La obra del pintor mexicano José Clemente Orozco, uno de los maestros del muralismo de este siglo, es la conciencia de este país, afirman los biógrafos de este artista de cuya muerte se cumplen hoy 50 años.
La comunidad artística mexicana recordó al creador que a lo largo de casi cuatro décadas de intensa producción empuñó el pincel para denunciar la injusticia social, una obsesión que lo acompañó hasta su muerte, el 7 de septiembre de 1949.
Nació el 23 de noviembre de 1883 en Zapotlán el Grande, en el central estado de Jalisco. A principios de siglo abandonó la agronomía, materia en la que se tituló como perito, para ingresar en la Academia de Bellas Artes, en la ciudad de México.
Corrían los tiempos de la revolución mexicana, un movimiento armado que dejó un millón de hombres y mujeres muertos y que marcó definitivamente el pensamiento de Orozco.
La protesta revolucionaria constituyó el eje de su inspiración, que lo llevó a ser parte central de la famosa escuela de muralistas de México, encabezada por "Los Tres Grandes", Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y el propio Orozco.
En dimensiones majestuosas, en su recorrido por el dibujo o a través de la caricatura, el pensamiento de Orozco se conoce por su obra artística.
La biografía de Orozco "es su pintura", como señala el historiador Luis Cardoza y Aragón.
Antes de integrar la trilogía de grandes del muralismo, Orozco intentó, sin éxito, conseguir muros públicos para pintar. Esa búsqueda la hizo al lado del Doctor Atl, el paisajista mexicano que inmortalizó los volcanes.
En la década del 30 pintó murales en el Pomona College, en Clermont, California, y en la New School for Social Research, en Nueva York.
De esa misma época son los frescos plasmados en Dartmouth College, en Hanover, New Hampshire.
Obreros, campesinos, prostitutas, personajes centrales de su obra, caracterizada por los colores sombríos y tonos violentos, revelan el dolor de un pueblo y la furia de los rebeldes, según el ojo del artista.
Rostros, torsos y extremidades vigorosos y tensos son el lenguaje con el que el pintor narró pasajes de los momentos más dramáticos de la historia de México: la conquista y la independencia del país y la revolución de principios de siglo.
Hasta 1948, un año antes de su muerte, Orozco creó sus más celebres murales en espacios mexicanos, como el realizado en 1936 en el Palacio de Bellas Artes, teatro de influencia arquitectónica francesa en el corazón de la capital.
Hacia principios de los años 40, Orozco realizó los murales que lo inmortalizaron en la sede de la Universidad Nacional Autónoma de México, la más grande de este país y de toda América Latina, así como los frescos del Palacio de Gobierno, en el centro histórico capitalino.
El artista cuya primera muestra individual, en 1916, fue mal recibida por la crítica, plasmó a pirncipios de los años 40 la que es considerada por muchos como su creación cumbre, en el Hospicio Cabañas de Guadalajara, capital de su natal Jalisco.
Los muros de la Escuela Nacional Preparatoria y de la Escuela Nacional de Maestros fueron elegidos también por Orozco para un diálogo inacabable con los estudiantes.
La Suprema Corte de Justicia, La Cámara de Diputados y el templo del Hospital de Jesús dan muestra del vasto trabajo creativo del artista, que en 1948 concluyó el mural del histórico Castillo de Chapultepec.
De regulares dimensiones, pero con el realismo clásico de su pintura, Orozco creó en la Biblioteca de Jiquilpan, en el central estado de Michoacán, murales de menor fama, no obstante la grandeza artística.
El profundo conocimiento de la vida del país que poseía el pintor volvió a quedar de manifiesto en los murales de Jiquilpan.
En ellos, la libertad, la democracia y otras preocupaciones que acompañaron la vida del artista quedaron plasmadas en blanco y negro, sin el colorido que caracteriza la producción orozquiana.
En esas paredes utilizadas como lienzos, Orozco pintó en blanco y negro las luchas libertarias del pueblo de México, al que simbolizó como una mujer montada en un tigre, andando por un camino erizado de espinas.
La dureza fue siempre el lenguaje inequívoco de la pasión y el sentimiento del autor que este martes fue homenajeado en la Rotonda de los Hombres Ilustres, donde descansan sus restos. (FIN/IPS/pf/mj/cr/99