Cuba llegará al 2000 con la revolución de Fidel Castro en el poder, atrapada entre su añejo conflicto con Estados Unidos, la crisis económica y un futuro que luce incierto para la gran mayoría de sus habitantes.
La necesidad de un cambio es quizás la única coincidencia entre enemigos furibundos y entusiastas seguidores de Castro, y entre intelectuales y académicos de las más diversas tendencias y especialidades, y entre católicos y santeros.
Hasta quienes viven la vida diciendo "yo sí no estoy en ná" ("nada me importa") reconocen la urgencia de transformaciones económicas y políticas. Pero el problema empieza a la hora de definir qué debe cambiar y cómo.
Volver al pasado, seguir el camino de los países que abandonaron el socialismo en Europa, convertir la isla en una réplica de sus vecinos de América Latina o anexarla a Estados Unidos no parecen ser opciones para la mayoría en Cuba.
El sueño de una "Suecia del Caribe", donde pudieran integrarse sin antagonismo lo mejor del socialismo y del capitalismo desplaza ahora la utopía comunista de la desaparición del Estado y de la igualdad entre las personas.
Esa sociedad "ideal" incluiría los logros de 40 años de régimen socialista y, también, normalidad en las relaciones con Estados Unidos y con el exilio cubano, e iniciativa privada, y libertad de expresión y de viajar.
Castro, por su parte, asegura que para las generaciones jóvenes "la revolución apenas comienza", y escucha con paciencia los consejos de amigos y enemigos sobre un tránsito de la isla hacia una democracia similar a la imperante en América Latina.
El presidente recibió con respeto las críticas del papa Juan Pablo II, que visitó este país en 1998 y, en noviembre de este año toleró que varios presidentes y cancilleres que asistieron en La Habana a la IX Cumbre Iberoamericana se reunieran con disidentes.
Con 73 años de vida, 40 de ellos en el poder, Castro se considera "un realista, un soñador y un utópico", mantiene su cruzada personal contra Estados Unidos y ve cualquier oposición política a su gobierno como una maniobra de Washington.
Para el músico Silvio Rodríguez, quien se considera "fidelista", "el cubano, y el revolucionario cubano, están lleno de contradicciones hoy". "Muchas veces ni nosotros mismos entendemos qué está pasando", sostuvo.
Así y todo, Rodríguez prefiere "cortarse la lengua" a traicionar a la revolución que, según él, se ha ido quedando sola.
"La revolución está casi sola. No te voy a decir que nadie cree en ella, pero cree en ella muchísima menos gente que al principio", asegura el autor de "Ojalá" en una entrevista publicada este mes por la revista cubana Revolución y Cultura.
La última década del siglo XX significó un cambio radical para los más de 11 millones de habitantes de Cuba.
El Muro de Berlín fue derribado, la Unión Soviética dejó de existir y el Consejo de Ayuda Mutua Económica del bloque socialista desapareció. Cuba se quedó más sola que nunca en el hemisferio occidental, con los bolsillos vacíos y sin amigos.
La pérdida de sus principales socios comerciales y la incapacidad de comprar en el mercado mundial los 13 millones de toneladas de petróleo que le garantizaba Moscú en los años 80, lanzó a la isla a la peor crisis económica del gobierno de Castro.
En términos prácticos, la caída de 34,8 por ciento del producto interno bruto entre 1990 y 1993 se tradujo en apagones de más de 12 horas diarias, escasez de alimentos, déficit de todos los servicios públicos y desempleo.
"Lo peor de todo era tener que inventar para garantizar la comida de la familia todos los días", dice Eulalia López, una mujer de 42 años que vive sola con sus padres ancianos y una hija pequeña.
En un año, el consumo diario de calorías cayó de 2.845 a 1.863, según fuentes especializadas. El deterioro alimentario, combinado con causas tóxicas, provocó la aparición de la neuropatía epidémica que afectó a más de 50.000 personas en 1993.
Cuando en agosto de 1994 se produjo el primer disturbio antigubernamental de la era de Castro y más de 30.000 cubanos se lanzaron al mar para emigrar a Estados Unidos, el dólar estadounidense se cotizaba a 150 pesos cubanos.
La "crisis de los balseros" terminó con un acuerdo entre La Habana y Washington y, de alguna manera, forzó al gobierno cubano a iniciar la introducción de reformas económicas, en muchos casos consideradas "indeseables, pero imprescindibles".
Casi una década después del inicio de la depresión, los principales sectores de la economía empiezan a salir a flote. Sin embargo, economistas locales sostienen que la isla deberá invertir otros 10 años para volver a los niveles de vida de 1989.
En 1999, el salario medio es de unos 217 pesos mensuales, el dólar se cotiza a 20 pesos cubanos y la escasez parece cosa del pasado. Sin embargo, los precios de los alimentos siguen altos y algunos productos básicos pueden adquirirse sólo en dólares.
Las autoridades cifran sus esperanzas en el turismo, la recuperación del azúcar, la industria del níquel, la sustitución de importaciones y la producción de petróleo a partir del descubrimiento de yacimientos.
