La revelación de que más de 10.000 niños y jóvenes espiaron para la antigua Alemania Oriental es causa de resentimiento y división en la sociedad alemana reunificada, diez años después de la caída del Muro de Berlín.
Diez años después de la caída del Muro de Berlín, el debate sobre los más de 10.000 niños y jóvenes que espiaban para la antigua Alemania Oriental causa resentimiento y división en la sociedad alemana reunificada.
Los menores de edad representaban seis por ciento de los 173.000 informantes conocidos del Ministerio de Seguridad Estatal, o Stasi.
Muchos jóvenes del este guardan el terrible secreto de haber sido los niños espías que traicionaron a sus amigos y conocidos ante la Stasi.
A diferencia de sus homólogos adultos, los niños informantes son con frecuencia considerados víctimas de su propia juventud e ignorancia y de un sistema que exigía compromiso, o por lo menos conformidad y obediencia.
Al ser considerados "víctimas", sus nombres fueron tachados de los archivos de la Stasi para protegerlos de futuras represalias. Una de ellas, Antje, recuerda que no era una adolescente atractiva, que no se destacaba y que no le importaba la vida, su futuro ni sus estudios.
Esas características y su deseo de "encajar" y hacer lo que se le pedía la convirtieron en candidata ideal para convertirse en informante de la Stasi cuando apenas tenía 17 años.
"Todo surgió de la nada", recuerda ligeramente nerviosa diez años después.
"Me pidieron que fuera a la oficina del director de la escuela. Allí conocí a un hombre de entre 20 y 30 años. Todo lo que sabía sobre él era que pertenecía a la Stasi".
"Me sorprendió. En ese momento no tenía idea de lo que quería. Me preguntó si estaba preparada para ayudarlos, y como una amiga me esperaba y estaba impaciente por irme le dije que sí", contó.
Tres meses después de la primera reunión con su "controlador", Antje se convirtió en una de los 10.000 informantes menores de 18 años que había en Alemania Oriental cuando el Muro de Berlín cayó el 9 de noviembre de 1989.
Antje es una de las pocas personas dispuestas a hablar de su papel. Su trabajo consistía en infiltrarse en grupos juveniles ecologistas o religiosos e informar sobre sus integrantes y sus intenciones.
Se reunía frecuentemente con su controlador, algunas veces incluso en su propia casa, pero no sabía mucho de las consecuencias de su propio trabajo y nunca cuestionaba lo que se le pedía.
Muchos jóvenes fueron reclutados gracias a información dada por sus maestros y en particular por los directores de los institutos de enseñanza, que en su mayoría pertenecían al gobernante Partido Socialista Unido de Alemania.
Para muchos en la ex República Democrática Alemana, trabajar para la Stasi era considerado parte de su compromiso con los ideales del socialismo y del comunismo.
"La Stasi buscaba a los inseguros y vulnerables y los manipulaba", dijo el psicólogo Klaus Behnke, quien asesora a muchos jóvenes que fueron informantes en un programa establecido por las autoridades de Berlín para ayudar a estas víctimas.
Por ejemplo, una chica común sin amigos ni novio podría ser presentada a un joven oficial de la Stasi que le diría que era hermosa. Los jóvenes con desequilibrios psicológicos pasaban a depender del afecto y la atención de su controlador.
Otros jóvenes en problemas, en especial delincuentes juveniles, podían "comprar" su escape del castigo convirtiéndose en informantes. Una pequeña minoría fue reclutada por sus propios padres, celosos miembros de la Stasi o delatores ellos mismos.
Los primeros adolescentes fueron reclutados a fines de los años 70. En los años 80 la red de jóvenes infiltrados ya se había extendido sistemáticamente. En 1989 no era extraño que niños de 12 años fueran informantes. Se los seleccionaba cuidadosamente revisando los trabajos escolares. Muchos se negaron, pero algunos no pudieron.
"La mayoría eran inadaptados o débiles. Se les daba cierto tipo de sentimiento de pertenencia. Se les eseñaba a desconfiar de todos excepto de su controlador de la Stasi, en quien debían confiar plenamente", dijo Behnke.
