El gran acontecimiento artístico del verano en Chile llega desde Francia y se llama "Frankestein", un espectáculo de circo-teatro que cautivó al millar de espectadores que asistió a su estreno en Santiago.
La compañía Cirque Baroque, fundada en Francia en 1987 por Christian Taguet, creó a comienzos de 1999 esta propuesta, que es una visión acrobática, moderna, fundamentalmente gestual y a ratos surrealista de la clásica novela de Mary Shelley.
La elección de Chile para la primera presentación de este espectáculo en América Latina, concretada el día 4, no es casual, ya que en la compañía hay un buen porcentaje de artistas de este país, comenzando por su director escénico, Agustín Letelier.
Está también la actriz chilena Camila Osorio, convertida en hábil artista circense, quien en uno de los cuadros más aplaudidos de "Frankestein" coprotagoniza un ardiente juego amoroso en un trapecio de altura, sin red de seguridad.
Letelier y Osorio son parte de los integrantes del Teatro del Silencio, una aplaudida compañía creada en Chile a comienzos de los años 90 por Mauricio Celedón, quien a su vez se había formado como actor y director teatral en Francia.
Ellos se integraron al Cirque Baroque luego de una gira que el Teatro del Silencio realizó por Europa con "Malasangre" y "Taca- taca mon amour", obras con que Celedón popularizó en Chile un teatro gestual de fuerte signo expresionista.
Esta propuesta de representación escénica sin parlamentos, pero con un fuerte soporte de música, gritos, ruidos ambientales, y sobre todo de danza, acción y movimiento incesante, se ve magnificada ahora en la fusión con lo circense.
Taguet, nacido en 1948, profesor de guitarra, aficionado al saxofón y a la trompeta, además de acróbata autodidacta, es considerado en Francia uno de los padres del llamado "nouveau cirque", tendencia que comenzó a abrirse paso en los años 70.
"Lo que nos caracteriza es una preocupación por la creatividad y por lograr una estética propia, lo cual en un circo tradicional no se da", dijo el artista francés, quien en 1973 creó su primera companía circense, Le puits aux images (El pozo de las imágenes).
Este nuevo circo introdujo personajes permanentes en el espectáculo, identificándolo así con la noción de obra. "Hoy estamos en la búsqueda de un lenguaje propio, un vocabulario identitario que nos permita crear un circo dramático, tal como son las obras de teatro", explicó Taguet.
Circo al servicio del teatro o viceversa, lo cierto es que en "Frankestein" está presente una acabada concepción del espectáculo acrobático, que a su vez tiene un eje argumental dramático.
Esta "reescritura" de la obra de Mary Shelley, ambientada en la Inglaterra victoriana del siglo XIX, fue asumida por el Cirque Baroque como la muestra de una alegoría de la creación literaria del mito de Frankestein.
Bajo la dirección escénica de Letelier se asumió la sociedad victoriana con su entorno literario y filosófico y "personajes que se aferran a investigar y construir un mundo y se comprometen tanto que, poco a poco, se transforman en su propia creación".
El grupo, entonces, no sólo crea a Frankestein, sino también a los propios protagonistas de la narración, con una estética que no es propiamente realista, ya que a Letelier no le interesa únicamente reconstruir la Inglaterra del siglo XIX.
De lo que se trata es de mostrar en forma contemporánea la rigidez de los códigos morales de hace más de un siglo, señaló.
"El objetivo es poner al día el gran contraste entre ese mundo y el de los poetas que se definen y viven en ruptura, en oposición con la uniformidad y el rigor de la sociedad", se explica en la presentación de la obra.
El proceso de creación y recreación del monstruo de Frankestein se construye entre códigos y metáforas sobre la vida, el amor, la energía, el odio y la censura, con guiños escénicos que parecen remitir a las modernas técnicas de clonación.
Las máscaras y maquillajes expresionistas apoyan la propuesta teatral-circense en un juego de incesante movimiento, con malabarismos y acrobacias en un escenario que también es de circo y de teatro.
Al frente, la pista casi circular con su entorno superior de trapecios, al fondo, un andamio que sirve tanto para juegos de linterna mágica, como para simular balcones, aulas y laboratorios, y al mismo tiempo es el podio de los músicos.
Los parlamentos, o mejor dicho gritos, en francés, español, alemán e italiano, complementan de vez en cuando una partitura musical estridente y también expresionista, que incluso recoge acertadamente influencias del "heavy metal".
El elenco de una veintena de artistas transmite un ritmo vertiginoso en desplazamientos incesantes en el escenario y sobre todo en los números de trapecio que funden el suspenso del mejor circo clásico con la ternura de los grandes actores.
Los juegos colectivos de malabarismo, con antorchas, "diábolos" (copas dobles) que imitan audífonos de electro choques y "clavas" que simulan probetas de laboratorio, son otro de los atractivos circenses puestos en función dramática.
Para Letelier, la fórmula de "Frankestein" y de este circo moderno está en lo que en Europa se llama espectáculo viviente, el cual tiene que ser "luminoso, brillante, dinámico y con una estética cuidada". (FIN/IPS/ggr/ag/cr/00