"La economía podrá mejorar, pero hay cosas que no vuelven al pasado", dijo Ernesto Núñez, 46 años, quien dejó su puesto de profesor en un centro de enseñanza secundaria para trabajar hasta 18 horas diarias como taxista.
Entre las principales consecuencias de la crisis para la población de la isla aparece la "inversión de la pirámide social", según estudios especializados.
Médicos, profesores, ingenieros y otros profesionales, que hasta finales de los años 80 se hallaban en la cima de la pirámide, descendieron al fondo. Ahora, cualquier persona que tenga acceso a divisas puede ascender.
Mientras, los campesinos, que venden sus productos en los mercados agropecuarios abiertos por el Estado, concentran los mayores volúmenes de ingresos, los profesionales constituyen la clase más empobrecida de la isla.
Fuentes financieras aseguraron que a mediados de esta década, 12,8 por ciento de las cuentas bancarias acumulaban 84,5 por ciento del dinero depositado. Al mismo tiempo, 67,2 por ciento de las cuentas tenían sólo 2,4 por ciento de los ahorros.
A cualquier pregunta sobre la vida personal, el país, la economía, los precios del cerdo, el arbolito de Navidad o la cena de fin de año, cubanas y cubanos responden con una frase acuñada durante los años de crisis: "No es fácil".
Así y todo, el sacerdote católico Carlos Manuel de Céspedes estimó que si Castro se ha mantenido en el poder durante tanto tiempo "el apoyo interno (a su gobierno) tiene que ser suficientemente sólido".
En su opinión, "no se debería confundir la crítica a algunas medidas oficiales" o la decisión de emigrar de un número significativo de personas "con el distanciamiento total del proyecto oficial".
"Aun los que desean cambios muy radicales en el sistema sociopolítico y económico vigente en Cuba no postulan necesariamente la instauración de una economía de mercado ultraliberal", aseguró Céspedes.
Un sondeo independiente realizado en 1998 en La Habana entre 200 personas reveló que la mayoría se muestra satisfecha por los servicios de salud, educación y seguridad social, por la tranquilidad ciudadana y la disminución de las diferencias raciales.
Entre las insatisfacciones con 40 años de revolución se mencionaron la dolarización de la economía cubana, la alimentación, el transporte, la vivienda, las estrictas leyes migratorias y la necesidad de mayores espacios de expresión.
"A pesar de los pesares", como dice una canción de Silvio, el vicepresidente Carlos Lage se muestra convencido de que "dentro de 15 años tendremos en Cuba un sistema socialista todavía más fuerte, más orgánico, más justo".
Al contrario a los que apuestan por la llamada "solución biológica" del caso cubano, Lage considera que el futuro del socialismo en la isla está garantizado después de la muerte del presidente.
Otros no se muestran tan optimistas y temen que la desaparición física del líder de la revolución conduzca a una situación ingobernable y provoque, en el peor de los escenarios posibles, una intervención militar de Estados Unidos.
Cuando le hablan de transformaciones, Castro asegura que "el más grande cambio que ha ocurrido en mucho tiempo, y el más radical, es este que Cuba ha logrado".
A juicio del comandante, la heroicidad ha sido "no sólo existir, sino resistir", frente a la política hostil de Estados Unidos que, lejos de suavizar el bloqueo, lo endureció con las leyes Torricelli (1992) y Helms-Burton (1996).
"No habrá en Cuba normalización interna estable sin una solución satisfactoria para todas las partes del contencioso que nos separa de Estados Unidos", opinó el sacerdote Céspedes.
El conflicto, sin embargo, parece evolucionar dentro de un círculo vicioso al cubrir, periódicamente, el recorrido entre la estabilidad, la esperanza de mejorías y de levantamiento del embargo, y las crisis, provocadas por una u otra parte.
Mientras sectores empresariales estadounidenses presionan por recuperar el espacio de comercio e inversión perdido en cuatro décadas, agrupaciones anticastristas en el exilio apuestan todo su poderío económico contra cualquier normalización con Castro.
En el paraíso de la emigración cubana en Estados Unidos, Miami, también se espera por una "solución biológica". Para muchos, sólo la desaparición de las generaciones más viejas de exiliados abrirá el camino de la tolerancia hacia Cuba.
A las puertas de un nuevo año electoral en Estados Unidos, autoridades y expertos en la isla descartan cambios radicales en la política de Washington, incluido cualquier levantamiento parcial de las sanciones económicas.
El presidente del parlamento, Ricardo Alarcón, dijo a IPS que, incluso, "estaría por verse" si, en caso de que llegara a decretarse el fin del bloqueo, terminaría también la hostilidad estadounidense hacia la isla.
"A lo mejor en algún momento del próximo milenio" la normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos "ocurre, pero van a ser otras las generaciones que lo vean", aseguró Alarcón, el hombre de Castro para las negociaciones con la Casa Blanca. (FIN/IPS/da/mj/ip/99