/BOLETIN-DD HH/ DERECHOS HUMANOS: La respuesta fascista a la globalización

El acceso al poder del ultraderechista Partido Libertad en Austria es el último ejemplo del avance neofascista en Europa, estimulado en parte por los efectos adversos de la globalización, las crisis de identidad nacional y la exclusión social.

El Partido Libertad, dirigido por Joerg Haider, conmocionó a Europa cuando obtuvo 27 por ciento de los votos en las elecciones generales de octubre.

Esa conmoción se ahondó cuando el Partido Libertad se convirtió en una importante fuerza de la coalición de gobierno, a pesar de la tendencia de Haider a hacer declaraciones pronazis.

El derechista Partido del Pueblo, dirigido por Christoph Blocher, también obtuvo 23 por ciento de los votos en las últimas elecciones de Suiza. Al igual que Haider, Blocher es un multimillonario xenófobo que critica a los inmigrantes, la corrupción gubernamental y la Unión Europea (UE).

Blocher causó estupor cuando elogió al autor de un libro que negó la existencia del Holocausto de millones de judíos durante la segunda guerra mundial.

Austria y Suiza son países pequeños con poca influencia relativa en el mundo, pero la UE reaccionó con sanciones diplomáticas y económicas contra Viena.

Si el entusiasmo por la extrema derecha cruza la frontera hacia Alemania, el caso provocaría aun mayor inquietud en la comunidad internacional.

En el este de Alemania, donde la economía aún padece de la transición del socialismo centralizado al capitalismo de mercado, entre 15 y 20 por ciento de los hombres jóvenes votan por los partidos neofascistas.

"Decir que un tercio de los jóvenes de Alemania oriental se inclinan por la extrema derecha sería un eufemismo. Muchos ya llegaron a un punto sin retorno. (El extremismo) está creciendo, es cada vez peor", advirtió el criminólogo de Berlín Berndt Wagner.

"El neofascismo y el neonazismo ganan terreno en muchos países, sobre todo en Europa", dijo Maurice Glele Ahanhanzo, relator especial de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

De especial inquietud es "el aumento del poder de los partidos de ultraderecha" que se aprovechan de "un clima económico y social caracterizado por el temor y la desesperanza", señaló Glele Ahanhanzo en un informe a la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas.

"Los efectos combinados de la globalización, las crisis de identidad y la exclusión social" se encuentran entre los principales factores que alimentan la extrema derecha, según el informe.

Los movimientos populistas de extrema derecha con raíces abiertamente fascistas conquistaron una fuerte presencia en la política de varios países de Europa occidental, incluso en Bélgica donde el neofascista Vlaams Blok superó a sus rivales con 30 por ciento de los votos en Amberes, la segunda ciudad del país.

Los partidos de extrema derecha también lograron al menos 15 por ciento de los votos nacionales en Francia, Italia y Noruega. Aunque los porcentajes parezcan menores, pueden tener gran peso en el parlamento e incluso determinar la composición del gobierno.

Aun cuando pierden las elecciones, los neofascistas contaminan el discurso político y presionan a los partidos más establecidos para que adopten posturas radicales.

La demagogia ultraderechista tocó un punto débil al utilizar a los extranjeros y las minorías étnicas como chivos expiatorios en este mundo que aún no se adaptó a la disolución de la Unión Soviética, la reunificación de Alemania, la globalización económica o los grandes cambios tecnológicos.

En Europa occidental hay 50 millones de pobres, 18 millones de desempleados y tres millones de personas sin techo. La situación en el este es aún peor.

Esas condiciones son ideales para que las exploten las organizaciones de extrema derecha que varían de pequeños grupos disidentes y células terroristas clandestinas a partidos políticos de peso.

Las bandas de cabezas rapadas pueden funcionar como tropas de choque del avance de la extrema derecha en Europa, pero los líderes de las organizaciones neofascistas más exitosas suavizaron su imagen y adaptaron su mensaje para atraer a los votantes de centro.

En la cresta de una reacción populista contra la globalización, los oportunistas de extrema derecha aúnan sus tiradas xenófobas con críticas a la UE y a la introducción de la moneda única, el euro.

La adopción del euro y la globalización en general limitaron significativamente la capacidad de los gobiernos nacionales para regular sus economías y revertir el alto desempleo mediante el ajuste de las monedas y las tasas de interés.

El desencanto con el espectro político convencional se agudiza porque los partidos socialdemócratas no ofrecieron alternativas a las rígidas políticas de la UE. Esto fortaleció a los neofascistas y otros extremistas de derecha que explotaron con éxito el resentimiento generalizado con los gobiernos.

El presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, habló de la "inexorable lógica de la globalización" a la que ningún país puede escapar. Aunque regido por la economía, este fenómeno también tiene consecuencias sociales trascendentes.

El comercio mundial actúa como el gran homogeneizante, diluyendo las diferencias autóctonas y opacando los contrastes étnicos. En consecuencia, muchos europeos temen perder no sólo sus empleos, sino sus identidades culturales y nacionales.

La tecnología informática creó un ambiente que conduce a la especulación financiera y al rápido crecimiento del comercio mundial. Los protagonistas de la economía internacional son cada vez más las compañías y los grupos de presión trasnacionales, en desmedro de los funcionarios elegidos por el pueblo.

Aunque el libre mercado debe garantizar la máxima eficiencia, en la práctica magnificó la desigualdad y aceleró el colapso de ciertas estructuras sociales, provocando inestabilidad, migraciones masivas y conflictos étnicos.

A la vez, el poder decreciente del Estado-nación desencadenó una feroz reaccción ultranacionalista, como lo demostró el crecimiento del apoyo a los partidos de extrema derecha en varios países europeos.

Los partidarios de la UE argumentan que la integración económica es fundamental para lograr la unión política que esperan ponga fin definitivamente al nacionalismo que devastó al continente en el pasado. Pero en la práctica parece que ocurre lo contrario.

Si algo hace, lo más probable es que la integración europea fomente el crecimiento de los partidos de extrema derecha. Los movimientos ultranacionalistas son el daño "colateral" que provoca la globalización sin controles.

Las tendencias económicas, políticas y sociales sugieren que un creciente número de personas en las democracias occidentales sucumbirán ante el atractivo de los neofascistas que posan de populistas y ofrecen soluciones sencillas para problemas complejos.

"Se hace alarmantemente evidente que el mal incalificable puede copar el escenario una vez más", declaró el primer ministro sueco Goran Persson en una conferencia sobre el racismo y el neofascismo en Europa.

Poco antes de que muriera en 1987, el escritor y químico italiano Primo Levi, sobreviviente del Holocausto nazi, advirtió del advenimiento de "un nuevo fascismo… que camina en puntas de pie y adopta otros nombres".

Este nuevo fascismo es un fenómeno contemporáneo que se distingue de sus antecesores de muchas maneras.

Cuando Adolfo Hitler llegó al poder en Alemania en los años 30, tomó al mundo de sorpresa. Aquellos que siguen aferrados a su idea del fascismo pasado y descartan los crecientes peligros del presente quizá también se sorprendan. (FIN/IPS/tra-en/mal/cr/aq/hd-ip/00

Archivado en:

Compartir

Facebook
Twitter
LinkedIn

Este informe incluye imágenes de calidad que pueden ser bajadas e impresas. Copyright IPS, estas imágenes sólo pueden ser impresas junto con este informe