graciela Romer.
No obstante, la ciudad podría ser en este sentido un laboratorio de lo que puede ocurrir en los próximos años con los partidos tradicionales que no acepten renovarse. Y no es sólo una cuestión de hacer alianzas coyunturales, como las que hizo ya el justicialismo en otras ocasiones para ganar elecciones.
El fenómeno parece ser más complejo, más permanente, y requiere de una cierta disposición a subordinar el liderazgo propio y las identidades históricas de los partidos a los intereses y necesidades más generales de la sociedad. (FIN/IPS/mv/ag/ip/00