Rusia celebrará los 82 años de la revolución socialista de 1917 este domingo, pero pocos consideran que el retorno del comunismo sea una opción válida para este país.
No obstante, el aniversario es feriado nacional, y se celebra en noviembre porque Rusia no había adoptado aún el calendario gregoriano cuando se produjo la revolución, el 25 de octubre según el calendario viejo.
Los mayores consideran la fecha como una celebración revolucionaria, pero los jóvenes la ven como una jornada sin trabajo, mientras el gobierno prefiere interpretarla como un día de reconciliación.
Pero los comunistas de línea dura no están dispuestos a cambiar de mentalidad.
Las condiciones para una nueva revolución socialista aún no se materializaron, afirma Nina Andreeva, quien hace diez años se opuso a las reformas del ex presidente soviético Mijaíl Gorbachov que permitieron la disolución de la Unión Soviética y la adopción del capitalismo.
Andreeva dirige un pequeño partido "bolchevique" que explica la decadencia del socialismo soviético y el colapso de la Unión Soviética porque, tras la muerte del dictador Josef Stalin, en 1953, su sucesor Nikita Jruschov transformó al Partido Comunista en un "partido para todos"', en lugar de sólo para la clase trabajadora.
La decisión de Jruschov surgió porque, según la teoría marxista, resultaba difícil explicar por qué 35 años de socialismo agrandaron al Estado, en lugar de achicarlo, y especialmente para sostener que la "dictadura del proletariado" seguía siendo necesaria en una sociedad sin clases.
La lucha de clases, dijo Jruschov, había adoptado una dimensión internacional. Mientras el pueblo soviético homogéneo construía una "sociedad socialista desarrollada", también sostenía la lucha contra el capitalismo mundial, en representación de todos los trabajadores del mundo.
Esta concepción, según los "bolcheviques" actuales, debilitó al Partido Comunista soviético. También argumentan que los "imperialistas" se empeñaron durante ocho décadas en atacar a la revolución, pero no explican por qué alcanzaron la victoria.
Otros comunistas de línea dura parecen miembros de estratos marginados de la sociedad postsoviética.
Por ejemplo, el comunista Albert Makashov exigió la ejecución del presidente Boris Yeltsin y la deportación de todos los judíos de Rusia. Makashov adquirió notoriedad en octubre de 1993 cuando encabezó un levantamiento del Parlamento contra Yeltsin que fuera aplastado por la artillería.
Desde 1917, la Rusia soviética se convirtió en la segunda superpotencia del mundo a través de un rápido y controvertido proceso de industrialización. Pero la economía comenzó a estancarse en los años 60 y no fue capaz de igualar el nivel de vida de las potencias capitalistas.
A la vez, la Unión Soviética no pudo mantener el ritmo de la costosa carrera armamentista con Estados Unidos durante la guerra fría.
Después de 1991, cuando el sistema se derrumbó, Rusia experimentó una rápida regresión económica y social y ahora padece pobreza, corrupción, conflictos étnicos y una guerra en Chechenia.
En 1917, Rusia era el eslabón más débil del mundo industrializado y la estructura económica, social y militar del país corría peligro de derrumbarse con la primera guerra mundial. Algunos analistas consideran que ahora existe un panorama similar.
Cada otoño boreal, el dirigente comunista Gennady Zyuganov y otros líderes de izquierda intentan sacar ventaja del descontento general y convocan a manifestaciones para protestar contra la política del gobierno.
Los manifestantes reclaman el pago de sus salarios y en ocasiones insultan a Yeltsin y su gobierno, aunque en la mayoría de los casos las protestas son pacíficas, aunque vigiladas por la policía.
Pero los moscovitas, cansados de ser ignorados, consideran irrelevantes las manifestaciones.
Este año, los comunistas evocaron el aniversario de la revolución sin mucho ruido. El jueves, Zyuganov lo calificó de celebración de la historia y el orgullo del país, pero no convocó a nuevas protestas públicas.
En Moscú, la policía impide a los manifestantes cruzar la Plaza Roja, la sede tradicional de los desfiles soviéticos. En la actualidad, el alcalde de la ciudad, Yury Luzhkov, un candidato a la presidencia del país, pretende convertir a la capital en un ejemplo de capitalismo y olvidar el legado soviético.
Convirtió a la plaza Manezh, próxima al Kremlin (la casa de gobierno) y otro de los lugares favoritos para las manifestaciones comunistas, en un gran centro de compras subterráneo.
Luzhkov también rediseñó el acceso a la Plaza Roja según la arquitectura tradicional de la iglesia Ortodoxa, lo cual prácticamente hace imposible un desfile militar con tanques.
El último desfile de este tipo tuvo lugar en Moscú en 1995 para conmemorar el aniversario de la victoria aliada contra la Alemania nacionalsocialista en la segunda guerra mundial.
Pero los restos momificados de Vladimir Lenin, el líder de la revolución, siguen expuestos en el mausoleo de la Plaza Roja, aunque no sin controversia. Algunos políticos y sobre todo el patriarca Alexy II, jefe de la Iglesia Ortodoxa, exigen que sea retirado.
El Patriarca argumenta que no es apropiado usar la principal plaza del país como cementerio, y otros afirman que el propio Lenin hubiera rechazado la idea de ser convertido en momia.
En otro paso simbólico, el último zar ruso Nicolás II y su familia fueron enterrados nuevamente el 17 de julio de 1998, exactamente 80 años después de que fueran ejecutados por revolucionarios bolcheviques.
Desde la caída del Muro de Berlín en 1989, Rusia sufrió drásticos cambios sociales y económicos. El ex presidente soviético Mijaíl Gorbachov, considerado un "traidor" por sus opositores de línea dura, señaló que nunca se lamentó de la decisión de permitir la disolución del bloque comunista.
La revolución de octubre es reinterpretada nuevamente, tanto en Rusia como en el exterior. Los analistas consideran que su comprensión es esencial para saber por qué la izquierda fracasó en este siglo.
Los comunistas rusos siguen creyendo que fue el cambio más importante de la historia de la humanidad, mientras sus opositores lo consideran un golpe organizado por una minoría decidida y sin escrúpulos, que finalmente arruinó al país.
Pero para muchos rusos, sobre todo los más jóvenes, el debate tiene tanto interés como las discusiones sobre el sexo de los ángeles. (FIN/IPS/tra-en/sb/ak/aq/ip/99