Algunos jóvenes recibían paga, aunque según Edda Ahrberg, responsable de los Archivos de la Stasi, no se trataba de grandes sumas.
"Lo más importante para los informantes era el reconocimiento, la sensación de que eran importanes y necesitados. La mayoría de ellos tenía la autoestima baja", señaló.
Sin embargo no era tan fácil reclutar a los jóvenes. Cuatro de cada cinco se negaban. Uno de cada 10 incluso se negaba a firmar la declaración en que se les hacía jurar que mantendrían el secreto. Esas declaraciones son una de las principales maneras de identificar a los menores de edad en los archivos de la Stasi.
"Para mí estaba claro que no podía decir que no. Decir que no era como decir 'por supuesto, soy un enemigo del Estado"', dijo Robert P., que fue reclutado en 1983, cuando tenía 17 años.
Otros afirmaron que como el primer acercamiento con frecuencia tenía lugar en la oficina del director, escribir informes para la Stasi era parte de lo que se esperaba en la escuela, aunque algunos de los reclutados incluso informaban sobre los maestros.
Lo que Antje no previó es que comenzaría a identificarse con el grupo que se esperaba que traicionara. Sintió, por primera vez, un sentimiento de pertenencia y desarrolló un interés en los temas tratados por los grupos juveniles. El grupo se volvió más importante que su controlador.
"Cuanto más conocía al grupo sobre el que informaba, más presión sentía. Tenía miedo de perder a mis amigos, aunque con frecuencia quería salir de todo eso. Supongo que tenía miedo de estar en peligro o de las consecuencias para mi familia. Sin embargo me sentía controlada. Estaba en un terrible estado mental, muy deprimida", relató.
La depresión empeoró después de 1989 cuando se permitió a los alemanes orientales que consultaran sus propios archivos de la Stasi. Antje sintió mucho miedo. La furia pública contra los informantes era mucha.
Muchos jóvenes informantes son ahora adultos profundamente perturbados, incapaces de hacerse cargo de sus propias vidas, acostumbrados a seguir órdenes, aislados de sus pares, muchos de los cuales cruzan la calle cuando los ven.
La paranoia y la depresión son comunes. Pocos tienen amigos. Muchos tienen dificultades para relacionarse y sienten que no pueden confiar en nadie. Se les dificulta tomar decisiones sobre sus propias vidas.
"Están demasiado habituados a ser controlados", dijo Behnke. Sienten mucha culpa y la paranoia, especialmente de ser considerados traidores por todas las personas que conocen, es un problema.
A juicio de Behnke, que amplió su investigación a los archivos del ex gobierno de Alemania Oriental, miles de escolares que traicionaron a sus compañeros eran parte de un plan organizado por las autoridades para infiltrarse en los institutos de enseñanza y grupos juveniles.
Los jóvenes "decadentes" como los hippies, punks y ambientalistas debían ser eliminados antes de que se convirtieran en adultos disidentes y en una amenaza para el Estado monolítico.
Según Behnke, la Stasi estableció un departamento especial dedicado a los jóvenes, bajo el siniestro nombre de "operaciones psicológicas". Su objetivo, según documentos oficiales, era "llegar bajo la piel y tener una visión del corazón" de los llamados jóvenes "decadentes".
Muchos de los jóvenes sobre los que informaban están resentidos y pelean todavía hoy en los tribunales.
Quienes están convencidos de haber perdido un lugar en la universidad por razones políticas recién ahora intentan buscar una compensación, pero no pueden probar específicamente quién informó sobre ellos debido a la política de mantener en secreto los nombres de los niños informantes en los archivos de la Stasi.
Podrían continuar con su batalla legal durante años, e incluso "cualquier indemnización sería únicamente simbólica", dijo Behnke. "Una corte no puede devolver oportunidades perdidas en la juventud". (FIN/IPS/tra-en/ys/ak/at/aq/ip/99