Detenerse o no detenerse en Pakistán, ésa es la cuestión para los planificadores de la política exterior de Estados Unidos que preparan la gira del presidente Bill Clinton por Asia meridional, en marzo.
Los altos funcionarios están preocupados por las posibles consecuencias de omitir a Pakistán, el aliado surasiático más estrecho de Washington durante la guerra fría, en la gira que comenzará Clinton el 20 de marzo. Por ahora, el mandatario tiene previsto visitar India y Bangladesh.
La mayoría de los funcionarios, incluida la secretaria de Estado (canciller) Madeleine Albright, creen que la omisión tendría consecuencias muy negativas para los intereses de Estados Unidos en la región, en especial sobre la contención del radicalismo islámico y la reducción de tensiones entre India y Pakistán.
Al mismo tiempo, sin embargo, temen que una reunión entre Clinton y el jefe de gobierno paquistaní Pervez Musharraf, quien derrocó al primer ministro Nawaz Sharif en un golpe militar el pasado octubre, envíe un mensaje equivocado a la región.
Tras el golpe de Estado, Washington decidió que las relaciones con Islamabad no serían normales hasta que Musharraf se comprometiera a garantizar el pronto retorno a un régimen civil, una medida que el general hasta ahora se negó a tomar.
"Obviamente nos preocupa la manera en que el general Musharraf tomó el poder, y hemos tratado de que entienda la importancia de un régimen civil democrático", declaró Albright esta semana.
Pero Washington no obtuvo ningún resultado hasta ahora en ese aspecto ni en otras demandas clave, como la ruptura de los supuestos lazos entre el ejército paquistaní y grupos terroristas de Afganistán y el estado indio de Cachemira.
Sobre este último problema, "hubo cierta cooperación en algunos niveles, pero no tanta como hubiéramos deseado", dijo Albright al Comité de Relaciones Exteriores del Senado.
Funcionarios de Washington esperan algún "gesto concreto" de Musharraf que permita a Clinton "compensar" al líder paquistaní con una visita, aun si ésta se limita a una charla en el aeropuerto mientras el avión presidencial se reabastece de combustible.
La mayoría son partidarios de un compromiso de Clinton de realizar otro viaje separado a Pakistán más adelante, este año.
La visita de Clinton a India, donde permanecerá cinco días, será la primera de un presidente estadounidense desde la que realizó Jimmy Carter en 1978.
Pese a la estrecha alianza entre Washington e Islamabad durante la guerra de Afganistán, en los años 80, Richard Nixon fue el último presidente estadounidense en visitar Pakistán, hace unos 30 años.
Desde el retiro de las tropas soviéticas de Afganistán, los vínculos entre Pakistán y Estados Unidos han sido tensos. Washington suspendió toda ayuda militar y venta de armas a Islamabad en los años 90, ante crecientes pruebas de que Pakistán había obtenido todo lo necesario para construir una bomba nuclear.
Más recientemente, Washington se alarmó por el respaldo paquistaní al gobierno fundamentalista islámico Talibán, en Afganistán, que ofreció refugio a radicales antioccidentales como el millonario saudí Osama bin Laden, al que Estados Unidos considera su enemigo público internacional número uno.
En mayo de 1998, la administración Clinton impuso sanciones a Nueva Delhi y a Islamabad luego que realizaron sendas pruebas nucleares subterráneas. Debido a la debilidad de su economía, Pakistán fue el más afectado por la medida.
Washington también criticó duramente la infiltración paquistaní del lado indio de Cachemira, en la zona de Kargil, durante la primavera boreal pasada.
La acción de Islamabad produjo los enfrentamientos militares más fuertes entre ambos países desde la guerra de 1971, y los choques sólo cesaron cuando Clinton persuadió al primer ministro Sharif de que ordenara el retiro de los infiltrados, una medida que condujo al golpe de Estado del pasado octubre.
Desde entonces, las relaciones bilaterales han sido aún más difíciles, pese a las expresiones de buena voluntad de ambas partes.
Rick Inderfurth, subsecretario de Estado para Asia meridional, se reunió con Musharraf a fines de enero para plantear las preocupaciones de su gobierno y las condiciones para una parada de Clinton en Pakistán.
Pero las gestiones de Inderfurth produjeron escasos progresos, como lo demostró la advertencia sin precedentes que el Departamento de Estado lanzó contra Islamabad el 27 de enero.
Albright advirtió a Pakistán que podría ser agregado a la lista de estados patrocinadores del terrorismo si no reprimía a Harkat- ul-Mujaidin, un grupo radical islámico que en diciembre secuestró un avión de Indian Airlines en vuelo hacia Afganistán.
La medida implicaría la oposición de Washington a todos los préstamos de instituciones financieras multinacionales a Pakistán, cuya frágil economía depende de esos créditos.
Aunque Clinton absolvió a Pakistán de toda participación directa en el secuestro, el portavoz de Albright declaró que los vínculos entre la inteligencia militar de Pakistán y Harkat-ul- Mujaidin son "un asunto de extrema preocupación" para Washington.
Ante esta situación, no sorprende que Clinton se rehúse a tomar alguna medida que pueda ser interpretada como un respaldo a Musharraf.
Por otra parte, el secuestro empeoró las relaciones entre India y Pakistán, siempre tensas por la cuestión de Cachemira.
Musharraf y el primer ministro indio Atal Behari Vajpayee intercambiaron amenazas militares, e incluso nucleares, la semana pasada.
Esta situación vuelve a la gira de Clinton aún más importante, especialmente cuando muchos creen que Estados Unidos es el único país extranjero que podría mediar entre ambas potencias de Asia meridional.
El propio Musharraf advirtió que la omisión de su país en el itinerario de Clinton "alentaría a India a aumentar la tensión".
Funcionarios estadounidenses, presionados por Nueva Delhi para catalogar a Pakistán como estado terrorista, no discrepan con esa idea, pero temen por las posibles consecuencias internas en Pakistán.
Muchos en Washington creen que Musharraf, autodefinido como un musulmán moderado, está enfrentado en una lucha de poder con otros altos oficiales mucho más vinculados con Talibán y otros grupos radicales islámicos, incluido Harkat-ul-Mujaidin.
Según esta línea de pensamiento, la falta de una vaga señal de acercamiento de Estados Unidos a Musharraf lo haría más vulnerable a elementos extremistas, cuya agenda podría conducir a otra guerra con India por Cachemira.
"Estamos muy decepcionados con Musharraf, pero el hecho es que es muy popular en su país, y la alternativa podría ser mucho peor", declaró a IPS un alto funcionario de Washington.
Otros opinan que el debate sobre la posible visita a Pakistán opacó una discusión más importante sobre los intereses de Estados Unidos en la región, ahora que tanto Nueva Delhi como Islamabad poseen armas nucleares.
Para ese grupo de opinión, Washington no debería tomar medidas para reducir la tensión entre los dos países surasiáticos. Así lo expresó Stephen Cohen, experto en Asia meridional de la Institución Brookings, un influyente gabinete de estrategia de Washington.
"Para estabilizar la región, necesitamos una buena relación con ambos países", opinó Cohen, quien es partidario de planificar un viaje separado de Clinton a Pakistán este año. (FIN/IPS/tra- en/jl/ks/mlm/ip/00