—IPS: ¿El proceso de globalización puede afectar a los políticos, a los gobernantes y a los estados?.
—SANGUINETTI: La existencia de la televisión no está en debate, es un hecho que está dado y que tenemos que tratar de usarlo en nuestro favor, porque ofrece enormes potencialidades.
Es un error ideologizar estos temas y asumir dos actitudes de las cuales nos tenemos que prevenir: la primera, la de quienes ideologizan diciendo que esto es una especie de nuevo código, que además de ser un hecho supone también un cierto modo de gobernar, y que esta globalización supone la disolución del estado nacional, la apertura ilimitada de las fronteras nacionales y una especie de política unidireccional.
En el otro extremo están los nostálgicos del statu quo y de las utopías perimidas, que impugnan estos fenómenos que se han dado en llamar globalización, y a partir de eso desarrollan una suerte de teoría de la resistencia a éstos, (considerándolos) como un factor de deshumanización.
Creo que son dos actitudes muy peligrosas. La segunda, porque es antihistórica, es decir, en el 1500, cuando ocurre la primera globalización, podía gustar o no que (el navegante portugués) Vasco da Gama hubiera descubierto una nueva ruta por el sur de Africa hacia oriente, podía gustar o no que Cristóbal Colón hubiera llegado a América, pero América ya estaba descubierta y la papa y el maíz iban a llegar (a Europa).
Y la nueva ruta hacia las Indias iba a competir con las caravanas de camellos que cruzaban las estepas rusas. Esos hechos se dieron, inevitables, y fueron consecuencia de una revolución científica. Por eso me parece absurdo que nos dejemos encerrar en esquematismos nublados, ciegos. Tenemos que ver cómo las fuerzas que el hombre ha destado sirven a su propio bienestar. De eso se trata.
—IPS: Ese poder mediático de algunas cadenas de televisión, que usted calificó de "gigantesco", ¿puede implicar riesgos para los sistemas políticos?.
—SANGUINETTI: Lógicamente. Todos son riesgos, pero también posibilidades. Volvamos a la comunicación. No hay ninguna duda de que el poder de las grandes cadenas es gigantesco. ¿Qué puedo hacer yo, modesto presidente democrático, sin poderío económico, presidente de un país pequeño a escala económica universal, frente a una gran cadena?.
Si una gran cadena se tirase contra nosotros con todo su peso, indudablemente nos haría un daño gigantesco, pero también es verdad que nunca ha habido mayor posibilidad de comunicación y de información que hoy.
El ciudadano del mundo actual tiene un nivel de comunicación que no ha tenido nunca nadie. Quiere decir que se ha democratizado la información como nunca, Internet permite hoy canales de información democráticos que hacen posible el acceso a las cosas más inverosímiles.
Todos estos medios son los que le permiten al ciudadano de nuestro tiempo disfrutar de elementos como los que nunca disfrutó. A (Wolfgang Amadeus) Mozart lo oyeron 6.000 o 7.000 personas durante toda su corta vida.
Hoy, a Mozart lo oimos en un CD espectacular, con una fidelidad absoluta, y varios millones de personas lo disfrutamos mejor que en una sala de espectáculos. ¿Cuántos oyeron a (Enrico) Caruso?. Seguramente más que a Mozart, pero no deben de haber pasado de varias decenas de miles.
Hoy, a Luciano Pavarotti, a Plácido Domingo y a José Carreras los oímos millones de personas a través de cadenas de televisión que nos permiten disfrutar de su canto. ¡Cuánto enriquece eso las posibilidades de vida!.
Por eso, si la televisión es buena o mala, depende de los periodistas y de quienes aprecen en ella. Si se dicen cosas inteligentes y profundas y hacemos meditar a la gente, la habremos usado bien. En cambio, si decimos trivialidades, alejaremos a la gente.
Lo que está claro es que el mundo actual nos está abriendo todas esas posibilidades, entonces se trata de disminuir los riesgos y de maximizar las posibilidades, y ahí está la labor de los políticos.
—IPS: ¿Es ese el desafío del siglo que viene?.
—SANGUINETTI: Uno de ellos, sí, aunque ya lo enfrentamos hoy, porque como decía, el siglo XXI ya empezó. Ya estamos en ese mundo nuevo. Tenemos todavía un debate, un nuevo debate, ya no estamos en la discusión de la idea democrática. Hoy estamos en ese otro debate.
Al producirse esta nueva situación no discutimos la democracia y la economía de mercado como los mejores sistemas. Estamos discutiendo si es verdad, como se dice desde un lado, que la globalización es el resumen de todos los males, que nos va a dejar en manos de las multinacionales y va a barrer a los Estados.
Y desde otro, se dice que esto nos impone una uniformización de políticas, o hábitos de comportamiento y de acciones que tienden a la uniformidad.
—IPS: Usted ya ha dicho que ninguna de esas posiciones extremas es acertada.
—SANGUINETTI: Yo creo que ambas cosas son verdaderos disparates. Vayamos a un escalón más: tenemos que lograr que los elementos científicos y técnicos estén al servicio del hombre y no que sean un instrumento de presión.
La ciencia es enormemente liberadora y su proyección hacia la tecnología, también. Cuando uno puede tener, como hoy en Uruguay, la posibilidad de que un profesor del centro de formación de docentes tenga un aula virtual a centenares de kilómetros y que los alumnos formulen preguntas, estamos viendo la formidable potencialidad de esos medios.
Se trata de maximizar sus posibilidades y a su vez, de dominar los factores que pueden ser peligrosos. Uno ve que Estados Unidos, un país de economía libre, está pleiteando con Bill Gates porque estima que puede haber un intento de monopolización.
Yo no sé quien tiene razón, pero me inclino por darle la razón a Gates. Pero, en todo caso, estamos viendo cómo el estado que presume de ser el más liberal en materia económica del mundo, está atento.
Y ese es el tema, la economía de mercado no está imponiendo un papel imprescindible para el Estado, que es el de asegurar la libertad y la equidad. El error de los dogmáticos de la liberalización, a los que a veces llamamos liberales, es ese. Sin un Estado fuerte que regule los mercados, éstos van a caer en situaciones monopólicas.
Ya lo decía Adam Smith, el teórico máximo de la economía liberal. Los Estados deben preservar la competencia, pero no para manejarlo como un actor, sino como un árbitro. (SIGUE/3-E